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La corona de luz 2. Eduardo Ferreyra
Читать онлайн.Название La corona de luz 2
Год выпуска 0
isbn 9789878712338
Автор произведения Eduardo Ferreyra
Жанр Языкознание
Издательство Bookwire
—Muy bien–refunfuñaba un potencial cliente–: si tu padre definitivamente no traerá más escamas de trenggiling, el príncipe Skritvar tendrá que comprárselas a Putra.
Amenazas así eran tan corrientes en la feria, que asombraba que todavía quedaran clientes que creyeran que surtirían efecto.
—Padre no trae más–replicó Darma suavemente–. Xallax avisó que metería en cárcel si sigue vendiendo. Que compre a Putra.
El hombre se alejó rezongando. Darma guardó un dinero y alzó la mirada para atender al próximo cliente; y, entonces, por encima del hombro de éste, vio a Azrabul, quien le guiñó un ojo. El muchacho insinuó una sonrisa agridulce.
—Mira qué ojos tiene la chica–comentó Gurlok, admirado.
Azrabul desvió la vista un poco a la derecha de Darma. Había allí, en efecto, una joven muy parecida a este último en sus rasgos, pero la expresión de sus ojos era muy distinta: enigmática y sombría como la majestad de la noche, a la vez que penetrante y lacerante como una flecha.
—Ajá. Creo que hasta yo vendría aunque sólo fuera para ver esos ojos–admitió Azrabul, tan fascinado como su compañero.
—Soy el único idiota que no ve nada–se quejó Amsil. Estaba más alto respecto a su anterior visita a Tipûmbue, pero atrapado en un amuchamiento y con un trío de moles obstruyéndole la vista y hablando en quién sabía qué extraño idioma, su estatura actual era inútil.
Les costó a Azrabul y a Gurlok desviar su atención de la chica, por más que sexualmente no les gustaran las mujeres: su belleza tenía algo de ultraterrena, particularmente sus ojos. Cuando al fin lo lograron, dirigieron la mirada más a la izquierda; entonces notaron, alarmados, que Ifis se hallaba junto al tercero de los hermanos, intentando encaramársele encima.
—¿¿¿Pero qué hace este chiflado???–exclamó Gurlok, estupefacto.
—Lo que dijo que haría–contestó Azrabul en tono sufrido–: molestar a... ¿cómo era?
—Kuwait.
Kuwait parecía prestar al pesado de Ifis menos atención que a una mosca de queresa. Seguía atendiendo a la clientela como si nada sucediera, aunque su cara de pocos amigos presagiaba tempestad en cualquier momento. Ajeno al aparente peligro que corría, Ifis le tapaba la vista, jugueteaba con el pelo del esrivijayano, pero su víctima no acusaba recibo de todos estos fastidios y seguía en lo suyo. La reacción de la clientela era muy diversa, desde reírse hasta indignarse y, cómo no, hablar pestes de los gun, esos depravados sin ética ni códigos.
Azrabul se acercó más.
—Suficiente, Ifis–dijo con un poco de vergüenza ajena, mientras tomaba entre sus fornidos brazos al peluquero.
—¡No seas aguafiestas!–protestó Ifis, aferrándose primero al cuello de su víctima y luego a su melena.
—Tú no seas infantil. Deja en paz a Kuwait–exigió Gurlok, acercándose a ayudar.
—¿Cómo que Kuwait?–preguntó indignado Ifis, mientras Gurlok le abría uno por uno los dedos de sus manos para obligarlo a soltar al puestero–. ¡AAAY! ¡BESTIA!...–exclamó cuando por accidente Gurlok le torció un dedo.
—Eso te pasa por no quedarte quieto–gruñó Gurlok.
Al fin logró que Ifis soltara al esrivijayano. Entonces dijo éste, mirando muy serio a su torturador:
—Hombre que no quiere... jugar con fuego, no debe despertar dragón.
Azrabul se echó al hombro, como si de un costal se tratara, a Ifis, quien continuó pataleando, protestando y exigiendo que se le dejase en tierra mientras aporreaba en vano las poderosas espaldas de su captor.
—Escucha, Kuwait...–comenzó Azrabul.
—¡KUWAT! ¡KUWAT!–corrigió Ifis indignado, sin dejar de golpear las espaldas de Azrabul.
—...Kuwat, sí, perdón. Lamentamos esto. No tenemos mucho que ver con este individuo. Hemos oído hablar mucho de la hospitalidad que en tu hogar se prodiga a los viajeros. Nos incomoda pedirla, pero tendremos que hacerlo. No hay ni un centavo en nuestros bolsillos y, como puedes ver, viajamos con un chango. Ya ganaremos algo de dinero para pagar una posada y entonces...
—No ofendan–interrumpió Kuwat–. Hogar nuestro abierto a todo viajero tiempo que sea.
—¡Excelente!–aprobó Gurlok–. Pagaremos con trabaj...
—No ofendan–repitió Kuwat, en tono más amenazante esta vez.
Era un individuo fuerte y su estatura se hallaba por encima de lo normal, pero seguía pareciendo menudo comparado con Azrabul y Gurlok. Aun así éstos, muy a su pesar, se sintieron vagamente intimidados. A Ifis quizás no le preocupara despertar al dragón, pero a ellos sí.
—Dos horas antes de caída de sol–dijo Kuwat–. Esperan dos horas antes de caída de sol y vuelven, ¿sí?
—Claro, compañero, gracias–respondió Azrabul–. Vamos, Gurlok; vamos, chango. Tenemos que hablar muy en serio con este sujeto.
Este sujeto había dejado de patalear, impotente contra la fuerza descomunal de Azrabul, y tenía cara de monumental mal humor.
—¿Puedo bajar ahora?–preguntó.
Sin decir palabra, Azrabul lo depositó en el suelo.
—No nos fuiste de mucha ayuda con los hijos de Bambang–le reprochó Gurlok.
Ifis lo miró con indignada incredulidad.
—¿Te jode que te mande un poco a la mierda?–preguntó La gata salvaje–. Los guié hasta el puesto y les demostré que Kuwat no es peligroso, ¿y cómo me lo pagan ustedes?: Te juro que no tenemos nada que ver con este tipo. ¡Váyanse a cagar!...
—No demostraste nada. Él lo dijo bastante claro: no despiertes al dragón si no buscas apagar fuegos.
—¿Eh?... Disculpa, ¡no fue lo que yo le oí decir!
—Bueno, tú me entiendes. Algo dijo del dragón. El sentido se entendió: jugabas con su paciencia. De todos modos, no trates de hacernos creer que lo hiciste para demostrarnos nada, que nunca dijimos que Kuwait fuera peligroso.
—¡QUE NO ES KUWAIT, CARAJO!... ¡ES KUWAT, GURLOK, KUWAT! Y no, claro que no dijiste que fuera peligroso, ¡eso lo dice por lo menos media Tipûmbue!
—Pues si era peligroso antes, después de provocarlo como lo hiciste estará ya afilando el hacha para cortarnos en rodajas sólo por ser amigos tuyos. Menos mal que somos más grandes y fuertes que él.
Ifis lo miró burlonamente.
—Gurlok, dulce, no seas ingenuo–dijo–. No hay tamaño ni fuerza que valga contra Kuwat. Su familia practica cierto estilo de lucha esrivijayano, que los dejaría sin posibilidades de ganarle hasta a ustedes dos. Sí, ríanse cuanto quieran, machotes. Les digo que de veras no tendrían posibilidad de vencerlo, ni siquiera atacándolo los dos al mismo tiempo.
—Dejemos el tema–propuso Gurlok, harto de tonterías–. ¿Podemos ir a tu casa a darnos un baño?
—¿EEEH?...–preguntó Azrabul, como si estuviera oyendo una abominable blasfemia y no pudiera dar crédito a lo escuchado.
—¿Un baño?–preguntó por su parte