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ido para nunca regresar. Casi seguramente los habían asesinado Luego Azrabul: los suyos los habían entregado, a él y al propio Gurlok, a la cólera vengativa de Ogave, la Hierofante.

      —¿Y qué hacemos?–había preguntado Azrabul–. Prometimos ayudarlos. ¿Vamos a decirles que no estamos capacitados; que ni nuestras familias pudimos componer?

      —¿Y vamos a rendirnos?–protestó Amsil–. Tatas, ustedes no habrán podido hacer nada por sus familias, pero saben dar amor. Algo podrán hacer.

      —Rendirnos...–gruñó Azrabul, fastidioso–. Me gustan los desafíos, odio rendirme; pero no sé qué hacer. Sí que resultó bastante inútil nuestro paso por el Ejército. Aprendimos a defendernos y a defender a nuestros seres amados de absolutamente todo, menos de lo que suele salirnos al cruce.

      —Hmmm... No fue tan inútil, Azrabul, no lo fue tanto–discrepó Gurlok, sonriendo de modo misterioso–. ¿Qué nos enseñaron en el Ejército?: que debíamos identificar y conocer al enemigo antes de atacarlo. En este caso el enemigo es ese puto problema familiar. No lo conocemos lo bastante para atacarlo, así que tendremos que espiarlo de cerca... alojándonos en casa del propio Bambang, ya que Guntur y Darma lo describen tan hospitalario.

      Y allí estaban ahora, listos para llevar a cabo la estrategia ideada por Gurlok.

      Todos los puesteros embalaban también sus cosas para retirarse a sus respectivos hogares, lidiando a veces con clientes rezagados que pedían ver mercadería ya guardada.

      —¡MOTMÛR!–gritó de repente una voz de mujer.

      Amsil se volvió hacia ella, pero vio entonces que se dirigía, no a al muchacho apuesto con el que se había casado alguna vez en sueños, sino a un niño, evidentemente un hijo escapado de su vista durante unos instantes. Sonrió misteriosamente, sin advertir que sus Tatas también se habían vuelto al oír ese nombre, pese a ser muy común, y que ahora lo miraban a él de forma muy extraña.

      —¡Eh! ¡Miren qué bicho raro!–exclamó de repente Azrabul, señalando hacia cierta dirección.

      Las cabezas de Gurlok, Amsil y al parecer media feria se volvieron hacia el sitio indicado. Una curiosa bestia cuadrúpeda, de labios gruesos y expresión burlona, se incorporaba llevando sobre su lomo un no menos singular jinete envuelto en vestiduras flotantes de color azul oscuro que de sus rasgos no dejaban entrever más que sus ojos y su nariz. El animal tenía una gran giba sobre su lomo y el jinete iba sentado sobre ella.

      —¿Bicho raro?–preguntó Gurlok; y agregó, irónico–. ¿Y a cuál te refieres: al que va abajo, al que va arriba...–en ese momento Azrabul se aproximó al hombre y su extraña cabalgadura–...o al que se les acaba de acercar?

      —¡Eh, amigo!–exclamó Azrabul, saliéndoles al cruce a bestia y jinete–. ¿Qué animal es este que montas?

      Los ojos del jinete lo miraron de forma inescrutable.

      —Salaam alaikum, effendi–dijo, y se dispuso a seguir viaje; pero Azrabul se lo impidió interponiéndose en su camino.

      —No. No. No. Espera un momento–dijo, gesticulando con sus enormes manazas. Se daba cuenta de que el jinete por lo visto no comprendía el hispanio, pero sí o sí se haría entender lo suficiente para averiguar qué estrafalario animal era ese–. ¿Cómo se llama esta bestia?–y señaló a la susodicha.

      El jinete lo miraba como si fuera todo lo bicho raro que sostenía Gurlok que era. Azrabul repitió la pregunta varias veces, siempre señalando al animal, hasta que por fin el hombre pareció entender.

      —Aksil–respondió.

      —¡Ja!...–exclamó Azrabul, divertido. mientras se apartaba del paso de cabalgadura y jinete, satisfecho con la respuesta–. ¿Has oído, Gurlok?... ¡Estos bichos se llaman amsil, como nuestro chango!...

      La ventaja de tener tamaño colosal y apariencia fiera y malvada es que uno puede hacer el ridículo tanto como se le antoje o le salga sin que los demás se animen siquiera a esbozar una sonrisa o demostrar perplejidad, pero siempre hay excepciones, y en este caso las miradas de los cuatro hijos de Bambang, demostraban bien a las claras que concordaban ampliamente con Gurlok y con el jinete respecto a quién era el bicho raro allí.

      —Aksil es el nombre del méhari de Izem...–murmuró Darma, como quien explica algo a un niño tonto.

      —Ah–murmuró Azrabul, dejando súbitamente de reír.

      Y acercándose a Gurlok, preguntó a éste en un murmullo:

      —¿Tú entendiste siquiera media palabra de lo que dijo Darma?

      —Sí, sí, hombre, sí...–refunfuñó Gurlok, también en susurros–. Así como tú te llamas Azrabul y perteneces a la especie imbéciles descomunales, parece que Amsil es el nombre de esa bestia en particular, pero la especie a la que pertenece se llama izem, y el tipo que iba arriba, su propietario, se llama... Bueno, ese dato no lo recuerdo.

      —Ya te diré qué clase de bestia eres cuando también metas la pata –replicó Azrabul indignado.

      Amsil sonreía, entre divertido e incómodo. Tan dudosas hazañas eran habituales en sus Tatas, pero ya se estaba acostumbrando.

      Pero lo hecho, hecho estaba, y por más buena impresión que quisieran causar, no podían dejar de ser ellos mismos. Gurlok se resignó. Era un misterio, también, si Kuwat sabía exactamente quiénes o qué eran ellos. Por supuesto, tanto él como Azrabul eran célebres en todo Largen: los campeones gun de lucha beocia que llevaban nombres de demonios; pero siempre aparecía alguien que parecía haber vivido en absoluto aislamiento y que jamás había oído mencionarlos.

      Ciertamente, Kuwat no había intentado ocultar su extrañeza ante la metida de pata de Azrabul, que sin embargo era entendible, si se lo pensaba un poco. Aquella bestia jorobada y su hierático jinete envuelto en flotantes ropajes azules no podían menos que llamar la atención; pero quizás Kuwat y sus hermanos estuvieran tan acostumbrados a verlos, que su sorpresa ante la ignorancia de Kuwat fuera inevitablemente mayúscula. Admitiendo que el razonamiento fuera exacto, ¿no habría demostrado Kuwat idéntica perplejidad por el hecho de que dos gun pidieran hospitalidad en un hogar en el que se condenaban sus preferencias sexuales? Que no la demostrara, ¿probaba que desconocía dichas preferencias? ¿Que realmente lo ignoraba todo sobre ellos, salvo su relación con Guntur?

      El muchacho era extraordinariamente amable. Se excusó por no ofrecer llevar a Azrabul, Gurlok y Amsil en la carreta conducida por su hermana, para entonces ya en movimiento y con el resto del grupo caminando detrás: no había ya espacio en la caja del vehículo. Azrabul le sonrió y respondió que no importaba; y mientras lo hacía, le palmeó afectuosamente la espalda. Pareció a Gurlok que ese contacto incomodaba a Kuwat, pero se relajó enseguida. Difícil saber si simplemente no estaba acostumbrado al contacto físico o si lo asqueaba cualquier caricia que viniera de un gun, lo que requería información acerca de quien acababa de tocarlo.

      —¿Juegas ulama?–preguntó Amsil a Darma.

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