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en tono confidencial, endureciendo todavía más los gestos faciales–. No se preocupen. Tengo que disimular, porque ahora hasta a los de la Policía nos espían–aclaró para tranquilidad de Azrabul y Gurlok, bajando la voz, pero con una cara tal que se hubiera dicho que estaba jurándoles odio eterno–. ¿Qué les parece esta noche en Guatrache?

      —¿Y qué es Guatrache?–preguntó Azrabul.

      —Un boliche muy conocido; pregunten a quien sea. Los veo allí–continuó Crictio, siempre en susurros y fingiendo enfado; y añadió, alzando la voz:–. Así que están advertidos: ¡mucho cuidado con lo que hacen!

      —Sí, sí... Descuide, teniente–gruñó Gurlok, como con mal humor; pero sonriendo burlonamente, añadió después de que el otro se hubo ido:–. ¡Qué Crictio este! ¿Qué bicho le habrá pic...?–y se interrumpió en seco.

      Ifis se había encontrado, no ya con un conocido, sino con muchos, y conversaba animadamente con todos ellos. Daba la impresión de ser capaz de estarse allí el resto del día.

      —Con permiso–dijo Amsil, notando que la cosa iba para rato.

      Y se fue a ver qué había en otros puestos.

      —No sé si asesinar a Ifis, si asesinar a Crictio, o si suicidarme yo–dijo Gurlok, sarcástico–. A lo mejor no sería mala idea hacer triplete: primero Ifis, que es quien más nos demora; luego Crictio porque, obviamente, último no podemos dejarlo; y por fin, como broche de oro...

      —GURLOK, ¡¡¡MIRA!!!–gritó Azrabul, horrorizado.

      Aun sin conocer la causa, Gurlok se contagió automáticamente de aquel espanto. Era rarísimo que Azrabul tuviera miedo, y hasta donde él podía recordar, jamás lo había notado tan aterrado como ahora. Lo vio señalar hacia un punto indefinible entre la multitud. Alrededor de ambos gigantes, varios colosos miraban también en esa dirección, intrigados por el motivo de tamaño susto y algo amedrentados ellos mismos.

      —ESA MUJER QUE VA AHÍ, DE ESPALDAS, GURLOK, ¡¡¡ES OGAVE!!!

      —No puede ser–musitó Gurlok.

      Azrabul y Gurlok eran hombres con dos pasados posibles. Uno de ellos debía ser verdadero, pero no sabían cuál; quizás ambos fueran reales o ambos falsos, pero no deseaban saberlo, y también preferían ignorar si amagaban volverse locos por esa incertidumbre, o si ésta era producto de la locura. Y en uno de esos pasados posibles, el único en este mundo, habían sufrido, siendo niños, la crueldad de la hierofante de una secta fanática, Ogave, quien hasta los había hecho torturar. Más tarde se la había dado por muerta en un incendio pero sin que se encontrara jamás su cadáver, y de algún modo ellos siempre habían quedado a la espera de su fatal regreso. Y en efecto, la mujer hacia la que señalaba Azrabul vestía ropas muy similares a las vestiduras ceremoniales que solía usar Ogave.

      Azrabul siempre solía ser, de los dos, el primero en lanzarse al peligro, por no medirlo; pero en cambio Gurlok, que odiaba sentir el miedo estrangulándolo igual que una garra, por lo general lo superaba antes que su compañero, Además, ahora los rodeaba mucha gente, así que, reponiéndose de golpe, Gurlok fue tras la mujer, con Azrabul a la zaga. Pero justamente ese gentío los hacía demorarse, aunque no dudaran en avanzar a empellones cuando era necesario; y así, por increíble que pareciera, acabaron perdiendo el rastro de la enigmática mujer. Y era increíble de veras, siendo ellos tan altos y abarcando un notable campo visual por encima de la muchedumbre.

      —Debe haber sido alguien que simplemente vestía parecido–sugirió Gurlok.

      —¿Que nada más se vestía parecido?... Gurlok, le vi la cara, la cara fría y sobradora de Ogave, ¡era ella!... ¿Y cómo explicas si no que haya desaparecido de golpe como por embrujo?

      Se sentían peor que si hubieran comprobado que de verdad se trataba de Ogave. De noche, hubiera sido fácil descartar el asunto como una temible fantasía inevitable en medio de la oscuridad; pero esta vez la pesadilla había salido a pasear a pleno día y había sonreído con siniestro triunfo a Azrabul.

      —O somos de otro mundo, el de los Gorzuks, y entonces nunca conocimos realmente a ninguna Ogave, o nacimos aquí y la Hierofante murió durante un incendio provocado por ella misma–decidió Gurlok.

      Pero el gesto de Azrabul descartando aquel comentario que intentaba ser simple y terminaba siendo simplista lo hizo sentirse un tonto. Vio a su compañero dar media vuelta y regresar por donde habían venido. Se dispuso a imitarlo, ya que en relación a aquel asunto no quedaba mucho por hacer, e intentó atenerse a sus propias conclusiones; o sea, que Ogave era parte de un pasado falso o al menos estaba muerta. Si hubiera sobrevivido, se vería más vieja y ni siquiera podríamos reconocerla, pensó. Pero en ese momento, helado de miedo, la vio como era antes, por el rabillo del ojo, mirándolo con malevolencia en el anonimato de la multitud. Imposible. Está muerta, se dijo, obstinándose en no ladear la cabeza hacia lo que fuera que estuviera observándolo: fantasma, alucinación o mujer de carne y hueso. Yo hice desaparecer a tus padres– le gritó la cosa, desafiante, directamente a lo más profundo de su psiquis–, y a ellos jamás los volverás a ver; pero aquí me tienes a mí, querido. Y al no poder contenerse más y girar la cabeza, por supuesto no vio nada.

      Azrabul tenía razón: no había dicho más que tonterías. Las cosas no eran tan simples. Jamás podrían serlo en tanto continuaran viendo a Ogave en todas partes o girando la cabeza para cerciorarse de que de veras no estuviera allí.

      10 Lenkimakkara: en Suomi, cierta variedad de salchicha.

      11 Egipto.

       3

      El dragón paciente

      El vendedor no tenía puesto propio, y andaba de aquí para allá por la feria, siempre rodeado de abundante clientela y cargando un morral de cuero. Aparentemente vendía bombillas para hacer pompas de jabón, pero extrañamente sus clientes no eran niños, sino mayormente adolescentes y unos pocos adultos. Amsil sonrió benévolamente: todo ser humano, por mucha edad que tuviera, llevaba un niño adentro. Hoy no era el día de sacar a pasear al suyo: no le interesaba hacer burbujas, y por eso, al principio, no se acercó.

      Sin embargo, había algo extraño. Sí, de acuerdo: era entendible que se acercara gente de cualquier edad; pero, ¿tanta?... Y nunca había visto que un vendedor de simples bombillas para hacer jabón tuviera tanta clientela. Por lo general la gente pobre, si quería hacer pompas de jabón -entretenimiento monótono-, se las rebuscaba con simples cañas. Y además, estas pompas de jabón no estallaban enseguida. De hecho, después de tres o cuatro minutos Amsil seguía sin haber visto deshacerse siquiera una; así que terminó acercándose él también, intrigado. En el momento en que lo hizo, el vendedor daba de probar el producto a una quinceañera.

      —¡Pruebe, muchachita, pruebe! ¡Piense y sople sin miedo, que la pompa se soltará cuando esté lista, y no estallará!

      La chica sostuvo la boquilla e hizo una pompa que fue agrandándose, reflejando su imagen. Al llegar a cierto tamaño, la burbuja se soltó por sí misma y se alejó flotando entre los curiosos, en dirección a Amsil, quien se asombró al verla detenerse frente a él, y todavía más al ver que en ella aparecía, no su propio reflejo, sino el de la jovencita. Y repentinamente, ante la mirada expectante de todos, los labios de aquella imagen reflejada empezaron a moverse, y se le oyó decir en voz baja:

       —¡Hola! Me llamo Aina. Estoy buscando un muchacho amable y bueno y guapo como tú. Si te gusto, puedes seguirme; me encontrarás en Tipûmbue, Reino de Largen...

      El mensaje seguía, pero el resto no fue posible oírlo, porque todos los demás curiosos se pusieron a hablar a la vez a grandes voces:

      —¡Eh! ¿Qué, y yo no soy apuesto?

      —¡A ver qué pasa! ¡A ver qué pasa!

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