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La corona de luz 2. Eduardo Ferreyra
Читать онлайн.Название La corona de luz 2
Год выпуска 0
isbn 9789878712338
Автор произведения Eduardo Ferreyra
Жанр Языкознание
Издательство Bookwire
De repente llamaron a la puerta. Automáticamente una expresión sufrida afloró al rostro de Ude: había olvidado que en el menú de baja estofa programado para aquel día se había agregado a último momento un postre que no podía ser peor que el plato fuerte, pero que caería mal de todos modos.
—Adelante–gruñó de mala gana; y cuando entró el guardia, agregó–. Sí, sí, ya sé. Que pase ese arquitecto sin sesos.
—Correcto, señor–dijo el guardia–. Otra cosa: Azrabul y Gurlok están aquí. Ya sabe, los luchadores. Han venido con su hijo y solicitan audiencia con usted. ¿Les digo que esperen?
—¡NO, NO, NO, NO, NO!–exclamó Ude, aliviadísimo–. Que pasen ya mismo, los estaba esperando con urgencia. En cuanto al señor Rotalik, qué pena, tendrá que volver en otro momento....–digamos en unos veinte o treinta años, añadió para sus adentros.
No le hacía mucha gracia ver de nuevo a esos bribones ni a nadie, para ser más exactos; pero entre escuchar rebuznos de asnos de extracción villana y oírlos de boca de un licenciado en arquitectura, prefería lo primero. Al menos aquéllos no habían estudiado varios años sólo para perfeccionar tales rebuznos.
Dos hombres y un muchacho entraron a la oficina. Ude los había tenido allí otras veces. En la anterior ocasión, el muchacho había llegado desmayado, y los otros dos, algo así como padres adoptivos suyos, se hallaban preocupados por la salud física de él y por la salud mental de los tres. Al retirarse, el muchacho estaba fresco y lozano, y los tres de buen ánimo.
Viéndolos de nuevo, Ude los notaba cambiados, para bien en el caso de Amsil, el muchacho. A éste lo había conocido inhibido y tímido en exceso y más bien escuálido. Más tarde había ganado algo de seguridad y autoconfianza, en tiempo asombrosamente breve; y ahora casi no parecía el mismo de la primera vez. Para empezar, había pegado un notable estirón. Se lo veía bastante más robusto y llevaba el pelo más largo, aunque mucho mejor cuidado que las desgreñadas melenas de sus padres adoptivos. Su cutis, nunca blanco del todo, ahora estaba directamente bronceado por continuas marchas al sol, lo que le sentaba bien. Pero quizás su cambio más notorio estaba en la expresión de su semblante, segura de sí misma sin caer en la soberbia, que invitaba a la confianza. Sonrió al saludar a Ude, y su sonrisa era bella y franca. Qué festín para los ojos de las mujeres y los gun, pensó el Bibliotecario en Jefe. Ahora bien, no siendo él joven ni gun, sino sólo Ude, y no teniendo interés en que Amsil ni nadie se quedara a leer ni a ninguna otra cosa, toleraba sólo a Igu, por cebar los mejores mates de Tipûmbue hasta donde le constaba al viejo. Así que ante la resplandeciente belleza del muchacho, el cual sí era gun, prefirió no hacer el menor comentario, por si se hubiera vuelto vanidoso y decidiera quedarse aunque más no fuera a que le acariciaran el ego... u otras cosas. Esta gente era rarísima.
Había en el pasado del chico unos cuantos misterios que seguramente hacían que a otros les resultara todavía más atractivo. Uno de ellos tenía que ver con sus verdaderos padres: nadie sabía quiénes habían sido. Era casi seguro que estaban muertos, porque nadie había sobrevivido a la tétrica tragedia del Pueblo Condenado, como se conocía ahora al villorrio donde él se había criado y cuyos habitantes, según se decía, habían sido instantáneamente devorados por un horrendo y desencarnado dios despertado mediante invocaciones imprudentes y, quizás, mal hechas. Las sospechas acerca de la paternidad del joven apuntaban a cierto posadero para el que había trabajado, pero de oídas parecía haber sido un personaje tan desagradable que más que en un padre hacía pensar en un enemigo. En su momento, el asunto había inspirado curiosidad a Ude, pero ahora había vuelto a su normal deseo de ignorancia.
Sus dos acompañantes, superficialmente, eran muy similares: melenudos y feos como el diablo ambos, colosales, musculosos, toscos, de aire temible y hediondos hasta la exageración. Incluso Ude, acostumbrado a la fetidez de la Guardia de la Biblioteca, se preguntaba cómo hacía ese par para soportar su propio tufo. También ellos eran gun, y evidentemente lo eran por sobrevaloración de la hipermasculinidad. Se dedicaban a la lucha beocia y de oídas sabía Ude que eran muy buenos en eso, en parte por su talla descomunal, pero también porque esa actividad los apasionaba y excitaba sexualmente como a fieras salvajes. Varios de sus contrincantes confesaban haber temido que los violaran en pleno cuadrilátero.
—Señor Ude...–saludó uno de ellos, inclinando respetuosamente la cabeza.
—Hola, viejo–dijo el otro, sonriendo de modo insolente aunque sincero.
Asomaba así la primera de muchas diferencias entre uno y otro. Azrabul, el más alto y fornido de los dos, tenía barba chivesca y una mirada casi diabólica que no hacía justicia a su carácter, ya que era uno de los hombres más buenos que conocía Ude, quien sin embargo lo había tratado poco. El efecto de aquella mirada sobre quienes lo enfrentaban por primera vez en el cuadrilátero era sencillamente devastador, pues se sentían vencidos de antemano. No tenía muchos sesos, pero al menos lo sabía, a diferencia, por ejemplo, de Mox, que tampoco los tenía pero se creía inteligente e instruido. Y amaba los desafíos, el combate y la acción lo que, combinado con su talla descomunal y su escaso cerebro, lo volvían una bestia salvaje e impetuosa que se guiaba por instintos y sentimientos. Eso a menudo terminaba haciéndolo un líder, por ser el primero en avanzar sin reflexionar siquiera ante eventuales peligros, arrastrando consigo a otros incapaces de detenerlo o que se embravecían ante su ejemplo o temían quedar como cobardes. Tenía dificultades para ver más allá del momento presente, por lo que, poco previsor, gastaba el dinero tan rápidamente como lo ganaba, y a menudo lo hacía en favor de otros. Tan feroz para el amor como para la lucha, si veía en peligro a alguien que amaba saltaba en su defensa arriesgando su propio pellejo. Ahora se veía muy desanimado.
Gurlok era su compañero a todo nivel, incluso el sexual, pero por lo que sabía Ude no acostumbraban hacerse arrumacos. Sospechaba que debían demostrarse su afecto de modo harto más rudo, ya que pudorosos no eran, y de haber querido besarse o abrazarse en público lo hubieran hecho. No había gran diferencia de tamaño entre ambos, y si a veces parecía lo contrario, ello se debía a la mirada feroz, cruel e intimidante en extremo de Azrabul. La de Gurlok oscilaba entre la desconfianza y la ironía. El creía poco en la bondad de la gente y lo demostraba, y en eso se parecía más a Ude. Mucho más cerebral que su compañero, habría sido, tal vez, mejor líder que él. A veces Azrabul se sometía a sus decisiones, pero eso si no lo cegaba la irreflexión y actuaba por su cuenta. Ya que no triste, a Gurlok se lo notaba preocupado.
Los tres vestían de forma muy similar ahora: mucho cuero y metal, con la salvedad de sendos ponchos rojos con bordaduras negras que llevaban a la espalda y que ya habían traído la vez anterior. Por lo demás era la primera vez, sin embargo, que Ude veía a Amsil vestido casi exactamente igual que ellos. Había que reconocer que le sentaba muy bien.
A Ude no le hacía mucha gracia tenerlos allí. Eran gente buena; demasiado tal vez, y esas suelen ser las más propensas a meterse en líos. Peor aún, a una persona mala, dañina o aburrida uno puede, como mínimo echarla; pero no a hombres buenos que confían en uno. Encima, si algo odiaba él, era aconsejar. y quizás a pedir consejo venían. Tampoco era posible exigirles refinamiento, y Ude no lo esperaba de ellos, pero los pedos de Gurlok ya eran demasiado. No conocía los de Azrabul y prefería seguir en la ignorancia: los de Gurlok hacían olvidar cualesquiera otras hediondeces corporales de aquellos dos gigantes, lo que no era decir poco.
Claro que entre su compañía o la del arquitecto descerebrado, Ude tenía muy claro de cuál prefería tener el