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      —¿De quiénes hablas?–preguntó a su vez Udjahorresne.

      —No me acuerdo cómo se llaman. Los que estuvieron en las Festividades de Skritvar el año pasado–contestó Hor.

      —Vuelven a Tipûmbue, porque los citó la Justicia. Bah, bueno, en principio sólo al que golpeó a los ricachones en las escaleras de la Biblioteca; pero he escuchado el rumor de que, además, la Justicia va a quitarles al chico que los acompaña. Por inmoralidad y mal ejemplo. Pensé que estarías enterado.

      —No. Son amigos de Ifis, no míos. Ifis al menos es refinado y culto. Esos dos son más brutos que mi suegra, además de que están completamente locos. En esto último, el chico no se queda atrás... ¿Quieres creer que está de novio con un fantasma?

      Tutmosis apretó los dientes con enojo, momentáneamente distraído de la presencia de Cinta. Otra cosa que lo hacía enojar mucho de su jefe: su tendencia al chisme. Estaba hablando de cosas de las que no sabía nada en absoluto. Él, Tutmosis, las conocía a través de una fuente muy confiable: su amigo Igu, asistente de Ude, Bibliotecario en Jefe de Tipûmbue. Tutmosis estaba obligado a guardar silencio sobre aquellos asuntos, porque a Igu le había jurado que lo haría. Pero no podía menos que pensar en ellos, porque encima acababa de aparecer ante su vista, ante uno de los puestos de enfrente, un loco disfrazado de perro y que se creía tal, y se llamaba Afre. Qué historia había tras la locura de aquel sujeto, Tutmosis lo ignoraba, pero no podía menos que recordar otra, ésa de la que hablaban Udjahorresne y Hor.

      Y de no habérselo impedido su juramento, esto hubiera dicho Tutmosis:

      Dos célebres hombres gun conocidos entre otras cosas por sus proezas en diversos certámenes de lucha beocia y por su temible aire bárbaro, Azrabul y Gurlok, habían llegado un día a la Biblioteca de Tipûmbue para hablar con Ude, el Bibliotecario en Jefe. Con ellos traían a un adolescente llamado Amsil, rescatado por ellos de los malos tratos de un posadero en un minúsculo pueblo relativamente cercano. En pocos días habían pasado a amarlo como si fuera su propio hijo, revelándole increíbles datos acerca de sí mismos; por ejemplo, que no eran originarios de este mundo sino de otro, el Mundo de los Gorzuks, desde el que habían venido pocos días atrás en busca de una enigmática Corona de Luz de cuya existencia ni siquiera estaban seguros. Y le contaron muchos más detalles, encomendándole que no olvidara nada, porque ya lo estaban olvidando todo ellos, a velocidades alarmantes y muy a su pesar, y necesitarían que alguien les recordara a qué habían venido a este mundo y desde dónde.

      Al no pertenecer a este mundo, dijeron, no tenían pasado en él; y sin embargo, falsos recuerdos de una ficticia existencia pretérita iban apareciendo en sus mentes a medida que olvidaban su verdadero pasado entre los Gorzuks: carreras de vimânas, un par de años de servicio en el Ejército de Largen e incluso sus conocidas trayectorias en el ámbito de la lucha beocia. Todo era un espejismo, ellos no habían hecho nada de eso. En sus falsos recuerdos aparecían personas con las que habían interactuado, todas de existencia real hasta donde se sabía. Lo ficticio eran sus interacciones con esa gente, pero a medida que sus cerebros aceptaban estas cosas como ciertas, la realidad y la memoria de aquellas personas se modificaban automáticamente, dando apariencia veraz a tales interacciones. Era como si el mundo simplemente se reacomodara para dar cabida a alguien que antes no estaba ahí, y obligando a todos a cambiar de lugar, sin recordar luego ese movimiento... Excepto Amsil, quien por algún motivo inexplicable seguía en su mismo sitio recordándolo todo tal como era originalmente.

      Él no era un chico desinhibido ni valiente, todo lo contrario. La falta de amor lo había hecho crecer retraído e inseguro. No tardó en comprender aterrado que cuando esa realidad cambiante terminara de reacomodarse, sólo él sabría que en realidad Azrabul y Gurlok no tenían pasado en aquel mundo, que procedían de otro y que habían pasado a este sólo para buscar la Corona de Luz, que al parecer ningún mortal podría encontrar jamás; y él no tendría cómo probarles nada de esto. Era una historia demasiado descabellada e increíble, y hubiera optado por olvidarse del asunto.

      Y a medida que Amsil añadía más detalles de esta extraña, absurda historia, ésta se desvanecía también de la mente de él. El joven, al notarlo, insistió en la importancia de consultar acerca de ella a Ude, el Bibliotecario en Jefe de Tipûmbue, para lo cual arrastró a Azrabul y a Gurlok casi a marchas forzadas de regreso hacia la ciudad. Ellos estaban acostumbrados a tales ritmos de marcha, pero no el propio Amsil. Entre aquella exigencia física autoimpuesta, sus esfuerzos por no olvidar nada hasta que hablaran con Ude y su complexión débil, el chico llegó a la Biblioteca aquejado de fiebre. Logró reponerse; pero cuando lo hizo, una nueva personalidad había nacido en él, combinación de las de Amsil y de Motmûr, y ya casi no recordaba a este último. Tal vez más tarde Azrabul y Gurlok le hubieran hablado de él, o lo hicieran en el futuro. Si no, Amsil seguiría recordándolo sólo como un muchacho muy apuesto que en sueños lo había llevado lejos, en vimâna, para casarse con él. Lo recordaría así, o lo olvidaría para siempre.

      En cuanto a Azrabul y Gurlok, habían logrado dar sentido medianamente lógico a tan descabellada historia con ayuda de Ude. Ahora sí pertenecían a este mundo. En su falso pasado en él, varias veces se habían salvado milagrosamente de morir. No habían muerto porque entonces eran ficción, pero ahora eran bien reales y la Parca podría reclamarlos cuando quisiera como a cualquier otro. Hasta entonces errarían de aquí para allá en busca de la Corona de Luz, un objeto místico imposible de ser hallado por mortales, pero en cuya búsqueda querían llegar tan lejos como pudieran.

      —Cuento esto, Tutmosis–había dicho Igu–, y no sé si locos ellos, o loco yo. Dice Ude: Todos locos.

      Y ahora, oyendo gañitar como perro a Afre, Tutmosis lamentaba haber oído de labios de Igu aquella disparatada pero en cierto modo lógica historia. Casi le daba miedo: le hacía pensar que, tal vez, un día despertaría preguntándose a qué raza de perro pertenecía el loco.

      1 Vimâna: vehículo volador para transporte de una o dos personas.

      2 Ananau: nombre de cierta popular canción aymara que por esta época gozaba de amplia popularidad en Abyayala.

      3 Gun: en la jerga popular de Largen, hombre que gustaba de otros hombres.

      4 Esfera humeante: artefacto mágico que permitía la comunicación entre personas distantes.

      5 Onironauta: literalmente, navegante de sueños. Taumaturgo que se introducía en la psiquis de otras personas para ayudarlas a resolver sus conflictos.

       1

      Los infortunios de un bibliotecario

      El viejo Ude, Bibliotecario en Jefe de Tipûmbue, se burlaba de la erudición pese a que aprovechaba

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