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es salir con muchas chicas, no encontrar una con la que casarte.

      —¿Estás loco? Me imagino con seis esposas como mis pobres amigos de mi Yemen natal. Y ve tú a saber si esa mujer cipangueña a la que busca la policía, la tal... ¿Cómo era?

      —Satsujin–sha...

      —¡Qué talento para los idiomas!... Esa. Bueno, dicen que la buscan por asesinato; tal vez mató al marido. Imagínala multiplicada por seis.

      —¡Cómo jodes con eso de las seis esposas!... Y no habría tanta restricción para entrar y salir de la ciudad si esa Satsujin–sha hubiera matado sólo al marido. Si la restricción es por ella, tiene que haber hecho algo más grave, mejor ni imaginar qué. ¿Y quién dice que debas casarte? Tener seis esposas no me molestaría, tal vez, pero con cada esposa viene una suegra, y Udjahorresne habla tantas pestes de la suya, que lo último que querría yo sería tener media docena. Y tampoco sugiero que tú las tengas. Lo que digo es que salgas una o dos semanas con una mujer, otras dos semanas con otra, y así; que estés ponga–saque, ponga–saque, ponga saque. De esa manera no sufrirás abstinencia sexual y la comunidad gun te dejará en paz, pues sabrá que son otros tus gustos.

      —No lo sé. Es otro buen motivo para ir a Guatrache : al menos por un rato dejaré de pensar tanto en Zahira. Y como habrá hermosas mujeres, quizás pueda reordenar mis pensamientos y decidir qué hacer. Bueno, Tutmosis, amigo mío, creo que mejor regreso a mi puesto: veo que ahí viene Ifis, y mejor que él no me vea a mí. Ese muchacho siempre me hace sentir muy incómodo. Te veo en otro momento.

      Y se hizo humo.

      —¡Hola, dulce!–saludó Ifis, al estar al fin frente a Tutmosis luego de lo que pareció una eternidad saludando a distintos conocidos–. ¿Llegó el kohl?

      —Sí, pero creí que tenías todavía–contestó Tutmosis.

      —Tengo. Es para avisarles a mis clientas. Ellas tenían interés–dijo Ifis, quien era peluquero de damas de la alta sociedad–. También publicité el kohl de Udjahorresne en el puesto de Bambang–añadió, guiñando un ojo–, pero no dije una palabra sobre el hermoso chico egipcio que lo ayuda en el puesto, porque Kuwat estaba presente.

      Kuwat, hermano de la hermosa Cinta y el mayor de los hijos de Bambang, era un tipo tan callado y serio que espeluznaba, sobre todo teniendo en cuenta sus conocimientos de harimau silat: un sistema de combate esrivijayano extremadamente mortal.

      —Gracias–dijo Tutmosis–. Me pregunto si ese energúmeno no me haría pedazos si supiera que miro mucho a su hermana.

      —¡Claro que no!–respondió Ifis, indignado–. Es hijo de Bambang–agregó, como si esa filiación fuera una garantía–, y en el fondo es un dulce. Soy yo el insoportable.

      —Así dicen–coincidió Tutmosis. Pese a ser muy querido, Ifis tenía unos cuantos enemigos, y de los múltiples apodos burlescos que le habían puesto, uno muy extendido era La Gata Salvaje. Además, Ifis cultivaba como deplorable deporte, precisamente, poner a prueba la paciencia de Kuwat de modo alarmante y por completo desaconsejable.

      — Kuwat me recuerda un poco a Azrabul. ¿Dónde estarán Azrabul, Gurlok y Amsil?

      —Detrás de ti–contestó Tutmosis con mucha naturalidad.

      Ifis quedó estupefacto. No me jodas, decía su mirada, pero Tutmosis no era muy afecto a bromas de esa clase, y lo observaba muy serio y señalando hacia atrás. Ifis giró al fin y comprobó que el egipcio decía la verdad: tras él, a cierta distancia, se hallaban Azrabul y Gurlok, conversando entre sí con caras largas, y Amsil, quien acababa de verlo y lo saludaba con la mano.

      El sentido del ridículo de Ifis nunca había sido muy grande y el de la discreción, menos todavía; así que Tutmosis no se asombró de verlo correr entre gritos exultantes, brincar sobre Azrabul y prenderse a éste como una gran garrapata. Se decía que estaba enamorado de él. Parecía tener tantas esperanzas de ser correspondido como las tenía Jihad de su Zahira; pero al menos ésta era muy bonita, lo que hacía un poco más entendible que el yemení no pretendiera más de ella que verla por la mañana. Pero a casi cualquier otro que no fuera Ifis, despertar y encontrarse con la cara de Azrabul hubiera hecho pensar que estaba soñando una pesadilla de monstruos. Ni siquiera era el tipo de hombre que solía gustarle al propio Ifis; y sin embargo, debía ser cierto que estaba enamorado de él, porque si bien era cariñoso con casi todo el mundo, locuras efusivas como la que acababa de hacer tampoco eran tan habituales.

      Gurlok y Amsil intercambiaron misteriosas y algo melancólicas sonrisas. Desde luego, Gurlok no estaba celoso. Azrabul y él se acostaban con otros hombres, cada uno por su lado, pero sabían que ninguno reemplazaría el lugar que cada uno de ellos ocupaba en el corazón del otro; e Ifis ni siquiera podría aspirar a una noche de sexo con Azrabul, porque ni él ni Gurlok gustaban de las mujeres, y de los hombres afeminados menos todavía. Es más: les tenían asco antes de conocer a Ifis, a quien le habían tomado cariño.

      Y justo él se abrazaba ahora con fuerza a Azrabul, que tanto necesitaba en este momento un abrazo de alguien que no fuera Gurlok ni Amsil. Era un simple abrazo de enamorado, que Azrabul tal vez no llegara a identificar como tal, aunque igual significara mucho para él. Significaba que entre tanta gente que rumoreaba que estaban locos tanto él como Gurlok, y a veces también Amsil, o sólo el chico, había al menos una persona a la que esa posibilidad lo tenía sin cuidado. Eran realmente muchos los viejos conocidos y presuntos amigos que de repente se deleitaban en estos rumores.

      Pero en realidad jamás fueron viejos conocidos ni presuntos amigos, porque no eran parte de nuestro verdadero pasado, reflexionó Gurlok. Y no quiso seguir pensando, porque ideas como aquella formaban parte de la supuesta locura de él y de Azrabul y, por lo tanto, la mayor parte del tiempo intentaba ignorarlas. Sólo las traía adrede a su mente cuando le era útil, pero incluso entonces evitaba analizarlas demasiado. Muy a su pesar, sin embargo, se le ocurría ahora que, si Azrabul y él no estaban locos, el primer contacto que habían tenido con personas reales había sido en El Pueblo Condenado, y de ellas sólo sobrevivía Amsil. Éste no contaba: de él también decían algunos que estaba loco. El segundo contacto había sido con Xallax y Auria: dos Sacerdotisas de la Madre Tierra. Imposible saber qué opinaban ellas de la supuesta locura de Azrabul, Gurlok y Amsil, porque llevaban meses sin verlas, alrededor de siete desde el horror de El Pueblo Condenado. Pero ya en Tipûmbue habían interactuado con muchas personas; y allí todo estaba como antes. Quienes nunca habían simpatizado con ellos o directamente los detestaban, tal vez se regodearan en la idea de que estaban locos; pero a los demás no parecía importarles. Había que excluir a Ude, para quien no era ninguna novedad la locura real o imaginaria del trío; pero en la Biblioteca se habían cruzado con algunos conocidos superficiales que no parecían distintos en su trato hacia ellos.

      Por ejemplo, según Ude, un cierto Urkôme, Guardia de la Biblioteca, posiblemente no era de fiar, aunque Azrabul y él habían cogido en El Prostíbulo. Ahora lo habían reencontrado

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