Скачать книгу

—le aseguró mirando a estos, pero demorándose de más en el rostro de Amy, quien no fue ajena a esa atención. Esta se volvió hacia la habitación en la que ya ha se había colado Malcom.

      Colin llevó a Arthur al gran salón de Cawdor, donde le indicó que se sentara.

      —Sentaos y descansad. Lo tenéis merecido después del rato que os he hecho pasar.

      —Bueno, un médico debe estar preparado para actuar en cualquier momento, y ante cualquier evento que surja.

      —Parece que vuestro ayudante no va a presentarse.

      —Eso me temo. Pero ya poco importa. La señorita Amy y Audrey han sido de gran ayuda.

      —¿Os apetece un trago? —le preguntó cogiendo una botella de lo que debía ser usquebaugh, el licor fuerte de aquella región, pensó Arthur asintiendo.

      —Faltaría más. En honor a vuestra hija.

      Colin le tendió un vasito hasta el borde y se lo entregó.

      —Slainte!

      —Slainte!

      Brindaron y vaciaron el contenido de un solo trago. Arthur sintió la quemazón descendiendo por su garganta hasta llegar a su estómago provocándole un acceso de tos.

      —Veo que no estáis acostumbrado al licor que se destila en esta región.

      —Hacía tiempo que no lo probaba.

      —Decidme, ¿por qué habéis venido desde la capital? ¿No había suficiente trabajo en esta? —le preguntó contemplándolo con curiosidad mientras rellenaba el vaso.

      —Todo lo contrario.

      —¿En ese caso, no os comprendo?

      —Demasiados médicos. Y demasiado ajetreo. Hemos venido buscando algo de tranquilidad, como le indicaba a Malcom antes —Arthur no iba a revelarle sus verdaderas intenciones, ni de dónde habían venido Ferguson y él. No hasta que no estuviera seguro de que seguía apoyando la causa de los Estuardo.

      —Pues os aseguro que aquí no tendréis demasiados pacientes. Tanto Inverness como los alrededores son muy tranquilos. Salvo lo que os ha tocado hoy. Pero no creo que sea lo habitual.

      —Eso me ha comentado Malcom. ¡Gracias a Dios, o de lo contrario no encontraría esa tranquilidad que vengo buscando!

      —Descuidad. La encontraréis. Aunque las cosas van a ponerse peor una vez que todas las disposiciones de Londres entren en vigor.

      Colin apretó los labios en un claro gesto de preocupación y sacudió la cabeza.

      —Eso temo.

      —¿Combatisteis en la última rebelión? —Colin hizo la pregunta sosteniendo su mirada de manera fija, sin apartarla de la de él ni un solo instante—. No hace falta que respondáis si os es incómodo. Ni en qué bando.

      Arthur asintió. Sabía que el pertenecía a los McGregor, leales al príncipe pero que había cambiado su apellido al casarse con una Campbell. Por lo tanto, salvo que hubiera cambiado de ideas, lo consideraba un aliado. Cogió el vaso que él había vuelto a rellenar y lo levantó en alto para hacer un brindis.

      —Los McGregor lo hicisteis por el rey al otro lado del mar.

      Colin se sobresaltó por un momento porque no esperaba semejante brindis. Ni tampoco que un recién llegado supiera quién era él y por quién había peleado en la rebelión. Sonrió complacido al escucharle referirse al Estuardo con aquella frase que sus seguidores habían empleado para brindar a su salud, y alzó su vaso para brindar.

      —Por el rey al otro lado del mar. Por Carlos Eduardo Estuardo —reiteró con orgullo y una sonrisa antes de que vaciar su contenido—. ¿Quién diablos sois? ¿Cómo sabéis mi verdadero clan? Podéis decírmelo, estáis entre amigos.

      Arthur se aseguró de que no hubiera oídos indiscretos en la casa. No sabía si podía confiar en los demás habitantes de Cawdor Bajó el tono de su voz hasta el susurro.

      —Pertenezco a los Stewart de Appin.

      Colin abrió sus ojos como platos al escucharlo.

      —¡Por San Andrés! ¿Qué diablos hacéis aquí? ¿Por qué habéis venido a esta región? ¿No estaríais más seguro en capital?

      —En parte. Dejé mi trabajo de médico en Edimburgo para alistarme como cirujano en el ejército del príncipe.

      —De ahí vuestra destreza a la hora de traer a mi hija al mundo —sonrió complacido porque él le estuviera confiando su secreto.

      —Sí. Aunque admito que nunca antes asistí a un parto —le confesó con naturalidad.

      —Supongo que habréis visto toda clase de heridas si combatisteis en la última rebelión.

      —Suponéis bien.

      —¿Estáis huyendo de los casacas rojas?

      Había un toque de preocupación en el tono y en la mirada de Colin, que Arthur se apresuró a borrar.

      —No. Ferguson y yo hemos llegado de París, donde coincidimos con el príncipe y sus más leales allegados. Por eso sé quién sois. El hecho de que una Campbell se haya casado con un McGregor no ha pasado desapercibido para su majestad. Aunque se encuentre en el continente.

      —¿Habéis estado con Carlos Estuardo?

      —Así es.

      —¿Y por qué habéis vuelto? Ya os digo que la vida que vais a llevar en Inverness, no va a tener nada que ver con la que llevaríais en París.

      —Lo sé.

      —Entonces, ¿qué hacéis aquí? Escocia no es la nación que conocíamos —le dijo con un tinte de amargura.

      —Pero vos encontrasteis algo que ha merecido la pena. Una esposa, una hija y un hogar. No es tan malo a mi modo de ver.

      —Cierto. Pero no fue nada fácil conseguirlo. No quise marcharme de esta tierra porque es parte de mí. No podría vivir en otro lugar.

      —Por ese mismo motivo hemos vuelto Ferguson y yo. La echábamos de menos, como acabáis de decir.

      Colin sonrió con cierta amargura.

      —Me alegra saber que sois leal a la causa, aunque se perdiera a pocas leguas de aquí, en el páramo de Culloden.

      —No vale la pena lamentar lo sucedido. No tiene sentido. Confío en vuestra discreción —le dijo mirando a Colin con firmeza.

      —No os preocupéis. Aquí no correréis peligro. Estáis entre amigos, ya os lo he dicho. Los Campbell ya no son el clan que era antaño. La nueva política de Londres para las Tierras Altas y para todos los clanes ha hecho recapacitar a muchos.

      Arthur levantó la mirada para fijarse en la persona que se dirigía hacia ellos. Se levantó de inmediato con gesto de educación y se quedó contemplándola con interés y curiosidad.

      Colin hizo lo propio al ver a Amy dirigirse a ellos.

      —¿Algún inconveniente con Brenna? —preguntó Colin.

      —No. Descansa de manera plácida después de dar de comer a la niña —respondió pasando la mirada por los rostros de los dos hombres—. Solo bajé por si quieres ir con ella.

      —Id. Hoy en un día feliz para Cawdor y los Campbell —le anunció Arthur haciendo un gesto con la cabeza.

      —Tenéis razón. Y gracias a vos. Seguiremos charlando.

      —Como gustéis.

      En un momento, Arthur se encontró a solas con Amy, que parecía algo dubitativa. Algo que le llamó la atención porque no la tenía por una muchacha temerosa, a juzgar por cómo se había comportado con él. No quería hacerle pasar un mal rato por quedarse callado mientras la contemplaba.

      —Celebro

Скачать книгу