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      El orgullo de una Campbell

      Edith Stewart

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      Primera edición en ebook: Noviembre, 2020

      Título Original: El orgullo de una Campbell

      © Edith Stewart

      © Editorial Romantic Ediciones

       www.romantic-ediciones.com

      Diseño de portada: Olalla Pons - Oindiedesign

      ISBN: 9788417474935

      Prohibida la reproducción total o parcial, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, en cualquier medio o procedimiento, bajo las sanciones establecidas por las leyes.

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      1

      París.

      1746.

      —Estoy pensando en regresar a casa.

      Arthur lo dijo sin más preámbulos. Mirando por el ventanal del salón y como si estuviera haciendo referencia al clima de ese día en la ciudad del Sena. Pero las consecuencias de esa afirmación podrían ser más nefastas que hablar del tiempo en París.

      —¿Qué demonios…? —Ferguson se atragantó con la copa de vino que degustaba en el momento en que escuchó a su amigo decir semejante disparate.

      —Creo que es el momento de hacerlo.

      —¿Te has vuelto loco? Nunca será una buena ocasión para regresar al hogar. Sácatelo de la cabeza, ¿querrás?

      —No. ¿Por qué? —Arthur se giró para contemplar a su amigo con un gesto que dejaba claro que no comprendía a qué venía su pregunta.

      —¿Cómo que por qué? A penas ha pasado un año de la finalización de la guerra. Tras la que te recuerdo que nos vimos obligados a huir siguiendo al príncipe. No puedes estar hablando en serio. Y más en este momento en el que las condiciones de paz impuestas por Londres a toda Escocia y todos sus clanes, entrarán en vigor en breve.

      —Ya lo sé —refirió Arthur sacudiendo la mano en el aire para restar importancia a todo lo referido por Ferguson—. Sigo sin creerme cómo logramos salir de aquella matanza del páramo de Culloden, y llegar hasta aquí.

      —Pues por eso mismo lo digo. Los jacobitas están mal vistos en las islas. Ni qué decir de los clanes escoceses.

      —Es injusto que los que combatieron por el rey Jorge se vean ahora condenados a pagar un alto precio. El mismo que los que defendimos la causa del Joven Pretendiente.

      —Ya, pero las normas las dictan los vencedores. Es mejor no tentar a la suerte. Mira que el diablo siempre está escuchando y en una de estas… —El gesto de Ferguson fue lo bastante significativo como para que Arthur comprendiera lo que quería decir.

      —¿Piensas que no llevo tiempo dándole vueltas en mi cabeza a mi regreso al hogar? No se trata de una idea banal.

      —Pero no puedes hacerlo. En cuanto pongas un pie en tus tierras, te reconocerán, te apresarán y te ahorcarán sin celebrar juicio alguno.

      —No pienso ir a mis tierras como comprenderás.

      —¿Y entonces qué diablos piensas hacer? Te recuerdo que nuestro clan combatió a favor del Joven Pretendiente. Eso por no mencionar tu otro asunto privado —Ferguson expresó una mueca de ironía.

      —¿Te refieres a…?

      —Sí. A ese famoso personaje que espiaba en favor del príncipe Carlos.

      —Tampoco pueden relacionarme con ese nombre.

      —La Escarapela Blanca —resopló Ferguson—. Solo haría falta que alguien además de reconocerte como un jacobita te asociara a ese nombre.

      —Eso quedó atrás. Sirvió para la causa. Nada más. Se desvaneció como la bruma matinal al salir el sol.

      —Eso te piensas tú. ¿Y dónde has pensado esconderte? ¿Y de qué vas a vivir? Aunque sé que tenemos dinero de sobra.

      —He pensado establecerme en el norte.

      —¿Te refieres a las Tierras Altas? —Ferguson arqueó una ceja con cierta desconfianza, al igual que el tono de su pregunta.

      —Sí. En la capital. En Inverness.

      —Mala elección —le aseguró chasqueando la lengua y sacudiendo la cabeza sin terminar de verlo claro.

      —¿Por qué? Estamos alejados de nuestras propias tierras en el sur de estas.

      —El norte es de los Campbell. No hace falta que te diga más.

      —¿Y qué problema hay?

      —¿Cómo qué…? Estos lucharon en favor del rey Jorge con su milicia. No apoyan la causa del joven príncipe Carlos. ¿Vas a meterte en una ratonera? Casi es mejor regresamos a casa.

      —Allí nadie tiene por qué sospechar de dos hombres del clan Stewart Appin.

      —Espero que al menos no pretendas emplear el nombre de nuestro propio clan. Solo faltaría que te presentaras como Arthur, de los Stewart de Appin —ironizó Ferguson resoplando.

      —Buscaremos un clan leal a Londres.

      —Bien. ¿Y qué haremos? Te lo he preguntado antes.

      —Establecerme como médico. Y tú volverás a ser mi ayudante. Ya lo eras en la capital antes del comienzo de la guerra. ¿Te acuerdas de nuestra pequeña consulta en Edimburgo? Y luego nos alistamos en el ejército del joven príncipe. Y, además, tampoco creo encontrarme con mucho trabajo en esa región, ¿no?

      —¿Y si alguien nos reconociera? —protestó Ferguson mirando a su amigo con los ojos abiertos como platos.

      Arthur se colocó un par de lentes.

      —¿Qué tal?

      —Bueno, es verdad que tienes aspecto de intelectual, puedes pasar por un médico. Quiera el Señor que no se presente en tu consulta alguien no deseado.

      Arthur sonrió viendo a su amigo levantar la mirada hacia lo alto y juntar sus manos como si estuviera rezando una plegaria.

      —Tú lo has dicho antes. Hace casi un año que abandonamos Escocia. El tiempo cambia a las personas. Además, nunca hemos estado en Inverness, ni en los alrededores. Tendré que informarme acerca de los Campbell que habitan allí, ¿no crees?

      —¿No estarás pensando en ir a presentarte ante ellos? —Ferguson entrecerró los ojos escrutando el rostro de Arthur en busca de una aclaración.

      —Tarde o temprano tendré que hacerlo, ¿no crees? De todas maneras, no voy a estar metido en su casa. No te inquietes.

      —Mejor sería que dijeras en su castillo —Arthur frunció el ceño al escuchar esa palabra—. Son dueños de Cawdor en las tierras de Moray.

      —De acuerdo. Ya nos iremos informando cuando lleguemos. Y del resto de la población. Sería mejor arreglarnos para la velada de esta noche. Con toda seguridad, será la última en París antes de volver a casa.

      Arthur sentía la imperiosa necesidad de volver a su patria. Era cierto que poco o nada tendría que ver con la que él había conocido. Solo esperaba que estuviera algo mejor que cuando se vio obligado a abandonarla herido en su orgullo tras el fiasco de Culloden.

      La fiesta en casa de una de las muchas simpatizantes del príncipe Carlos Estuardo en París estaba animada. Arthur y Ferguson llegaron cuando esta, ya había dado comienzo. No les gustaba ser de los primeros en aparecer. De manera que cuando hicieron su entrada la gente estaba enfrascada en sus conversaciones o bien bailando gracias a la música de un cuarteto de cuerda.

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