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de parto de su primer hijo y todos en el castillo iban y venían sin saber qué hacer. Ella permanecía acostada en la cama en su habitación mientras Amy y Audrey ponían paños de agua en su frente.

      —Deberíais ir en busca del doctor McGillvrai. Él sabrá qué hacer —le sugirió la primera a Malcom.

      —Iré yo —intervino Colin—. No podemos demorarnos más.

      —La señora está de parto, señor —le aseguró Audrey algo temerosa de la situación en la que se encontraban.

      —¿No tienes idea de cómo traer a la criatura al mundo? —Preguntó Amy mirando al sirviente con los ojos abiertos como platos—. Pensaba que habías ayudado a nuestra madre cuando nos dio a luz a mi herma y a mí.

      —Con la ayuda del médico.

      —En ese caso, sería mejor ir a por él. Colin… —Amy volvió la atención hacia este, pero ya había salido de la habitación.

      —Se ha marchado a Inverness a buscar a McGillvrai en cuanto lo habéis dicho —le comentó Malcom.

      —Debería haber ido antes. En fin, será mejor que nos ocupemos nosotras de Brenna mientras el doctor llega. Confío en que lo haga a tiempo —resopló para apartar de su rostro algunos mechones y miraba a Brenna—. Tranquila, todo va a salir bien. El médico está en camino.

      —Pues espero… que… llegué a tieemmmmpoooo —dijo apretando los dientes debido a las contracciones.

      Arthur y Ferguson recorrían la casa localizando las principales habitaciones, la cocina y demás antes de instalarse. Por último, echaron un vistazo a lo que parecía ser la consulta donde el anterior doctor recibía a los pacientes.

      —No es gran cosa —comentó Ferguson pasando la mirada por el austero cuarto.

      —No es como en Edimburgo, claro está. Pero tampoco es el campo de batalla, no lo olvides.

      —Con dedicación y tiempo podremos irlo acondicionando a nuestro gusto.

      —Sí, no me cabe la menor duda. Además, presiento que tendremos tiempo para hacerlo. La casa está en muy buenas condiciones por lo que he visto.

      —Supongo que el médico no tendría mucho que hacer, excepto pasar consulta.

      —Y si contaba con personal de servicio que se encargara de ello…

      —Si, tanto Trevelyan como Rockford nos lo han comentado.

      —Eso es, un ama de llaves, una cocinera, alguien que limpie. No sé… Un grupo de personas que lleven la casa. Es lo suyo. Esperemos a que nos los envíen.

      El sonido de la aldaba repicando en la puerta de manera insistente captó la atención de los dos hombres.

      —¿Ya sabe la gente que hay un nuevo médico en Inverness? —preguntó Ferguson sin salir de su asombro.

      —Veámoslo —dijo caminando a abrir ara encontrarse a un hombre con el rostro algo desencajado, nervioso y que lo contemplaba extrañado—. ¿Qué quiere?

      —Busco al doctor, McGillvrai. Mi esposa se ha puesto de parto. Creemos que dará a luz de un momento a otro.

      —Está bien, tenga calma. Yo soy el nuevo médico de Inverness. McGillvrai lo dejó.

      —¿Usted? —Colin McGregor frunció el ceño y sacudió la cabeza. Estaba aturdido por todo lo que estaba pasando—. Está bien. Supongo que sabrá lo que hay que hacer en estos casos.

      —Pase un momento mientras recogemos el instrumental. Este es mi ayudante, Ferguson.

      —Tanto gusto señor, aunque la situación apremie —le dijo este a Colin.

      Arthur regresó con su maletín de médico del que no se había separado ni en París. Suponía que le bastaría ya que nunca había asistido a un parto. Pero no se lo confesaría al futuro padre dado sus nervios.

      —Vayamos.

      —¿Tienen caballos? —les preguntó al verlos quedarse de pie en la entrada de la casa contemplando al suyo.

      —La verdad es que no. Acabamos de llegar a Inverness, y no hemos tenido ni tiempo de instalarnos, propiamente dicho.

      —Está bien. Suba usted. No hay razón para andar buscando una pareja para los dos —le dijo a Arthur—. Su ayudante puede alquilar uno en los establos, si lo prefiere y dirigirse al castillo de Cawdor. Quedan fuera de la ciudad. No tiene perdida. Si lo hace, pregunte por este. Sabrán dirigirlo.

      —Haz lo que veas más apropiado Ferguson. O bien quédate y vete echando un vistazo al resto de la casa.

      —Está bien. Iré a Cawdor tan pronto como encuentre un caballo.

      Arthur permaneció pensativo durante unos segundos en los que trataba de centrarse en lo que estaba sucediendo. No se habían instalado en la casa y ya tenía una paciente que estaba de parto. Y nada menos que en Cawdor, el hogar de los Campbell. Si no recordaba más las conversaciones que había mantenido en París con George Murray y con el príncipe, aquel hombre debía ser Colin McGregor, el esposo de Brenna Campbell. Su historia corría como el fuego sobre la pólvora por los salones de la sociedad parisina y entre los leales seguidores del príncipe. No dejaba de ser curioso que una Campbell y un McGregor se hubieran casado, y al aparecer estuvieran esperando un hijo.

      No intercambiaron ni una sola palabra durante el viaje a Cawdor. Solo cuando Colin McGregor detuvo su caballo en la entrada del castillo y un tipo alto de aspecto rudo lo sujetó por las riendas.

      —Seguidme.

      Arthur no se detuvo a contemplar la majestuosidad del interior que lo rodeaba, sino que se limitó a subir las escaleras de madera, de dos en dos, hasta el piso superior. Antes de llegar al último peldaño ya podía escuchar los gritos de dolor de la mujer. La señora de Cawdor, la jefa del clan Campbell en aquella región. En otras circunstancias habría tenido más cuidado con dónde se metía. Pero la ocasión no era propicia para titubeos. Además, contaba con el marido, un jacobita.

      —Por aquí.

      Las puertas de la habitación se abrieron de par en par provocando el sobresalto en las dos mujeres que atendían a Brenna.

      —Aquí está el doctor —anunció Colin haciéndose a un lado para dejar pasar a Arthur.

      —Buenas, ¿cómo se encuentra? —preguntó mirando a la mujer, cuyo rostro y cabello estaban empapados en sudor.

      —Pero este no es el doctor McGillvrai —dijo Amy paseando su mirada del rostro de recién llegado a Colin en busca de una explicación.

      —Ya no ejerce. Este es el nuevo médico de Inverness —resumió su cuñado señalando a Arthur, que se había despojado de su chaqueta y se subía las mangas de la camisa.

      —Necesito agua caliente, trapos, y que la habitación esté caldeada —dijo señalando el hogar que había esta.

      Amy permanecía paralizada observando a Arthur hacer su trabajo.

      —¿Sois el nuevo médico? —entrecerró sus ojos sin apartarlos de este.

      —Lo soy. Mi ayudante y yo acabamos de llegar a Inverness. Respirad, señora. Respirad.

      —¿De dónde venís? —Amy entrecerró sus ojos y cruzó los brazos escrutándolo como si no se fiara de él.

      —De la capital. De Edimburgo —Arthur atendía a Brenna al tiempo que respondía a las preguntas de aquella curiosa joven de cabellos negros y ojos claros e inquisidores.

      —¿Tenéis experiencia en traer niños al mundo? Dejad que os diga que me parecéis muy joven para ser un médico —le refirió con un toque de sarcasmo que provocó en él una mueca irónica.

      —¡Amy! Deja hacer al médico su trabajo —le comentó Colin mirando a esta preocupado por la situación de Brenna, y ofendido por sus preguntas.

      —No

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