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confesó con una media sonrisa.

      —Cierto, ahora es cuestión de comer y dormir para ella. Yo me quedaré esta noche en el castillo a petición de vuestro esposo y de vuestra hermana, la cual ha insistido en ello —sonrió al pensar en ella una vez más.

      —Es de agradecer, señor —comentó Audrey fijándose con atención en el gesto de él cuando se refirió a la hermana pequeña de su señora.

      —¿Amy os ha pedido que os quedéis? —le preguntó Brenna mirándolo con el ceño fruncido sin entender nada.

      —Sí. Veamos a la pequeña. Le ha dado de mamar, ¿verdad? —preguntó centrando su atención en la criatura, que dormía de manera plácida en su cuna.

      —Sí. No veáis el hambre que tenía —comentó Brenna con una ligera sonrisa.

      —Vos también deberías tomar algún caldo. Os vendrá bien para iros reponiendo —luego miró a Audrey—. ¿Podríais encargaros de ello?

      —Sin duda que lo haré. Pediré en la cocina que lo preparen.

      —Gracias. Por lo demás, mantened la habitación caldeada, para que ni la niña ni vos cojáis frío. Veo que os habéis cambiado de camisón.

      —Estaba empapado en sudor por los esfuerzos —le comentó Audrey—. Le ayudé con ello.

      —Perfecto. Si me necesitáis, mandadme llamar. Permaneceré aquí hasta mañana, si todo marcha bien.

      —Gracias.

      —No olvidéis darle un caldo —miró a Audrey para recordarlo.

      —Ahora mismo.

      Arthur salió de la habitación y resopló mientras descendía las escaleras hacia la planta baja donde volvió a ver a Amy. Esta levantó la mirada atraída por la curiosidad de saber quién bajaba, y él sonrió al verla preparándose para lo que tuviera que decirle.

      Cuando ella lo vio sonreír se quedó al pie de las escaleras, contemplándolo bajarla con la mirada entornada con cautela.

      —¿Por qué os quedáis mirándome y sonreís? —le preguntó con un toque de advertencia, que no pasó desapercibido para él.

      —Oh, ha sido más bien una especie de acto reflejo cuando os he visto.

      —¿Por verme? ¿Qué queréis decir? —Amy cruzó los brazos sobre su pecho y arqueó una ceja con suspicacia. No iba a ceder ni un ápice. Se había disculpado, pero ello no significaba que fuera a permitirle reírse de ella.

      —Me preguntaba con qué clase de comentario ibais a sorprenderme esta vez.

      Arthur se quedó contemplándola desde el primer peldaño de la escalera, lo que le obligaba a bajar su vista hacia su rostro. Volvió a detenerse en el color claro de sus ojos, que parecían ganar luminosidad a cada segundo que los contemplaba. Su tez pálida contrastaba de manera notoria con su cabello negro como la noche. Lo llevaba recogido de una manera improvisada, dejando varios mechones libres cayendo a ambos lados de su rostro.

      —¿En serio? ¿Y qué esperabais que os dijera? —Lo recorrió de pies a cabeza con su mirada y un toque irónico en su voz.

      —No lo sé. Porque después de nuestros dos encuentros, no sé qué esperar de vos.

      —Oh, bueno. Ya os pedí disculpas…

      —E insististeis en que permaneciera en Cawdor esta noche.

      —Para velar por la salud de mi hermana y mi sobrina —le reiteró encarándose con él sin perderle la mirada. No estaba dispuesta a dar un paso atrás. Era una Campbell. Y eso era decirlo todo en aquellas tierras del norte. Pero todo se complicó cuando él descendió el último peldaño de la escalera y a punto estuvo de trastabillarse con ella por querer mantener su posición.

      Arthur reaccionó de manera rápida al verla retroceder sin mirar atrás, sujetándola antes de que pudiera caerse.

      Amy experimentó como su pulso parecía ganar velocidad. Abrió los ojos como platos y dejó escapar un chillido por entre sus labios. No sabía si el vuelco en su pecho se debió a que estuvo a un paso de caerse o a la proximidad de él cuando se inclinó sobre su rostro de manera casual. Amy frunció el ceño y entornó su mirada con precaución.

      Audrey fue testigo de la escena desde lo alto de la escalera. Y en vez de bajar esta decidió quedarse observando a ver qué sucedía con la joven Campbell y el doctor.

      —Disculpad, no pensé que…

      —¡Casi os abalanzáis sobre mí! —le espetó ella con el rostro encendido por el sofoco que le había provocado la cercanía de él—. ¿En qué diablos estabais pensando?

      —No era mi intención. No pensé que fuerais a quedaros ahí cuando visteis que yo bajaba. De todas maneras, os pido disculpas si os asusté.

      —¿Qué demonios pretendíais? ¿Asustarme? ¿A una Campbell? —entrecerró los ojos como si lo fulminara con su mirada mientras su rostro se encendía y su cabello se liberaba por completo de su recogido. Cruzó sus brazos sobre su pecho como si de una barrera se tratara. De ese modo, no se atrevería a acercarse, se dijo ella segura de sí misma.

      Arthur boqueó sintiendo la boca seca al ver aquella imagen ante él. Aquel genio; no mejor, aquella furia de los Campbell en todo su esplendor. Por un instante se sintió confundido por la belleza sin igual que tenía el privilegio de contemplar. Si en un primer momento ella le había llamado la atención por su labia, en ese momento no le cabía la certeza de que era una muchacha muy atractiva.

      —Solo quería ponerme a vuestra misma altura.

      —¿A mi altura? Pero, ¿de qué…?

      —Oh, vamos. Estaba en una situación ventajosa subido en el peldaño de la escalera. Solo pretendía que los dos estuviéramos… Me sentía incómodo por vos.

      Ella elevó las cejas sorprendida por ese comentario.

      —¿Por mí?

      —Estabais ahí de pie, mirándome con el mentón alzado. No me hace gracia que me miren de esa forma.

      —Oh, de manera que al doctor no le gusta que le miren con el mentón elevado —comentó con ironía y una mueca cínica. Pero no esperaba lo que iba a suceder a continuación—. Oohhhh, pero ¿qué…?

      En un gesto inesperado por ella, Arthur la cogió por la cintura entre pequeños chillidos y exclamaciones por parte de ella y la depositó en el peldaño de la escalera. Sonrió satisfecho cuando su mirada quedó a la misma altura que la de ella.

      —Ahora sí.

      —¿Por qué lo habéis hecho? ¿Y quién os dado permiso para ponerme una mano encima? Soy una Campbell —le refirió orgullosa de serlo en todo momento. Lo desafió no solo con la mirada, sino con el mentón elevado una vez más.

      Arthur se fijó en ella con inusitada atención. El cabello le caía en ondas sobre los hombros y el rostro otorgándole un aspecto genuino y exquisito. No entendía por qué diablos se estaba fijando en ella de aquella forma. Pero debía admitir que durante los años que había permanecido en Francia, no había conocido a una muchacha tan impetuosa y locuaz como ella.

      —Bueno, lo he hecho porque de este modo ambos estamos al mismo nivel para conversar. Y soy consciente de que me encuentro en la residencia y los dominios del clan Campbell. No hace falta que me recordéis a cada momento quién sois —le dijo con una sonrisa divertida cruzando sus brazos perdido en aquella mirada luminosa llena de rabia y desconcierto.

      —Temo que sois incorregible. Estoy pensándome si he hecho bien en pedirle a Colin que os quedéis esta noche.

      —Pero… fuisteis vos la que me lo pidió primero —le recordó observando como ella abría la boca para rebatirlo, sin duda, pero la cerró al comprender que no le estaba diciendo nada que no fuera real—. ¿Y qué me decís de vuestra hermana y vuestra sobrina? ¿No

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