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      —Aquí tenéis el agua y trapos limpios —le dijo Audrey.

      —Me gustaría que hubiera el menor número de personas en la habitación —dijo echando un vistazo por encima del hombro hacia Colin, y al mismo hombre que había recogido el caballo al llegar a Cawdor.

      —Yo me quedo —dijo resuelta Amy retando con su mirada al nuevo médico.

      —No esperaba menos de vos, señorita… —se quedó callado contemplándola por encima de sus anteojos a la espera de que le hiciera el honor de decirle su nombre.

      —Amy Campbell —le respondió segura de sí misma en todo momento. Con orgullo y determinación.

      —De manera que sois la hermana de nuestra futura madre.

      —Así es. Y futura tía de la criatura.

      —En ese caso, seréis mi ayudante Amy Campbell, ya que al parecer Ferguson, el hombre que me ha acompañado desde la capital, no ha encontrado un caballo en Inverness para llegar hasta aquí. Y esto no puede demorarse por más tiempo.

      —Como queráis… —balbuceó al escuchar aquella petición tan sorprendente e inesperada. Sintió el sudor frío recorriendo su espalda, y el nudo que se cerraba en su garganta.

      —Cerrad la puerta y procurad que nadie entre —le pidió a Audrey—. Pero vos quedaos Amy, podría necesitaros —le aseguró con una mirada y una sonrisa divertidas.

      —Como gustéis, señor.

      —Está bien Brenna, vamos a ello. Seguid respirando —le pidió mientras se colocaba delante de ella y se disponía a traer al mundo una criatura. Cogió aire y fijó su atención entre los muslos de la muchacha. No recordaba haberse puesto tan nervioso en todos los años que llevaba ejerciendo la medicina. Había visto fracturas, había amputado miembros, suturado infinidad de heridas durante la rebelión, pero nunca había atendido un parto—. Amy sujetad a vuestra hermana. Y vos, Brenna empujad un poco.

      Esta le dio la mano para que se aferrara a ella. La veía sudar de manera copiosa. Su cabello pelirrojo y sus ropas estaban húmedas, el rostro enrojecido de los esfuerzos que estaba haciendo. Notó cómo le clavaba las unas con cada empujón que daba. Se fijó en el médico y cómo se centraba en hacer su trabajo. Fruncía el ceño como si estuviera preocupado por el devenir del momento. Él también sudaba por la frente, gotas de sudor resbalaban por su rostro y mojaba sus sienes. Resopló antes de comenzar a sonreír.

      —Bien, ya casi está Brenna. Un último empujón.

      Esta apretó los dientes hasta creer que se los iba a partir y agarró con una mano a Amy y con la otra a Audrey, lanzando un alarido que debió escucharse en todo el castillo, al que le siguió el llanto de una criatura.

      Arthur sonrió complacido cuando tuvo a la pequeña en sus manos. Cogió un paño y la envolvió para dársela a Amy.

      —Encargaos de limpiar a vuestra sobrina. Enhorabuena señora Campbell, tenéis una niña que al parecer tendrá el mismo color de pelo que vos. Y unos buenos pulmones.

      Brenna trataba de controlar su pulso y su respiración.

      —¿Una niña? —resopló abriendo los ojos como platos.

      —Sí, Amy la está lavando. En un momento la tendréis con vos. Audrey, llevaros todo esto mientras yo termino con la madre —le dijo señalando los trapos que ya no eran necesarios—. Podéis darle la noticia al padre. Y decidle que en breve podrá ver a las dos

      Arthur procedió a concluir su trabajo con una sonrisa de satisfacción. Se inclinó sobre el hogar para atizar el fuego para que tanto la madre como la niña no se quedaran frías.

      Amy terminó de limpiar a la pequeña y se la entregó a su hermana.

      —Mira qué cosa más linda —le dijo depositándola junto a ella mientras Arthur terminaba de lavarse las manos y recoger los restos que todavía quedaban esparcidos por la habitación. Luego se quedó mirándolas—. Creo que iré a decirle a vuestro esposo que ya puede pasar.

      Desvió su atención hacia Amy, quien en ese momento lo estaba contemplando con una extraña mezcla de curiosidad y admiración por lo que había hecho. Permanecía inmóvil junto a los pies de la cama sin saber si debería pedirle disculpas por haber dudo de él.

      —Enhorabuena, tenéis una hija preciosa —le dijo Arthur nada más salir de la habitación y encontrar a Colin allí junto al otro hombre.

      —Eso me ha dicho Audrey cuando salió. ¿Se encuentran bien las dos?

      —De momento sí. Vuestra esposa está consciente, y vuestra hija dormida. Podéis pasar a verlas.

      —Gracias doctor. No os marchéis todavía —le pidió sujetando su mano entre las de él.

      —Descuidad. Estaré un buen rato por aquí.

      El otro hombre se quedó contemplándolo en silencio antes de dirigirse a él.

      —Lo vuestro si es que llegar a tiempo, doctor. Soy Malcom. Durante años fui la mano derecha de la señora. Ahora a tiene quien se ocupe de ella —le refirió haciendo un gesto con el mentón hacia la puerta.

      —Supongo que ahora la seréis de él. O tal vez de la joven y locuaz Amy —le dijo sin poder ocultar la sonrisa que le provocaba pensar en esta.

      —Veo que la habéis conocido.

      —Sin duda. Ha sido mi ayudante en el parto.

      —Os aseguro que Amy no necesita a alguien como yo a su lado para que la aconseje. Se basta ella sola.

      Fue esta la que salió de repente de la habitación y se quedó clavada en el sitio cuando descubrió la presencia de Arthur junto a Malcom. Por un instante se sintió algo turbada y confusa. Se humedeció los labios y asintió.

      —Todo ha salido bien, ¿verdad?

      Arthur asintió con los labios apretados. No había tenido un momento para fijarse con atención en la muchacha desde que la vio en la habitación. Pero en ese momento que lo hacía no podía si no sonreír por su aspecto. Tenía el rostro encendido, algunos cabellos fuera de su recogido, los labios entre abiertos y una mirada despierta, pero con cierta culpa.

      —Siento haberos echado en cara vuestra juventud y…

      Malcom miró a Amy molesto porque le hubiera dicho semejante disparate. Claro que no le sorprendía el carácter de la muchacha. Cuando Arthur vio el gesto en el rostro de este se apresuró a quitarle hierro a la situación.

      —No os preocupéis por eso ahora. Es lógico que al verme llegar a mí y no al doctor McGillvrai tuvierais dudas. Pero no creáis que soy demasiado joven. Llevo más de cinco años ejerciendo. Tal vez os confundieron mis gafas —le dijo intentando quitarle hierro al asunto.

      —¿Qué hacéis en Inverness? —le preguntó Malcom tratando de apartar la atención de Amy.

      —Escapar del bullicio de la capital. Buscaba un lugar más tranquilo para ejercer.

      —Pues os aseguro que aquí vais a encontrarlo. Desde que terminó la guerra no hay muchos sobresaltos de los que debáis preocuparos.

      —No estaría tan seguro después de este recibimiento —ironizó con una sonrisa y señaló la habitación donde descansaba Brenna con la niña—. Todo ha salido bien, ¿verdad? —Hizo la pregunta desviando la mirada hacia la joven Campbell que permanecía allí todavía con ese gesto de culpa en su rostro.

      —Gracias a vuestro trabajo —le aseguró con una tímida sonrisa.

      Arthur se sintió incapaz de apartar la mirada de ella. Sin duda que le había llamado la atención desde que entró en la habitación para atender el parto. Y solo cuando escuchó la puerta abrirse a su espalda la desvió hacia Colin McGregor.

      —Está descansando. ¿Queréis pasar a verla?

      —Más

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