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que se sentaran.

      Arthur se fijó en la sobriedad del lugar. A penas si contaba con mobiliario y comodidades. Pero era algo esperado después de la guerra. A pocas leguas estaba el páramo de Culloden, donde el sueño jacobita había encontrado su fin.

      —Bien, señor…

      —Munro —le dijo haciendo alusión a uno de los clanes que habían apoyado al gobierno de Londres en la rebelión.

      —Bien, señor Munro…

      —Si no le importa prefiero Arthur.

      —Como guste. Así que es usted doctor.

      —Exacto. Cirujano más bien.

      —¿De dónde viene?

      —Venimos de la capital.

      —¿De Edimburgo? —Aquel dato no pasó desapercibido para el tal Trevelyan que se recostó contra el respaldo de su silla, entrelazó sus manos en su regazo y miró con atención a aquellos dos hombres.

      —Tengo los documentos que lo acreditan, si tiene alguna duda —Arthur extrajo un legajo de papeles de cuando estuvo ejerciendo como médico en la capital escocesa. Años antes de que estallara la rebelión. Luego, se adscribió al ejército del príncipe como médico. De igual modo le mostró los documentos de sus estudios de medicina realizados en la universidad de Oxford.

      Trevelyan no vaciló en cogerlos y echarles un vistazo no fuera a ser un impostor. Después de la rebelión de los Estuardo uno no podía fiarse de nada ni de nadie. Muchos jacobitas intentaban hacerse pasar por leales seguidores a la corona. Y cosas por el estilo.

      Arthur y Ferguson contemplaron como los revisaba y al final asentía.

      —Todo parece en orden. ¿Puedo saber por qué habéis venido desde la capital a esta región?

      —Buscamos un cambio.

      —Ya. Pero, imagino que el trabajo no os faltaría en Edimburgo. Y más con vuestra formación en Oxford, la primera universidad fundada en Inglaterra.

      —Cierto. La población es superior a Inverness, pero también la proliferación de médicos.

      —Entiendo. Bien, pero sabed que tendréis que desplazaros por la región. Esto no es la capital. Como supondréis.

      —Sí señor. No es problema. Necesitamos un cambio después de estos últimos años tan turbulentos en la capital de la nación.

      —Entiendo. La rebelión no ha dejado a nadie indiferente. ¿Cómo marchan las cosas por allí?

      —Mejor de lo esperado. Debo decir que fue bastante turbulento el momento en el que los jacobitas la tomaron. Pero todo se normalizó cuando este y su seguidores siguieron su camino.

      —¿Es cierto el príncipe Estuardo estuvo allí?

      —Oh, sí señor. Se alojó en el palacio de Holyrood. Luego, como le decía, prosiguió su camino hacia el sur del país.

      Hubo un momento de calma en el que los tres hombres parecían estarse estudiando. En especial Trevelyan. No apartaba su atención de los dos recién llegados. Por fin asintió, resopló y se incorporó apoyando los antebrazos en la mesa.

      —Bien, debo decir que todos estamos de enhorabuena —comentó este con una sonrisa—. Nuestro anterior doctor lo ha dejado hace poco. Y tanto la ciudad como los alrededores necesitan un nuevo médico. Y parece ser que la fortuna nos sonríe a ambos, como le decía. No tendré necesidad de buscar uno, sino que este ha venido a mí —sonrió ante este comentario.

      —Es toda una casualidad.

      —Sin duda, sin duda. Pueden establecerse en la casa que ocupaba el anterior doctor. También le servía de consulta. Se encuentra a las afueras de Inverness, pero no muy lejos. Se puede llegar dando un paseo. Pediré a Rockford que los acompañe para que se instalen y vean lo que necesitan. Supongo que tendréis que poneros al día con los pacientes del doctor McGillvrai.

      —Sin duda. Necesitaré toda la información posible para ponerme al día.

      —Imagino que todo eso pueden hallarlo en su casa, en su despacho… —dijo agitando una mano en el aire.

      Arthur y Ferguson lo vieron levantarse de la silla y caminar hacia la puerta para llamar al secretario. Le escucharon murmurar algunas palabras y luego volverse hacia ellos.

      —Rockford los acompañará. Pueden instalarse y después darse una vuelta por la ciudad para irse familiarizando. Yo me encargaré de avisar al personal del servicio con el que contaba la casa.

      —Sin duda que lo haremos. Ha sido muy amable señor Trevelyan.

      —Ya tendremos tiempo de seguir conociéndonos.

      Arthur asintió sin decir una sola palabra más. La fortuna parecía estar de su parte desde el inicio, y él era de los que solía decir que había que aprovechar las ocasiones. Y esta era una. Claro que, tampoco podía dejar de recelar de lo rápido que había surgido todo. No estaría de más ser algo cauto los primeros días, al menos.

      —De manera que ya tenemos un nuevo doctor —comentó Rockford caminando al lado de Arthur.

      —Así es. Parece ser que necesitan uno en esta región.

      —Sí.

      —¿Y hay muchos pacientes?

      —No sabría decirle. Tendrá que leer los informes de su predecesor en el puesto.

      —Sí, el doctor…

      —McGillvrai.

      —Dejó el cargo según el señor Trevelyan.

      —Así es. La edad. Aquella casa que ven es la suya —señaló hacia una de dos plantas con el tejado de pizarra negra—. No es gran cosa, como pueden suponer. Pero después de la guerra…

      —Tampoco necesitamos muchos lujos. Venimos a trabajar.

      —Disculpe mi intromisión. Supongo que no está casado.

      —No, no lo estoy.

      —De haberlo estado su mujer lo acompañaría —sonrió con ironía al comentárselo.

      —No es mi intención…

      —¿Están de paso o piensan quedarse por mucho tiempo?

      —Si no hay otra rebelión que nos haga salir de aquí…

      —Lo entiendo. En fin, esta es su llave. Entren y establézcanse. Cualquier cosa que precisen, ya sabe dónde puede encontrarme.

      —De acuerdo, señor Rockford.

      —Tenga en cuenta que pronto será usted la comidilla de esta ciudad. Prepárese para presentarse ante la sociedad de Inverness. En cuanto la esposa de Trevelyan lo sepa, organizará una velada para que lo conozcan. Ah, y avisaremos al servicio de la casa para que acudan lo antes posible a la casa.

      —Lo tendré en cuenta. Gracias.

      Arthur lo vio alejarse por la misma calle por la que los había llevado a la casa que había ocupado el anterior doctor.

      —¿No crees que todo va demasiado rápido? —le preguntó Ferguson con cierto recelo.

      —¿Y qué querías que hiciéramos? ¿Rechazar el cargo que nos ha ofrecido la autoridad? —Preguntó empujando la puerta de la casa—. Será mejor que nos instalemos. Luego veremos qué opciones tenemos.

      —Tú por lo pronto tener cuidado con las mujeres de la ciudad.

      —¿Por qué lo dices?

      —Ya has escuchado a Rockford. Pronto serás la comidilla de la ciudad. Un nuevo médico y soltero —Ferguson sonrió divertido porque era eso precisamente lo que quería para su amigo. Si alguna mujer lograba captar su atención, tal vez dejara de recabar información para el príncipe Carlos Estuardo. No quería que su amigo volviera a las andadas

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