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es evidente que está equivocado porque ignora los límites de su conocimiento. Hay entonces una verdad en la conciencia de la propia ignorancia. Todos debiéramos ser, al menos en parte, agnósticos, porque bajo algún aspecto ignoramos. El verdadero sabio no pretende saber más de lo que realmente sabe. Sócrates, en cuanto reconocía que lo que sabía es que ignoraba, manifestaba sabiduría (Apología 21a), pero, llevado al extremo, es contradictorio porque si no sabe nada, ya algo sabe: que no sabe nada. Reconocer los límites del propio conocimiento es parte de una básica prudencia intelectual.

      4. Formas del agnosticismo: El agnosticismo no es una realidad única, tiene formas distintas. Comenzaremos por una que, por necesidad de darle un nombre, la llamaremos “común”; es la popular, la que uno encuentra con frecuencia en conversaciones no científicas. Hay otro agnosticismo, que llamaremos riguroso que es el que se acerca más a su definición literal o etimológica. Luego el de santo Tomás, el llamado kantiano, el ligado al positivismo y el de Tierno Galván. No pretendemos que esta enumeración sea exhaustiva, solo queremos mostrar su variedad.

      El común se formula esencialmente como “de Dios no se sabe nada” o, “… no puede saberse nada”. El riguroso, se formula como “yo no sé sobre Dios”, e.d., ignoro si lo hay y, en consecuencia, de haberlo, cómo es. El de Tomás de Aquino se refiere a su ignorancia sobre la esencia o naturaleza de Dios, no sobre su realidad. Sabemos —dice— que lo hay, pero no cuál es su esencia. El de Kant alude a su incognoscibilidad por medio de la razón pura, pero no absolutamente.

      Es necesario abrirle una categoría tipológica propia al agnosticismo que expone Enrique Tierno Galván en ¿Qué es ser agnóstico?, Tecnos, Madrid 1987. Esta obra, aunque escrita por una persona con formación filosófica, es un libro de divulgación. Lo que él llama aquí agnosticismo no cabe entre las distinciones anteriores sobre este planteamiento. Dice, en efecto: “Esto es ser agnóstico, admitir que Dios es una hipótesis sin admitir la existencia del contenido de la hipótesis por la falta de la posibilidad de una verificación convincente” (p. 29-30). Este agnosticismo se funda, teóricamente, en la negación de la posibilidad de una prueba convincente de que hay Dios. La negación de la posibilidad implica una negación general o absoluta y a priori. No es la negación positiva del valor de alguna prueba o supuesta prueba por su defecto probatorio, sino una petición de principio. La negación de la posibilidad de que haya Dios se funda en la negación de la posibilidad de la trascendencia: “El agnóstico, al negar la posibilidad de la trascendencia, no sabe si existe o no existe tal Dios” (p. 122). De no ser posible la trascendencia, ya está claro que no puede haber Dios; lo que falta es fundar lo primero, e.d., la imposibilidad de la trascendencia. No parece que justifique la negación de la posibilidad de la trascendencia. Esto necesita la definición de la trascencencia que no es posible. Dice que ella no es posible para el hombre, planteamiento que, al no estar al menos argumentado, es un postulado que continúa así: “Si existe [Dios], es contra toda razón, como puro absurdo. Y del Dios absurdo tampoco sabemos nada en cuanto lo absurdo no es razonable” (p. 122). Resulta curioso que la cuestión que discuta es si hay o no Dios, si es o no posible que lo haya; esto es una cuestión ontológica, uno esperaría que la cuestión del agnosticismo fuera la ignorancia sobre Dios, e.d., una cuestión epistemológica.

      La obra de la que extraemos lo que comentamos contiene un elemento psicológico que pudiera serle propio: la aceptación tranquila de la finitud. El “… no ‘echar de menos’ a Dios quiere decir que hay una integración perfecta con lo finito” (p. 16). La “…finitud… tiene ante los ojos del agnóstico el sentido de significarse a sí misma como plenitud satisfactoria” (p. 16). Este agnóstico está, entonces, perfectamente instalado en la finitud sin necesitar “de una sustancia trascendente” (p. 29). Viviría, por lo tanto, tranquilo en la total finitud, y no tendría el deseo o la pregunta por lo distinto a lo contingente, por lo absoluto. Contentarse con la finitud implica contentarse con la imperfección, con la inexplicación radical o última, y contentarse con las explicaciones penúltimas, p.ej., las que, sobre el mundo, aporta la ciencia experimental. Esta satisfacción con lo finito en estado de finito, e.d., como no plenificado, implica la renuncia al ideal, aunque sea como referencia no realizada.

      En suma, sobre el agnosticismo de Tierno Galván nos parece que hay que decir dos cosas: la primera es que hay un elemento, la negación de la posibilidad de la trascendencia que cierra la posibilidad de que haya Dios. Esto es un conocimiento, no una a-gnosía; y, bajo este aspecto su planteamiento es una forma de ateísmo y no de agnosticismo. Debemos, sin embargo, respetar el hecho de que él mismo lo llame “agnosticismo” y por eso incluirlo en esta parte de nuestra explicación.

      La segunda cuestión es el elemento psicológico de su explicación: la vivencia tranquila y satisfactoria de la finitud, sin “echar de menos a Dios”. Esto es de una naturaleza distinta y se parece a la llamada indiferencia religiosa, este aspecto bien puede incluirlo en el agnosticismo. La indiferencia incluye un elemento de desconocimiento sobre Dios; es una “una actitud que se caracteriza por el desinterés y la desafección hacia Dios y la dimensión religiosa de la existencia humana”79. El interés y la afección suponen un grado de des-conciencia cognosciativa que no necesita ser categorial y por eso puede no tener un nombre propio, pero eso no le quita el ser del ámbito del conocimiento, como es el conocimiento experiencial. Si falta esta afectación que una persona identifica con Dios como valor, bien puede decirse que no sabe de Dios. Para echarlo de menos, hay que tener alguna forma de conocimiento de él porque la nostalgia supone un conocimiento de lo entrañado. Bajo este aspecto puede acertar Tierno en llamar su postura “agnosticismo”; no puedo saber si él hubiera aceptado esta explicación como concorde con su intención.

      En la medida que la indiferencia religiosa sea una falta de pathos relacionado con Dios es del ámbito del agnosticismo. La expresión de Tierno “no echar de menos a Dios” u otras parecidas de los indiferentes, como “no le veo la importancia a Dios para el mundo”, expresan esa falta de una impresión cognoscitiva que haga presente la importancia, e.d., el valor de Dios.

      Parece entonces que hay que explorar la relación entre pathos en general y conocimiento para saber si es una forma de conocimiento y cuál de ellas, para después aplicarlo al pathos religioso. No es un término fácil de caracterizar, el pathos se sufre, siente o padece y, en este sentido, se conoce por experiencia. Una entrada a esta experiencia está dada por el sabor. Los españoles tienen una expresión que es “esto me sabe mal”, cuyo significado es “me indica que algo va mal”. Tal vez la expresión “me da mala espina” signifique lo mismo entre nosotros. Porque allí el sabor no es físico, del gusto, como la espina no es de madera. La expresión se refiere a una sensorialidad interna, no a la de la boca o de la piel, aunque la idea o referencia original esté tomada de allí. La expresión tiene buen fundamento etimológico porque se refiere a uno de los dos sentidos del sapere latino, que, en principio, puede ser tanto sabor físico como intelectual80. En el sentido abstracto, el pathos es del orden de los significados, como en la expresión “esto me dice mucho” con el sentido de “me significa mucho”, aunque lo que oído no sean palabras sino un hecho visto que me expresa en silencio por su misma realidad. Esto pone al pathos en la conciencia cognoscitiva. Una clara ilustración de esto es el conocimiento que el paciente tiene de su enfermedad, distinto al que el médico tiene de la misma: el paciente la conoce porque la padece y el médico porque la ha estudiado (supuesto que no la haya padecido también). El paciente tiene conocimiento de pathos de su enfermedad, aunque no la sepa explicar. Queda claro que el pathos es un conocimiento, experimentado o sentido, no teórico por información; directo y no aprendido de otro e indudable.

      El pathos religioso, que es el que falta en el indiferente y que justifica que la indiferencia sea incluida como forma de agnosticismo, consiste en que el significado “Dios” no está en la conciencia cognoscitiva del indiferente, quien por eso no percibe su valor, que es el que lo relaciona con todo lo que no es Dios, e.d., con el mundo. La expresión “Dios no me dice nada” expresa esa falta de pathos religioso y por eso es agnosía. La indiferencia es entonces el efecto de esa agnosía.

      El pathos es un conocimiento radical. Es la primera impresión o huella, previa a cualquier expresión

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