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que es igual: nadie sabe). Hay entonces un paso de un sujeto que habla de su propio estado interior a uno que habla del conocimiento de varios o muchos o todos.

      c. El paso del sujeto al objeto. La duda reside en el sujeto: yo dudo sobre el objeto de conocimiento que es Dios, por lo cual el esfuerzo para salir de estado de duda debiera estar puesto en el proceder del cognoscente. Pero sucede que se suele hacer residir la duda en el objeto, e.d., en Dios, como si fuera la cualidad de este o su falta de realidad, la que lo hace incognoscible. Lo que invita a este desplazamiento al objeto es que el objeto, e.d., Dios, es de difícil conocimiento. Este desplazamiento altera el verdadero sentido de la duda que reside en el sujeto que duda y no en el objeto sobre el cual duda.

      d. El paso del presente a todo tiempo y, por eso, a la definitividad. “No se puede saber” es un juicio definitivo que elimina la transitoriedad implicada en el “yo no sé” (ahora). Que alguien no sepa ahora (de lo cual no cabe dudar) no permite cerrar la posibilidad de que se llegue a saber en el futuro. El estado de duda pudiera resolverse con otras experiencias o reflexiones.

      2. Relación del agnosticismo con el ateísmo

      Es necesario explicar la relación del agnosticismo con el ateísmo, asunto mencionado al inicio de esta sección. La no infrecuente inclusión del agnosticismo en el ateísmo, que hemos querido mostrar equivocada, tiene, sin embargo, su explicación. En cuanto suspensión del juicio, el agnosticismo se distingue claramente del ateísmo teórico que es, formalmente, un juicio: no hay Dios. Se distinguen además en que el ateísmo teórico es directamente ontológico y el agnosticismo riguroso es epistemológico. Pero en cuanto el agnosticismo común afirma, se acerca al ateísmo. Primero niega que Dios pueda ser conocido, a lo que a veces se agrega una segunda negación: no puede ser conocido porque no lo hay y, a esta altura, coincide con el ateísmo. Esto se da en el agnosticismo popular. Pero la relación, entonces, entre el agnosticismo y el ateísmo es accidental y no se da en todas las formas del agnosticismo. Es claro que las diferencias entre ellos son de mucho más peso que la coincidencia accidental de una conclusión poco fundada.

      3. El agnosticismo desde el punto de vista teológico

      Teológicamente hablando, el agnosticismo es la negación de la revelación, porque la recepción de Dios incluye un conocimiento de Dios. El agnosticismo riguroso significa teológicamente decir: yo no he recibido revelación; y el común: no hay revelación. En Tomás y Kant: la revelación es limitada por razón del receptor, hay aspectos de su objeto que no son alcanzables.

      Una consecuencia de no haber recibido revelación es la sospecha sobre la explicación de ella, o sea, sobre la teología. Un agnóstico riguroso tiene que sospechar del valor de la teología porque ella habla sobre lo que —al menos para él— es desconocido. Y un agnóstico común debe negar el valor de la teología porque habla de lo que no hay; por lo tanto, ella es falsa.

      4. Justificación del agnosticismo

      Una justificación está en la posibilidad del estado de duda, ¿por qué pensar que nos está engañando quien nos dice que duda, si ese estado es posible? Basta con el testimonio de quien duda.

      Otra justificación está en que no es fácil conocer la realidad en general, como lo muestra el esfuerzo científico, y eso explica también el que haya errores de conocimiento. Si así sucede en materia de realidad mundana, no hay por qué pensar que no lo sea respecto a Dios, e incluso más. De la dificultad del conocimiento ya nos prevenían los antiguos escépticos: hay que examinar antes de afirmar y el estado de duda es, ciertamente, posible y, a veces, justificado.

      Incluso en el ámbito mundano, no todo nos es conocible. El conocimiento humano es limitado, habría realidades que no podemos llegar a conocer. Esto se opone al optimismo racionalista de cierta época. Respecto a las esencias, Kant reconoce que las hay porque hay fenómeno, pero que no las podemos conocer por la razón pura. Incluso respecto al mundo material, hay limitaciones en el conocimiento de las pequeñas partículas. W. Heisemberg descubrió que respecto a una partícula no se puede saber al mismo tiempo su posición y la velocidad que lleva. Estos ejemplos refutan el supuesto ingenuo de cierto racionalismo de que todo es cognoscible, aunque todavía no lo conozcamos. Habría algunos desconocimientos que son remediables (y para eso está la ciencia), pero no todos. Por lo tanto, hay algunas cosas en las que es correcto ser agnóstico.

      Las religiones monoteístas cuyo concepto de Dios coincide bien con el de la Filosofía occidental: dicen que Dios es inefable, e.d., que no hay nombre que le venga bien, los que decimos son balbuceos, por lo cual cuando decimos “Dios” es más lo que intentamos decir que lo que realmente decimos. Los nombres de Dios no lo contienen, aluden a él.

      Incluso saliendo del lenguaje de los vocablos-conceptos a otro, el gráfico, no hay imagen de Dios porque la imagen lo limita, e.d., lo falsea. Somos nosotros los que necesitamos imágenes, no Dios. En el judaísmo, solo el hombre lo es, (cf. Gen 1,26). Y en el cristianismo —siguiendo al judaísmo— la imagen de Dios es Jesús, a imagen del cual fue creado el hombre a imagen de Dios (cf. Gen 1,26 y Col. 1,15), e.d., por medio de la imagen que es Jesús.

      La teología negativa, por su parte, nos previene de la supuesta propiedad o adecuación del discurso sobre Dios. No cabe en ninguno de nuestros conceptos y ellos no son más que instrumentos auxiliares para decir algo antes de quedar en silencio respecto a Dios. Lo que decimos sobre él son apenas alusiones. Esto coincide con lo que la filosofía dice sobre la noción “absoluto” o “incondicionado”.

      5. El valor religioso del agnosticismo

      Tomado en su rigor, e.d., como suspensión de juicio debido al estado de duda, el valor del agnosticismo consiste en que destaca la dificultad del conocimiento de Dios. En este sentido es sano, porque previene contra la supuesta obviedad de Dios. Quien la sostiene muestra que no sabe exactamente de qué está hablando. Si Dios fuera obvio, no se habrían desarrollado argumentos sobre Dios, porque serían innecesarios. Y, por otra parte, invita a los que afirman que Dios es conocible a elaborar una teología capaz de responder a lo justo del agnosticismo.

      La limitación de nuestro conocimiento de Dios es reconocida no solo por los filósofos, sino también por los religiosos. Hay un agnosticismo intrateológico que responde a la conciencia de la limitación de nuestro conocimiento de Dios, e.d., que este es solo parcial y que coexiste con un cierto desconocimiento. El punto de partida para el conocimiento de Dios es el mundo, que es muy distinto a Él y, por eso, cada afirmación va seguida de una negación. Si se dice, por ejemplo, que Dios es bueno, hay que precisar: pero no como son buenas las cosas mundanas, e.d., es bueno, pero de otro modo de ser bueno, que supera con mucho a la bondad de lo mundano. La teología negativa que insiste en la conveniencia y en la verdad que hay callar —oportunamente, después de haber hecho cieras afirmaciones— sobre Dios, subraya precisamente que lo que decimos de Dios, e.d., la teología catafática, es imperfecta porque lo conocemos imperfectamente. Cf. ST I,3,4 2.

      6. En situación de diálogo

      Pensando en el diálogo entre un religioso y un agnóstico, el primero debe preguntarse a sí mismo si lo que el segundo no encuentra (si es riguroso) o niega (si es común), es un Dios categorial. Es decir, si el modo como concibe a Dios y, por lo tanto, cómo lo busca, es lo que determina que no lo encuentre. O, de otro modo: si el modo de plantearse ante su objeto es la causa de su agnosticismo. Si se buscara un Dios categorial (p.ej., causa directa —intramundana— de lo mundano), el religioso convendrá con el agnóstico en que no hay conocimiento de Dios porque Dios no es categorial.

      Si lo que niega el agnóstico es un Dios al que concibe como trascendental, como no puede negar el hecho de la trascendentalidad, dirá probablemente que no ve por qué deba pensarse que esa trascendentalidad sea Dios. A esto el religioso contestará que, dado que ella es absoluta (o incondicionada), se puede pensar que es Dios porque Dios por concepto, por ser absoluto, tiene que ser trascendental97.

      Un agnóstico riguroso puede decirle a un religioso que no puede haber revelación histórica (=recepción histórica de Dios) de un Dios absoluto porque un hombre, que es histórico, no podría acceder a una tal revelación porque lo absoluto no “cabe” en lo histórico, incluso si hubiera Dios. A la sospecha

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