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de instrumentos musicales

      El cuadro muestra la importancia del período preescolar en el desarrollo de diferentes áreas. Salvo las áreas afectivas de muy temprana emergencia, tales como control emocional y creación de vínculos, el resto de los períodos críticos tienen su máxima sensibilidad y reactividad a los estímulos del ambiente hasta los cuatro años (Förster, 2012). Este punto debiera ser considerado al definir objetivos y seleccionar contenidos de los programas preescolares.

      Es posible determinar dos momentos en el desarrollo cerebral. El primero, la neurogénesis, que cumple hitos genéticamente programados de cada una de las partes del SNC (20 primeras semanas) y en segundo lugar, un proceso de maduración progresiva a partir de la semana 20, que corresponde a una etapa de crecimiento neuronal de estructuras corticales que culmina hacia el final de la adolescencia. Para referirse a estos dos momentos, se habla de un período pre y post natal, en el bien entendido de que se trata de un proceso continuo. En este proceso, el cerebro inmaduro recibe influencias del ambiente intra y extrauterino y se desarrolla en términos de sucesivas complejizaciones y diferenciaciones.

      La neurogénesis corresponde a la formación de las diferentes regiones cerebrales en períodos de tiempo predeterminados, comenzando por las áreas cerebrales más profundas, para concluir en regiones de mayor complejidad y evolución, como es la corteza cerebral. Los procesos de maduración se ordenan en torno a un eje vertical que se inicia en estructuras subcorticales y, una vez en la corteza, continúa en dirección horizontal, desde las áreas primarias hacia las áreas de asociación. Este proceso se manifiesta en cambios progresivos dentro del mismo hemisferio (maduración intrahemisférica) marcando diferencias estructurales y funcionales entre ambos hemisferios (Rosselli et al., 2010). A medida que avanza la maduración, cada hemisferio se va asociando a funciones cada vez más especializadas. Por ejemplo, el hemisferio izquierdo se asocia al conocimiento de los fonemas, mientras en el derecho se produce la representación emocional de los sonidos (prosodia).

      Durante el primer año la plasticidad cerebral es máxima, de manera que el cerebro se modifica y moldea fácilmente en respuesta a las condiciones y estimulación ambiental. A medida que los sistemas nerviosos van estabilizando su desarrollo y alcanzan su nivel de funcionamiento programado, la plasticidad neuronal disminuye, pero nunca totalmente. De hecho continúa a lo largo de la vida, lo que se evidencia en la recuperación, al menos parcial, de lesiones o daños, lo que muestra que persiste la capacidad para el cambio y la adaptación.

      Paradojalmente, la neuroplasticidad, tan importante para la recuperación de daños, lesiones o patologías cerebrales en la infancia, implica una mayor vulnerabilidad cerebral: el cerebro es tanto más susceptible de daño, cuanto más inmaduro, de modo, por ejemplo, que un TEC es tanto más grave cuanto más inmaduro es el cerebro. Ocurre entonces, que el efecto de un trauma o daño, sería más focal a los nueve años (momento de mayor desarrollo cerebral) y más extenso y difuso a los dos años, en un cerebro menos desarrollado y todavía en formación. Por otra parte, la neuroplasticidad cerebral no es un constructo unidimensional, sino que involucra distintas áreas y niveles con sus respectivos gradientes de cambio y desarrollo, lo que puede llevar a desregulaciones y disarmonías en el desarrollo (Rosselli et al., 2010).

      El peso del cerebro de un recién nacido de 40 semanas de gestación, es de aproximadamente 10% del peso de nacimiento. Es decir, si el niño pesó 3.500 g., su cerebro pesará 350 g. A los 12 meses, el cerebro habrá triplicado su peso. En ningún otro período del desarrollo ocurren cambios y crecimientos tan acelerados. Se trata de cambios citoarquitectónicos, vale decir, a nivel neuronal, las que llegan a su máximo nivel de densidad entre los seis y los 12 meses de vida, para luego dar paso a una reducción del número de conexiones, desapareciendo muchas por desuso. Esta verdadera poda neuronal, permite despejar y perfeccionar aquellas conexiones neuronales más utilizadas. La experiencia temprana, la estimulación, constituye un factor básico para la formación y mantenimiento de redes neuronales.

      Un aspecto crítico del desarrollo neurológico se relaciona con el rol del ambiente en la maduración de estructuras especializadas del cerebro en formación. De ahí, la importancia de la educación preescolar. El cerebro humano es un órgano plástico, que no presenta características particulares predeterminadas al momento de nacer, pero trae la capacidad de auto organizarse y de ir aumentando sus conexiones nerviosas para responder a las demandas del medio interno y externo. Otro aspecto crítico –y que mucho antes había sido intuido por Piaget, entre otros– es la manera en que las estructuras cerebrales se relacionan con la emergencia de funciones motoras, perceptuales, emocionales y cognitivas en el niño. Además de los desarrollos prenatales, la experiencia y la interacción con otros resulta indispensable para producir cambios en el desarrollo neuronal a través de mecanismos que dependen de la actividad que el niño realiza. Así se modelan circuitos neuronales, se incrementa el repertorio conductual y emergen nuevas habilidades cognitivas (Förster, 2012).

      El desarrollo neurológico desde el nacimiento y durante el período preescolar, constituye la base para desarrollos y aprendizajes posteriores. Las experiencias tempranas mapean el cerebro y la capacidad para aprender, para relacionarse con los otros y para responder a las demandas y los desafíos del medio.

      Como se dijo, la maduración cerebral contribuye y condiciona los cambios cognitivos, en un inter-juego entre código genético e influencia del ambiente. Los cambios producen nuevos avances y potencian los siguientes. Desde las neurociencias el aprendizaje es un proceso mediante el cual las experiencias modifican el sistema nervioso, alteran los circuitos neuronales, el funcionamiento y la estructura del sistema nervioso y, por ende, la conducta (Carlson, 2001). Las redes neuronales así conformadas son el sustrato para nuevos aprendizajes y conexiones neuronales. El aprendizaje construye sobre esas bases neuronales y las modifica, conectando lo nuevo con lo preexistente (Zull, 2004).

      Al nacer, todos los niños presentan estructuras cerebrales muy similares, no obstante, al inicio del último trimestre, ya han desarrollado millones de conexiones neuronales siguiendo una secuencia determinada de cambios. El interés y la curiosidad del niño son los motivadores para adquirir nuevas habilidades, sobre la base de nuevas conexiones, en un permanente proceso circular, en la medida que las nuevas habilidades adquiridas lo capacitan para nuevos cambios y aprendizajes (McCain, Mustard y Shanker, 2007).

      El desarrollo neuropsicológico del niño es un factor central en relación a su capacidad para adaptarse y para aprender en general, y en particular, es un factor de madurez para el aprendizaje escolar. Para ingresar al sistema escolar, el niño deberá haber alcanzado la capacidad de regular su comportamiento en función de las actividades y exigencias propias del aula, manteniendo un nivel motivacional y atencional adecuado. Por otra parte, deberá ser capaz de inhibir respuestas ante estímulos distractores del logro de las metas. Finalmente, deberá haber adquirido una serie de competencias sociales que le permitan interaccionar con sus pares, ajustando su comportamiento al conjunto de reglas del sistema escolar (por ejemplo, espera de turnos, control emocional, motivación, postergación del impulso de salir a jugar y quedarse en su asiento).

      El trabajo con neuroimágenes ha permitido estudiar el funcionamiento del cerebro en vivo y paralelamente, el rol central que cumplen los lóbulos frontales en los procesos cognitivos superiores. Los lóbulos frontales ocupan entre el 30 y el 40% de la corteza cerebral y constituyen un centro de coordinación de actividades básicas tales como atención, memoria, actividad motora compleja, evaluación de conductas, flexibilidad cognitiva (Soprano, 2009). Dada la complejidad de sus funciones, su desarrollo es más lento que el de otras áreas cerebrales y de ahí que muchas funciones cerebrales no estén completamente desarrolladas hasta el final de la adolescencia.

      Desde

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