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      La neuropsicología infantil estudia la organización cerebral de la actividad cognitivo-conductual, aplicando los principios generales de la neuropsicología al contexto dinámico que representa un cerebro en desarrollo. Como en cualquier tema relativo al desarrollo, se debe considerar la importante variabilidad evolutiva debida al factor edad, vale decir, los cambios atribuibles a la edad en un cerebro en proceso de maduración y los factores ambientales que impactan en el desarrollo cognitivo.

      La psiquiatría, la psicología infantil y la psicología del escolar comparten espacios de investigación y estudio, en la medida que abordan, por ejemplo, las dificultades del aprendizaje y del rendimiento escolar, los procesos maduracionales que subyacen al desarrollo intelectual y conductual del niño y la forma en que desarrollan funciones cognitivas tales como atención, memoria y lenguaje, factores claves en el aprendizaje.

      El desarrollo del sistema nervioso es el sustrato que permite niveles de coordinación de conductas cada vez más complejas. Se trata de un proceso evolutivo, integral y multidimensional, resultado de la interacción entre lo biológico y lo ambiental, entre la herencia –código genético único para cada individuo– y sus experiencias o aprendizajes. Mientras los genes programan ciertas conexiones neuronales, la experiencia programa y reprograma permanentemente estas conexiones (Förster, 2012).

      El concepto de desarrollo incluye procesos psicosociales, cognitivos y biológicos en permanente interacción. El nivel de desarrollo alcanzado por el niño determina todos los aspectos de su comportamiento, tanto normal como anormal, involucrando procesos cognitivos que incluyen percepción, formación de imágenes, razonamiento, resolución de problemas, lenguaje y pensamiento. También involucra procesos emocionales, de desarrollo de personalidad, interacciones sociales, expectativas, motivaciones y, finalmente, cambios corporales.

      El desarrollo humano es el resultado de complejos intercambios entre lo biológico y lo ambiental (nature versus nurture), entre un código genético único heredado, propio de cada individuo, y las oportunidades o limitaciones que le brinda el medio para desplegarlo en todo su potencial. Constituye un proceso por medio del cual un organismo crece y cambia de manera ordenada a través del tiempo, diferenciando órganos y funciones. Como dinámica de diferenciación y especialización creciente, implica crecimiento, aunque no todo proceso de crecimiento puede considerarse desarrollo. Mientras el crecimiento es un cambio cuantitativo (por ejemplo, crecimiento en estatura y talla), el desarrollo es un cambio simultáneamente cualitativo y cuantitativo. El desarrollo siempre implica cambio, pero no cualquier cambio, sino un movimiento ordenado hacia un nivel más avanzado, más complejo y más adaptativo (Bascuñán, 2008).

      El desarrollo normal del niño progresa de acuerdo a una secuencia conocida de cambios que se dirigen hacia la especialización y complejización de funciones, lo que obliga a todos quienes trabajan con niños a conocerlos no solo en su individualidad, sino en relación a lo esperado para su momento de desarrollo. Una misma conducta que a una determinada edad puede ser normal, por ejemplo, un lenguaje defectuoso a los dos o tres años, no lo es si persiste a los cinco.

      El proceso de desarrollo temprano del cerebro sigue un programa determinado que tiene que ver con la supervivencia: primero las áreas básicas, relacionadas con percepción visual y control motor de movimientos, a continuación las áreas de lenguaje y orientación espacial y, finalmente, las áreas situadas en la zona frontal, en especial las funciones ejecutivas. De ahí que en los niños preescolares y aún en los escolares las funciones ejecutivas relacionadas con la inhibición del impulso, la toma de decisiones, la planificación y la flexibilidad cognitiva, están todavía en proceso de maduración.

      La disarmonía evolutiva o desarrollo disarmónico es un concepto que no reúne suficiente consenso en cuanto a su definición y límites conceptuales. No todos los niños presentan los mismos patrones temporales en su desarrollo y por tanto, lo que en un momento puede impresionar como un perfil disarmónico de rasgos del desarrollo, al siguiente puede evolucionar y perfilarse dentro de los parámetros esperados para la edad. Vale decir, será la propia evolución, el tiempo, lo que confirma o descarta una disarmonía.

      Una mirada correcta deberá considerar y comparar todos los aspectos madurativos y del desarrollo: neurológicos, psicomotores, sociales, adaptativos, emocionales, cognitivos. Si se observan desfases en el desarrollo, deben preocupar solo en la medida que se conviertan en un problema para el niño, ya que en la mayoría de los casos solo representan variaciones normales en los ritmos del desarrollo. Ana Freud (1992) denomina desequilibrio entre las líneas del desarrollo a estos desajustes y afirma que por razones de maduración (afectiva o de otra índole) se produce el desfase de una entidad parcial, ya sea motricidad, lenguaje, organización cognoscitiva o autonomía, que se adelanta o retrasa con respecto a las demás y que en función de su repercusión en los demás sistemas y en su forma de aprehender la realidad, puede ocasionar una perturbación en el funcionamiento global del niño. Por ejemplo, un desfase entre un desarrollo precoz de las funciones perceptivo-motoras, en paralelo con insuficiencias del lenguaje, puede retrasar aún más el desarrollo de lenguaje por falta de motivación para valerse de la función comparativamente deficitaria, privilegiando aquella en la que ha alcanzado un mayor desarrollo.

      Cualquiera sea el perfil de la disarmonía evolutiva que presenta el niño, uno de los aspectos más preocupantes es el nivel de desarrollo de lenguaje, sin olvidar que el diagnóstico definitivo depende de factores evolutivos, esencialmente dinámicos y cambiantes en el tiempo.

      Las distintas regiones del cerebro no se desarrollan al mismo ritmo, ni en forma simultánea. Para que esos cambios se produzcan se necesitan determinadas experiencias que faciliten el desarrollo de cada región en el momento en que esa región está preparada para recibir tal o cual estimulación ambiental (Couperus y Nelson, 2006). Estos lapsos pueden ser breves y bien definidos en el tiempo, o transitar durante períodos más prolongados.

      El período crítico se define como el espacio de tiempo en que la adquisición normal de una determinada conducta es especialmente sensible a la influencia del medio. Una vez que finaliza el período, el aprendizaje de que se trate ya no ocurre, o se dificulta significativamente. Por lo tanto, la ausencia del estímulo apropiado en el momento preciso, puede ser difícil de remediar y, en algunos casos, imposible. Se denomina a estos períodos, ventanas de oportunidad, y se requieren estímulos y experiencias específicas para facilitar el crecimiento sináptico. Son dependientes del uso, y se relacionan con la plasticidad neuronal.

      Cuadro N° 2. Períodos que representan ventanas de oportunidad:

Periodos sensibles en el desarrollo Ventana de oportunidad
0 a 2 años Desarrollo de control emocional
0 a 2 años Vínculos afectivos
0 a 4 años Matemáticas y lógica
0 a 3 años Desarrollo motor
0 a 4 años Vocabulario básico
0 a 7-10 años Aprendizaje de segunda lengua
3 a 4 años Destrezas sociales con

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