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hasta la adolescencia no hay un desarrollo total, se requieren niveles operativos de memoria de corto plazo, para iniciar, por ejemplo, los procesos de lectura. Cuanto más pequeño es el niño, más precaria es esta forma de memoria.

      La memoria de largo plazo (MLP) tiene una capacidad prácticamente ilimitada y es capaz de almacenar todas las vivencias, aprendizajes, en fin, la historia de cada uno. La limitación reside en la capacidad de evocación y de recuperación de la información, que depende de la forma en que se organiza (procesa, codifica) la información, para que esté disponible al momento que se la necesite. La información guardada en la MLP no permanece inerte a la espera de ser recuperada, sino que existen procesos de olvido y a veces de cambios en el sentido o significado del material almacenado que responden a factores emocionales: se conserva mejor lo que se asocia a contenidos positivos y placenteros, que los asociados a contenidos displacenteros o dolorosos (Dörr, Gorostegui, Bascuñán, 2008).

      Con las naturales diferencias individuales para cada niño, la mayoría desarrolla sus habilidades motoras en la misma secuencia y aproximadamente a la misma edad, de acuerdo a una programación genética. Se podría afirmar que el desarrollo motor es un marcador, un índice del desarrollo global. El ambiente desempeña un papel importante, en la medida que un entorno enriquecedor puede favorecer determinados logros, mientras que un ambiente empobrecido produce el efecto contrario.

      Se espera que al concluir la preescolaridad, ya cercano a los seis años, el niño haya logrado suficiente desarrollo y coordinación de movimientos, tanto finos como gruesos, como para iniciar su enseñanza básica. El desarrollo no es un proceso parcelado en áreas independientes, sino que estas se interrelacionan y se influyen mutuamente. Por ejemplo, alrededor de los seis años, el niño será capaz de subir y bajar escaleras con rapidez, correr y cambiar de dirección sin detenerse, patear y dar botes a una pelota, reconocer su lateralidad, saltar en un mismo pie (y avanzar saltando), trepar, además de hacer lazos, atar botones, tomar un lápiz y realizar una muy variada gama de movimientos. Al momento del ingreso al primer año básico, se espera que pueda realizar las tareas motoras que le permitan adaptarse, jugar, interactuar con los otros y participar del entorno escolar.

      Mientras el lactante realiza movimientos gruesos no disociados y en general, su capacidad de relajación es muy escasa, en el preescolar ya hay capacidad para contraer y relajar voluntariamente determinados segmentos corporales, aunque todavía presenten algunas paratonías, es decir, dificultades para relajar voluntariamente la musculatura. También es normal que muchos movimientos corporales voluntarios se acompañen de movimientos asociados involuntarios (sincinesias). Estos movimientos son dependientes de la edad y se presentan por lo general en la extremidad dominante, cuando está trabajando la no dominante, o viceversa. Por ejemplo, cuando el niño está dibujando o tratando de hacer algunas letras con su mano derecha, se puede ver que realiza movimientos con su mano izquierda (Förster, 2012).

      Aún cuando el preescolar haya logrado grandes avances en su desarrollo motor, todavía es esperable que presente dificultades de disociar movimientos de segmentos corporales, por ejemplo, para realizar simultáneamente movimientos diferentes con una mano y con la otra. También presentan impersistencia motora, es decir, dificultad para mantener una postura sin variaciones por un tiempo más o menos largo: de ahí que pedirles que se mantengan quietos por un rato, puede ser una tarea difícil para muchos de ellos. Se espera (hacia el final del período del preescolar) el desarrollo de praxias complejas, logro importante para que el niño inicie, por ejemplo, el aprendizaje de la escritura, que implica disociación simultánea de movimientos del brazo, la muñeca, la mano y los dedos (Förster, 2012).

      El desarrollo motor fino y grueso presenta diferencias en relación al género. Por ejemplo, se puede observar fácilmente cómo en todas las tareas las niñas presentan menos movimientos asociados que los niños, mientras ellos por lo general, pueden correr más rápido. La impresión de que las niñas son más coordinadas en sus movimientos, se basa en primer lugar, en que ellas se desempeñan antes y mejor que los niños en tareas motoras complejas y adaptativas, y en segundo lugar, a que las niñas muestran menos movimientos asociados (sincinesias) durante todas las tareas motoras, lo que determina que sus movimientos parezcan más armoniosos (Förster, 2012).

      Por su estructura genética, el tono muscular en los niños puede variar entre la hipotonicidad y la hipertonicidad. La primera determina una mejor motricidad fina, mientras la segunda favorece el desarrollo motor postural, con escasa presencia de sincinesias.

      El desarrollo motor fino y grueso, al igual que otros dependientes de procesos maduracionales, sigue secuencias predeterminadas desde el nacimiento en adelante. Hay hitos importantes que se alcanzan en determinados momentos, como por ejemplo, la marcha, el control de esfínteres, distintas coordinaciones de movimientos. Es competencia del neurólogo determinar la presencia o gravedad de alteraciones o retrasos en el desarrollo motor y psicomotor, no obstante, eso no exime de la necesidad de estar alerta a detectar precozmente desviaciones de la norma.

      La noción de psicomotricidad agrega una significación psicológica al movimiento y permite tomar conciencia de la dependencia recíproca de las funciones de la vida psíquica con la esfera motriz. Esta noción intenta superar el punto de vista dualista clásico que consiste en separar como dos realidades heterogéneas, la vida mental y la actividad corporal.

      Partiendo de la base que el movimiento humano constituye una realidad psicofisiológica (y social) se distingue entre los términos de motricidad y psicomotricidad, no como realidades o tipos de actividades diferentes, sino como dos puntos de vista o niveles de análisis de una realidad que es intrínsecamente unitaria.

      Así se entiende por motricidad el movimiento considerado desde un punto de vista anátomo-fisiológico y neurológico. Es decir, es el movimiento considerado como la suma de actividades de tres sistemas: el sistema piramidal (movimientos voluntarios), el sistema extrapiramidal (motricidad automática) y el sistema cerebeloso, que regula la armonía del equilibrio interno del movimiento.

      La psicomotricidad enfoca el movimiento desde el punto de vista de su realización, como manifestación de un organismo complejo que modifica sus reacciones motoras, en función de las variables de la situación y de sus motivaciones.

      Un aspecto importante para la comprensión de la psicomotricidad es su estudio, ya sea desde un punto de vista genético o diferencial. El primer punto de vista implica el análisis de las etapas sucesivas que atraviesa la motricidad durante la evolución del niño y su integración al conjunto del desarrollo psicomotor. El punto de vista diferencial se refiere a la descripción de los tipos de organización psicomotora, que son función de la historia individual, de los aprendizajes, de las relaciones interpersonales.

      Ya a mediados del siglo pasado, J. de Ajuriaguerra (1959) plantea que el tono muscular y la motilidad no se dan en forma aislada en el curso del desarrollo del niño, sino que se construye por relaciones múltiples con los aferentes sensitivos, sensoriales y afectivos: la toma de contacto y la conquista del espacio se hacen mediante factores múltiples, entre los cuales participa la motricidad. Ella enriquece estas relaciones múltiples y éstas a su vez, la constituyen. Las correlaciones entre cada sistema tienen un valor en el tiempo, son variables y a menudo, individuales.

      El análisis de los aspectos relacionales del movimiento, el “cuerpo como relación” –según la expresión de Ajuriaguerra– tienen una gran importancia en la manera como se organiza el movimiento. Agrega que la presencia del otro contribuye a moldear el mundo motor e, inversamente, tono y motricidad participan en la organización relacional. En la actualidad no hay dudas del valor del diálogo tónico-emocional que se establece precozmente entre el lactante y el mundo que lo rodea y en especial, en la vinculación con la madre.

      El

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