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en las adopciones.

      El niño nace sin instintos animales de supervivencia, aunque pueda emitir algunas señalas que requieren de alguien que las interprete y atienda sus necesidades básicas de subsistencia. La madre interpreta señales y en la medida que lo hace, contribuye a la organización e integración de la experiencia psicológica del lactante. La estimulación interna y la externa son fuentes de tensión y ansiedad que no puede enfrentar solo. En este punto, la madre regula la estimulación externa, y simultáneamente la tensión propia del niño. Desde esta visión, el desarrollo se entiende como una reducción del caos potencial, a grados moderados de novedad y variedad. La madre brinda al bebé el indispensable sentimiento de cohesión y favorece la incipiente diferenciación yo - no yo. La madre es el mundo del bebé y desde esa posición puede generarle confianza o desconfianza, seguridad o inseguridad, además de devolverle especularmente una imagen de sí mismo. Reconocer la creciente autonomía del hijo y tolerar separación, puede resultar más difícil aún que generar el vínculo inicial.

      Las circunstancias en que se concibe, la personalidad y salud mental y física de la madre, su experiencia temprana, el grado de satisfacción con su vida y el contexto vital, son factores que determinan el éxito o fracaso en esta etapa del desarrollo emocional del niño. La interacción sana genera seguridad, sentimientos de ser amado y valorado y libertad para expresar emociones, disfrutar y aprender. Dentro de la relación, también hay factores que contribuyen al fracaso de la vinculación, por ejemplo, el no respetar los tiempos del bebé, la sobreestimulación que frena la autorganización interna, en fin, la falta de habilidad para interpretar las señales que envía el bebé (Bowlby, 1998).

      Los conceptos propuestos por Bowlby, principalmente durante los 70 y los 80, se han reestudiado en la última década a la luz de los avances de la neurobiología y de la psicología evolutiva. Actualmente hay consenso en que el apego surge de la relación cerebro/mente/cuerpo del niño y de su cuidador, en un medio que favorece o amenaza dicha relación. Este paradigma resulta fructífero para explicar las primeras relaciones de afecto que el niño establece y también para las futuras formas de relación con personas significativas.

      Las diferentes formas de apego que el niño desarrollará en el futuro son el resultado de un historial interactivo específico entre cada niño y la figura de apego. El apego seguro resulta de una sincronía entre necesidades biológicas y sociales del bebé y la respuesta eficaz de la figura de apego. El niño tiene una percepción interna de seguridad que activa el comportamiento exploratorio, clave en el ajuste social y emocional (hasta la adultez) y que resulta clave en la forma en que el niño se relaciona en el jardín con sus profesores y sus compañeros.

      Los estudios muestran que la calidad de los primeros vínculos infantiles constituye un factor que se asocia al éxito en la escuela, en términos de competencia social, curiosidad, juego y exploración, buenas relaciones con pares y aceptación de normas y límites impuestos por la tarea o por el profesor. Esta forma de relacionarse, probablemente, replica las primeras experiencias del niño, en las que habría encontrado las claves y respuestas necesarias para comportarse de la manera que lo hace.

      De la misma manera, las experiencias adversas asociadas a sus primeros intentos de vincularse efectivamente con el medio, y que no hayan sido compensadas o reparadas por relaciones de mejor calidad, pueden acarrear consecuencias no deseadas, tales como dificultades en la comunicación, en el desempeño social, en el aprendizaje y en la autoestima infantil.

      La profundización del tema del apego y de las distintas formas de vinculación con que el niño llega a la escuela, exceden los alcances de este libro. No obstante, los principios expuestos pueden servir de modelo explicativo de variadas dificultades del desarrollo socioemocional con que el niño ingresa al jardín y facilitan intervenir para compensar dificultades, falencias y necesidades del niño en esta área, en la medida que el profesor represente una legítima figura de apego para el niño carenciado, y propicie un modelo de vincularse con el adulto.

      Las habilidades transversales relacionadas con la capacidad de establecer vínculos interpersonales constituyen un elemento que en la preescolaridad debería ocupar un lugar central en el currículo. El apego escolar, entendido como la construcción de vínculos seguros en el colegio, incluye todas aquellas conductas y actitudes –tanto de la escuela como de los estudiantes– para propiciar una relación cercana, contenedora y favorecedora de un desarrollo integral y seguro. De ahí que el énfasis en las estrategias que puedan adoptar las instituciones educacionales no se remitan solo al trabajo con sus estudiantes, sino también incluyen la capacitación de sus profesores, pero más importante aún, los espacios para que sus profesores también se desarrollen socio-emocionalmente.(Milicic, Alcalay, Berger y Torretti, 2014)

      La generación de ambientes nutritivos, desde el marco de la convivencia escolar, debe ir asociada a espacios para que todos los miembros de la comunidad educativa se sientan seguros, aceptados e incluidos en esta; el apego escolar permite, de esta forma, que todos, y especialmente los niños y adolescentes, puedan desarrollarse en un ambiente de confianza e inclusión (Milicic y López de Lérida, 2008).

      La ansiedad es una reacción natural que tiene una importante función de supervivencia y que actúa como un sistema de alarma que se activa ante un peligro o una amenaza (real o imaginada) y se experimenta como miedo o temor. Sentir miedo es un fenómeno normal, y surge en las primeras etapas del desarrollo, especialmente ante las situaciones de cambio, separación o incertidumbre.

      Se entiende la ansiedad como un fenómeno que incluye componentes cognitivos, emocionales, somáticos y conductuales. El componente cognitivo incluye la expectativa de un peligro desconocido. A nivel emocional, la ansiedad causa temor y a nivel de la biología el organismo la emplea para manejar el peligro, lo que se conoce como la reacción de alarma. Ante la amenaza del peligro, la presión sanguínea se eleva, las palpitaciones y la sudoración aumentan y las funciones de los sistemas inmunológicos y digestivos disminuyen y el flujo sanguíneo se dirige a los principales grupos musculares. A nivel de reacciones corporales dependientes del sistema nervioso autónomo, pueden surgir tanto movimientos involuntarios como también voluntarios, para escapar o evitar la amenaza (Seligman et al., 2000).

      La ansiedad puede persistir en el niño aun en ausencia del estímulo que la provoca, y transformarse en una especie de ansiedad crónica. Esta ansiedad mantenida puede responder a causas biológicas, psicológicas o reactivas a eventos situacionales. Estos últimos se relacionan con situaciones de estrés familiar, con estilos de crianza, con exigencias desmedidas y con el clima emocional que se vive en la familia. Los padres ansiosos tienen alta probabilidad de trasmitirla a sus hijos, a través de la forma en que refuerzan las conductas ansiosas y de temor, además de los temores y la ansiedad que ellos mismos manifiestan (Cía, 2002).

      Existen factores individuales relacionados con limitaciones o eventos que también impactan en la aparición de cuadros de ansiedad, tales como enfermedades físicas y dificultades personales. La presencia de una enfermedad física, de una dificultad a nivel sensorial (p.e. hipoacusia, o dificultades motrices o de visión), de un trastorno específico del aprendizaje o de otras dificultades de tipo conductual y emocional, como un síndrome de déficit atencional, generan un alto nivel de tensión en los niños y se acompañan de dificultades para adaptarse a los entornos escolares y sociales, lo que aumenta el riesgo de desarrollar trastornos ansiosos. Muchos niños con necesidades educativas especiales presentan síntomas de ansiedad, los que a su vez complican el cuadro. Los desajustes entre las demandas y expectativas del colegio y las características del niño, pueden producirle ansiedad y estrés.

      Vivencias de separación y pérdida, crisis familiares tales como separación de los padres o fallecimiento de algún familiar o amigo (o incluso de una mascota)

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