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rel="nofollow" href="#ulink_91530134-4151-5399-abea-59943e21826e">•Comportamientos ansiosos

      Sin lugar a dudas la ansiedad está presente en una gran variedad de eventos cotidianos y en reacciones normales ante distintas situaciones, ya sea que revistan peligro real o simplemente imaginado. Pero también hay reacciones en los niños, que exceden tanto en frecuencia como en calidad, a una respuesta adaptativa ante una situación dada.

      En los niños pequeños, los cuadros ansiosos requieren atención cuidadosa para identificar las causas. Muchas veces el niño no puede decir lo que le sucede, en especial cuando la situación excede su nivel de comprensión o su capacidad para expresarlo en palabras, como son las situaciones de maltrato, violencia o abuso (Jongsma et al., 2002).

      Algunas claves para detectar la ansiedad en los niños:

      −Excesiva preocupación o miedo que excede en forma evidente el nivel esperable para la etapa del desarrollo del niño.

      −Alto nivel de tensión motora, manifestada como inquietud, cansancio, temblores o tensión muscular.

      −Hiperactivación del sistema autónomo, presentando ritmo cardíaco acelerado, respiración entrecortada, vértigo, boca seca, náuseas y diarrea.

      −Hipervigilancia, manifestada a través de una constante sensación de inquietud y un estado general de irritabilidad.

      −Un miedo específico que empieza a generalizarse, cubriendo un área extensa de la vida del niño, al punto de interferir significativamente en su actividad diaria y la de su familia.

      −Ansiedad o preocupación excesiva, debido a la amenaza de abandono por parte de los padres, de que lo culpabilicen, que le nieguen la autonomía o estatus, que haya fricción entre los padres o interferencia en sus actividades físicas.

      Se podrían incluir las fobias escolares, como comportamientos extremadamente ansiosos que impiden, a veces, que el niño asista al jardín en forma normal. Las fobias, en general, se caracterizan por la vivencia de un miedo intenso, desproporcionado y muchas veces, irracional, hacia un objeto en particular, una situación, o una actividad concreta. No se trata de un miedo corriente, ya que a diferencia de éste, se acompaña de fuertes sentimientos de odio y rechazo; ni de un problema de salud mental propiamente tal, pero las fobias generan muchos problemas en quienes las sufren. Existen diversos tipos de fobias, dependiendo de cuál sea el objeto del rechazo. En este punto, interesan especialmente las fobias escolares.

      A lo largo de la etapa preescolar, el trastorno de ansiedad por separación se presenta con bastante frecuencia, con una prevalencia del 3-5%, que declina a 2% en edades posteriores (Kronenberger y Meyer, 2001). La edad promedio de aparición de este trastorno es entre los cinco y nueve años.

      El jardín infantil como primera experiencia escolar debe constituir para el niño un lugar seguro para que aprenda a través del juego, asociando aprendizaje con agrado y desarrollando sentimientos de competencia y una autoestima positiva (Milicic y López de Lérida, 2013 a). Si los niños se sienten exigidos más allá de sus capacidades, no solo se sentirán estresados, sino que tempranamente asociarán aprendizaje con angustia, con las consecuencias que ello tendrá para su aprendizaje escolar.

      El interés sobre la autoestima en un texto como éste, que aborda principalmente las condiciones del niño para iniciar los aprendizajes escolares sistemáticos, radica en que se trata de un concepto que se consolida en la primera infancia a partir de las opiniones, actitudes e interacciones del niño con los adultos y solo más tarde a partir de las opiniones de sus pares. El autoconcepto se forma durante la niñez, a partir del interjuego entre lo biológico y lo cultural, básicamente a partir de factores ambientales, e interaccionales (Gorostegui, 2004). Es un hecho conocido que la autoestima es una variable que media entre el potencial intelectual y el desempeño real, cumpliendo una función mediadora que obstaculiza o facilita la realización de una tarea, es decir, condiciona y retroalimenta la conducta. Desde ahí su importancia también, como un factor central en la capacidad del niño para aprender y para enfrentar los desafíos de su ingreso a la enseñanza formal.

      En la literatura se utilizan como sinónimos términos tales como autovaloración, autoestima, autoconocimiento y autoimagen, no obstante que el autoconcepto de acuerdo al contexto, tiene connotaciones cognitivas; la autoestima, connotaciones más emocionales; y finalmente, la autovaloración puede ser más adecuada en contextos evaluativos. Por su parte, la autoimagen puede tener un lugar preciso de significado contextual, cuando se alude a aspectos físicos.

      Virginia Satir (1980) postula que el valor que se autoasignan las personas, depende en gran medida del reconocimiento que han recibido de los adultos significativos en la infancia. De acuerdo a esta autora, los estándares para medir el propio valor han sido recibidos desde la familia, para luego ser transferidos a contextos relacionales más extensos. La visión de Satir, desde una perspectiva familiar sistémica ortodoxa, deja pocas salidas para quienes han tenido sus primeras experiencias negativas en este sentido. Aún así, el jardín infantil -y de ahí la importancia de ofrecer al niño un contexto escolar positivo- representa un referente compensatorio de las dinámicas relacionales recibidas en el contexto familiar.

      El autoconcepto, considerado como una definición del sí mismo, corresponde a un mapa interno con el que las personas orientan su vida. Este modelo o mapa de sí mismo responde también a un modelo subjetivo del mundo. En la medida que nuevas experiencias modifican este modelo, también se modifica la definición del sí mismo. Vale decir, el autoconcepto no es estático, sino que se va construyendo a lo largo de la vida (Simon et al., 1984, en: Gorostegui, 2010).

      Otra definición de autoestima es la que ofrece la perspectiva fenomenológica y rogeriana: “configuración organizada de percepciones del sí mismo que puede ser concienciada” (Piers y Herzberg, 2007). Sobre esa base se define el autoconcepto como un set relativamente estable de actitudes descriptivas y también valorativas hacia el sí mismo. Estas autopercepciones dan origen a autovaloraciones (cogniciones) y sentimientos (afectos) que tienen efectos motivacionales sobre la conducta.

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