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tres dimensiones, cada una de las cuales puede ser fuente de perturbaciones o trastornos en su desarrollo:

      •La dimensión de la función motriz propiamente tal se refiere a la evolución de la tonicidad muscular, al desarrollo de las funciones de equilibrio, control y disociación de movimiento y al desarrollo de la eficiencia motriz (rapidez, precisión).

      •La dimensión afectiva emocional considera al cuerpo como relación y destaca su importancia en la manera como se organiza el movimiento. Esta dimensión se manifiesta, sobre todo, a nivel de la función tónica y de la actitud, y también al nivel del estilo motor, que constituye el modo de organización de una tarea motora en función de variables como la manera de ser individual y de la situación en que se realiza.

      •La dimensión cognitiva considera que el movimiento exige el control de las relaciones espaciales (relaciones del cuerpo situado y evolucionando en el espacio, la relación de las diferentes partes del cuerpo entre sí); el dominio de las relaciones temporales (sucesión ordenada de movimientos en vista a un fin), y el dominio de las relaciones simbólicas manifestado en las praxias (utilización de los objetos, gestos y significantes).

      Tanto el factor neurológico como la motricidad fina y gruesa, tienen un importante componente maduracional, vale decir que sus cambios tienen un importante componente biológico. Ante retrasos maduracionales, no es tan claro que se puedan acelerar los cambios mediante entrenamiento, ejercitación o aprendizaje. Sin embargo, el desarrollo de la psicomotricidad puede ser favorecido y sus falencias o déficits, compensados mediante planes de rehabilitación, o desarrollados, en caso de retrasos.

      Para los seres humanos, la supervivencia depende de un funcionamiento social efectivo. El funcionamiento social es tema de la psicología social, disciplina que estudia cómo los sentimientos, pensamientos, sensaciones y el comportamiento del individuo se ve influenciado por la presencia ya sea real o imaginaria de otras personas: estudia al individuo dentro de su contexto y se centra en cómo las personas piensan y perciben a los otros.

      Una interacción adecuada supone un reconocimiento de quién está al frente, distinto y con un estado psicológico diferente. Desde ahí, es necesario que el niño pueda intuir las motivaciones del otro, los sentimientos y las creencias que explican su conducta y también reconocer que su conducta influye en el otro.

      La investigación en torno al desarrollo socioemocional muestra distintas etapas y focos de interés, los que se centran primero en la aparición de determinados comportamientos en el individuo, para posteriormente, en la década de los 70, centrarse en la interacción de la díada cuidador-niño. Actualmente, el foco se dirige a las interacciones de la díada madre-hijo en un contexto interaccional amplio, entendiendo el desarrollo como resultado de experiencias sociales.

      Al hablar de funciones ejecutivas tales como el control de la atención, el control de impulsos, la toma de decisiones, la capacidad de planificación y otros procesos cognitivos de alto nivel, pareciera que nos estamos refiriendo a aspectos y comportamientos y funcionamientos puramente intelectuales. Sin embargo, el desarrollo emocional, considerado como la creciente capacidad de diferenciar emociones complejas y de autorregulación, a fin de adaptarse al entorno social y alcanzar metas, está fuertemente relacionado con las funciones ejecutivas (Rueda, Paz-Alonso, 2013). Estudios sobre el desarrollo de la regulación emocional apuntan a que la regulación ejecutiva es indispensable en situaciones de alta exigencia afectiva (Zelazo et al., 2007).

      El ser humano es social, y desde ahí, la comprensión de las propias emociones y de las de los otros, es una tarea central para la convivencia. Las emociones básicas como la felicidad o el miedo, son distintas de las llamadas morales, que se generan en la relación con los otros y en referencia a comportamientos normativos o ideales. Se trata de emociones tales como la vergüenza o la culpa, que implican comprensión de las normas morales y valores compartidos. El ser humano requiere comprender las emociones de los otros (empatía) y atribuirles estados mentales (teoría de la mente), es decir, reconocer que el otro es un igual. Para el desarrollo emocional se requiere desarrollo social, además de regulación afectiva.

      El preescolar requiere controlar sus reacciones emocionales, positivas o negativas, para adaptarse al grupo y alcanzar sus objetivos, de manera que el control ejecutivo es factor importante de la regulación y el desarrollo emocional (Rueda, Paz-Alonso, 2013). La maduración del control de impulsos y la atención se relaciona con la comprensión de las emociones propias y de los otros, y principalmente a una mejor regulación emocional. Los niños que manejan mejor su atención, demuestran mejor control de su ira gracias al uso de un lenguaje no hostil, en vez del uso de la agresión. Central en esto es la empatía y la capacidad de comunicarla, lo que requiere capacidad de interpretar señales de angustia o de placer, vale decir, poder distinguir estados mentales propios y de los otros, lo que constituye un elemento cognitivo central de la empatía.

      Los resultados de investigaciones recientes apuntan a que las funciones ejecutivas pueden mejorarse mediante entrenamiento cognitivo, lo que puede acrecentar las destrezas de regulación emocional y de comportamiento en niños.

      Lo más importante de estos hallazgos es cómo el desarrollo del control ejecutivo es afectado por factores ambientales, específicamente, las prácticas de crianza y educación. Las actividades parentales, como la calidez, la sensibilidad y una disciplina suave, ligadas a un vínculo seguro y recíproco, se asocian a mejores destrezas en funciones ejecutivas en los niños (Bernier, Carlson, Whipple, 2010).

      Un niño impulsivo podrá ver afectado el procesamiento de la información y reaccionar en forma inadecuada frente a cualquier situación. En cambio, los niños que tienen un aprendizaje social y emocional positivo, se adaptan con facilidad a las nuevas experiencias y desarrollan una actitud positiva hacia el colegio en la educación básica, lo que se refleja generalmente en buenas notas y en logros académicos. Adicionalmente, estudiantes con altos niveles de inteligencia emocional presentan mayor bienestar emocional y psicológico (menor sintomatología ansiosa y depresiva y menor tendencia a pensamientos intrusivos) (Extremera et al., 2003).

      Los programas preescolares que privilegian las habilidades de autorregulación mejoran el desarrollo del control ejecutivo. La plasticidad del sistema neurocognitivo que sustenta la regulación cognitiva y emocional, podría estar ligada a la maduración gradual de este sistema. Datos basados en investigaciones empíricas agregan evidencia a la importancia del uso de programas dirigidos al desarrollo de las competencias socioemocionales. La sensibilidad del sistema neurocognitivo ofrece en la primera infancia múltiples oportunidades para promover la competencia social (Bernier, Carlson, Whipple, 2010).

      Dependiente total, el bebé humano necesita del cuidado materno, tanto la alimentación y la higiene, como la atención y el afecto. En esta interacción, madre e hijo regulan mutuamente sus comportamientos. Respecto del niño, su capacidad de evocar sentimientos en la madre, determina la calidad del vínculo. El niño nace equipado para la interacción: para atender selectivamente a los estímulos y para responder con patrones de conducta, en fin, para relacionarse con el otro través de manifestaciones básicas: sonrisa, llanto, succión.

      Por su parte, la madre estaría también biológicamente equipada para responder a las demandas del hijo, lo que Winnicott (1965) denomina responsividad materna. Ella se sitúa en el lugar del niño y su preocupación maternal primaria le permite sintonizar intuitivamente con sus necesidades. A ello contribuyen los cambios hormonales post parto, el inicio de la lactancia y el hecho

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