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objetos y destrezas físicas, tales como coordinación, equilibrio, flexibilidad y velocidad

      •Inteligencia musical: capacidad para percibir, discriminar y modificar formas musicales y la sensibilidad al ritmo, tono y melodía de manera intuitiva o analítica.

      •Inteligencia interpersonal: capacidad para comprender a los demás: qué los motiva, cómo operan; trabajar cooperativamente; habilidad para percibir y distinguir el estado de ánimo, las intenciones, motivaciones y sentimientos de las personas; sensibilidad a expresiones faciales, a la voz y los gestos; capacidad para discriminar claves interpersonales y habilidad para responder efectivamente a las claves interpersonales.

      •Inteligencia corporal kinestésica: habilidad para usar el propio cuerpo en diferentes actividades tales como deporte, danza, juegos, representaciones.

      •Inteligencia intrapersonal: capacidad de formar un modelo preciso y realista de uno mismo, capacidad para usar ese modelo para operar eficazmente en la vida; habilidad para autoconocerse y actuar adaptativamente en base a este conocimiento; flexibilidad para el manejo de las propias fortalezas y debilidades; conciencia de los propios estados de ánimo, intenciones, motivaciones y deseos y capacidad de autocontrol y adecuada autoestima para guiar la propia conducta.

      En sus últimas publicaciones, Gardner (en: Rosas et al., 1999) propone dos nuevos tipos de inteligencia: la inteligencia naturalística que se relaciona con las habilidades científicas y la capacidad de observación y la inteligencia existencial relacionada con la capacidad de reflexionar y asumir posturas frente a la vida, el sufrimiento y la muerte. Este tipo de inteligencia se daría en filósofos y en teólogos.

      Ciertamente, varios de estos tipos de inteligencia son requeridos bajo distintas formas en los aprendizajes esperados para los distintos sectores y subsectores de aprendizaje. En la medida en que cada niño tiene un mayor o menor desarrollo de las distintas habilidades cognitivas, se hace necesario que el educador tenga conciencia de sus características individuales, con el fin de adaptar sus metodologías a sus fortalezas y debilidades, especialmente cuando se trata de niños con necesidades educativas especiales.

      La inteligencia emocional, término propuesto por David Goleman (1996) se puede sintetizar en la capacidad de motivarnos a nosotros mismos, de perseverar en el empeño a pesar de las posibles frustraciones, de controlar los impulsos, de diferir las gratificaciones, de regular nuestros propios estados de ánimo, de evitar que la angustia interfiera con nuestras facultades racionales y la capacidad de empatizar y confiar en los demás. Sin lugar a dudas, el desarrollo neuropsicológico del niño, su todavía imperfecto dominio, por ejemplo, de las funciones ejecutivas, hace casi imposible pretender que sus comportamientos sean emocionalmente inteligentes. No obstante, los modelos a los que se expongan, tendrán una influencia decisiva en sus comportamientos futuros.

      Se han descrito diferentes problemas relacionados con bajos índices de inteligencia emocional, como por ejemplo, bajo rendimiento académico (Petrides et al., 2004), disminución en cantidad y calidad de relaciones interpersonales (Fernández Berrocal et al., 2004) y aumento de conductas violentas y consumo de sustancias adictivas (Graczyk et al., 2000).

      Por el contrario, alumnos con mayores coeficientes de inteligencia emocional presentan menos síntomas físicos, ansiedad social y depresión, mayor autoestima, satisfacción interpersonal y utilizan estrategias de afrontamiento activo para solucionar sus problemas. Perciben los estresores ambientales como menos amenazantes, se recuperan mejor de estados de ánimos negativos y son capaces de manejar situaciones emocionales difíciles sin caer en peleas, enojos o respuestas hirientes (Fernández-Berrocal et al, 2004).

      Considerando la importancia de la inteligencia emocional para los niños, tanto en el jardín como en sus futuros desempeños en la vida escolar y adulta, se justifica hablar de una verdadera alfabetización emocional, en la medida que favorece la empatía (consideración por el otro), las conductas pro sociales y en síntesis, el desarrollo moral del niño

      La premisa que subyace al concepto de inteligencia dinámica es que ésta no es un dato, una cualidad con la que se nace, sino un atributo que se construye en permanente interacción con el ambiente. Vale decir, hay un aprendizaje de las conductas inteligentes. Esta afirmación, que abre una infinita gama de posibilidades para el niño, también puede constituir una amenaza, en la medida que un medio hostil y deprivado puede ser un obstáculo para el desarrollo intelectual del niño.

      La modificabilidad cognitiva se relaciona estrechamente con las formas de evaluar al niño y con las estrategias de rehabilitación. Desde esta perspectiva teórica, se cuestiona la validez del concepto de Coeficiente Intelectual como factor determinante, por ejemplo, de la madurez del niño para el aprendizaje y, por tanto, de la determinación del momento más conveniente para el ingreso del niño a la escuela básica. Por otra parte, aporta a las determinaciones que pueden tomarse a partir de resultados deficientes del niño en pruebas que evalúan recursos cognitivos y, en especial, coeficiente intelectual, en la medida que se consideren dichos puntajes como definitivos y determinantes para decidir el futuro escolar del niño.

      Reuven Feuerstein creador del Instituto Hadassah - Wizo - Canadá Research Institute de Jerusalén, realiza un valioso aporte a la evaluación y tratamiento de niños que presentan déficits intelectuales y dificultades para los aprendizajes escolares. A mediados del siglo XX, Feuerstein trabaja con niños y adolescentes huérfanos o separados de sus padres durante el Holocausto, procedentes del norte de África, todos ellos, profundamente deprivados en lo intelectual y en lo afectivo. Comienza evaluando a los niños, con las pruebas tradicionales, pero se da cuenta que los rendimientos de estos niños en pruebas, son significativamente inferiores a los de otros de su edad.

      Al estudiar estos resultados, se da cuenta que una parte importante de la variabilidad de los resultados puede atribuirse al tipo de pruebas utilizadas y a las áreas evaluadas, más que a que efectivamente los niños tuvieran capacidades intelectuales inferiores a sus pares criados con sus padres y en condiciones normales y declara que se necesitan métodos para determinar de qué manera el niño puede mostrar su verdadero potencial intelectual, más allá de contar con instrumentos para determinar si el niño puede o no puede aprender. Su crítica a los tests clásicos de evaluación de la inteligencia se funda en que evalúan solamente los aprendizajes acumulados, en forma transversal, pero no el potencial de aprendizaje.

      En respuesta a las teorías que enfatizan la importancia del coeficiente intelectual en el aprendizaje y el concepto de inteligencia como un cuanto determinado, plantea su Teoría de la Modificabilidad Cognitiva Estructural, que afirma que todo individuo puede cambiar si se le dan las condiciones, y mejorar su rendimiento intelectual. Reuven Feuerstein (Feuerstein, 1979; Feuerstein et al., 2010) sostiene que la inteligencia es el resultado del funcionamiento de un determinado número de funciones cognitivas básicas, que corresponden a habilidades innatas, más un historial de aprendizaje y actitudes, motivaciones y estrategias frente al aprendizaje. Estas funciones cognitivas básicas son necesarias para los aprendizajes tanto formales como informales del niño. Las deficiencias en el desarrollo de tales funciones producen aprendizajes inadecuados, deficitarios o defectuosos, inferiores a lo esperado en relación a las expectativas de madurez mental de esas personas.

      Consecuentemente, los bajos rendimientos escolares no tendrían una relación directa con un determinado C.I. sino más bien, con el inadecuado desarrollo de funciones que son los prerrequisitos para un adecuado funcionamiento cognitivo. De aquí surge la convicción de que los niños con bajos rendimientos escolares también están abiertos al cambio y a la modificación cognitiva. Dicho en otras palabras, la inteligencia puede

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