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comienzos del siglo XX, y que ya venían asechándolo desde finales del siglo pasado.

      Cabe destacar que ambos países tenían como telón de fondo a la teoría de la degeneración, también de origen francés, la que señalaba que las enfermedades mentales y otros graves trastornos tales como el alcoholismo, la prostitución y la delincuencia eran producto de antecedentes familiares trastocados, los que se expresaban en las nuevas generaciones en dosis cada vez más fuertes (Plotkin 2012; Huertas, 1987). Esta teoría, vale la pena mencionarlo, tuvo como particularidad el ayudar a sancionar varios de los problemas sociales que afectaban a varios países de la región.

      Se sabe que las ideas viajan por el mundo, eso es un hecho indefectible y si se piensa en el psicoanálisis, este se constituye en un ejemplo claro de dicha circulación, recepción e implantación. En nuestro país, este proceso dependió claramente de las características particulares de nuestra historia nacional. Este no es un asunto simple, ya que conjuga dos dimensiones: el transporte transnacional del psicoanálisis y sus modos locales de aterrizaje. Ya esta articulación configura un interesante problema investigativo.

      De este modo, entiendo la historia de la recepción del psicoanálisis en Chile como la articulación de estas dos dimensiones, punto nodal donde se generan los sellos distintivos del caso chileno en relación con la historia del psicoanálisis pensada en términos generales. La historia del psicoanálisis, siguiendo a Plotkin (2003a) es la historia de los múltiples procesos simultáneos de recepción, circulación e implantación en las distintas culturas y sociedades en los que ha tenido presencia. Así, el “caso chileno” es un ejemplo particular de este proceso. Lo especial de este punto de vista, es que descarta la posibilidad de que los receptores sean conceptualizados como agentes pasivos, percibidos como simples repetidores de ideas foráneas, las que aplican de manera exacta en el medio local. En Chile, la evidencia muestra que muchos de los lectores del psicoanálisis trataron de combinar los conceptos freudianos con las distintas tradiciones intelectuales que dominaban la escena nacional, presentándolo como perfectamente compatible con algunas de ellas, aunque tuvieran marcos conceptuales totalmente distintos. Un ejemplo dentro de varios, como se verá más adelante, fue la mixtura del psicoanálisis con la criminología de Lombroso y Ferri.

      Otro elemento propio de la recepción y que quiero destacar de manera central es la forma en que el psicoanálisis en Chile se vinculó con lo que Norbert Elias llama habitus nacional76, definido como la manera en que “el destino de un pueblo influye a lo largo de los siglos en el carácter de los individuos que lo conforman” (Elias, 2009a, p.39), concepto que permite entender como los sujetos más disímiles de una nación reciben una impronta común. Este sociólogo alemán, de origen judío, dedicó buena parte de su trabajo a teorizar sobre lo que llamó el proceso de la civilización77, que apunta, en parte, a mostrar que los cambios y transformaciones que una sociedad experimenta tienen impacto en la personalidad de sus miembros. Elias reconoce la influencia de Freud, especialmente en cómo el destino –pulsional si se quiere– de un individuo está sujeto a las coacciones externas primero, las que recibe de su medio más próximo, para luego pasar a las autocoacciones internas (Elias, 2009b). Tal como lo plantea Alejandra Golcman (2010)78, esto sucede en la medida que se desarrolla el superyó, la vergüenza y la responsabilidad social, todos productos de la influencia de Otro social.

      Siguiendo a Elias, una tarea investigativa como la presente permitiría reunir factores sociológicos, históricos y psicológicos existentes en el fenómeno de la recepción. La forma de pensar el tiempo cumpliría, a mi modo de ver, un rol importante, ya que es clave para desentrañar la especificidad de un abordaje histórico sobre la recepción de las ideas en un espacio temporal y geográfico específico. No tiene que ver sólo con que se trata de una investigación histórica –y por lo tanto la actuación del tiempo es crítica– sino con que el concepto de habitus nacional tiene la ventaja de entregar elementos que permiten estudiar el devenir de una nación, representada como un destino que se cuela en los problemas que afectan a un país y las respectivas soluciones que se proponen a dichos problemas. Lo afirma Elias diciendo: “No es común, ni siquiera en nuestros días, vincular el desarrollo social actual y, en consecuencia, el carácter nacional de un pueblo con su “historia” –como se le llama–, ni en particular, con su desarrollo como Estado. […] los problemas actuales de un grupo se encuentran determinados de manera decisiva por su destino previo, por un devenir que no tiene principio” (Elias, 2009a, p. 39).

      En síntesis, existen problemas que afectan –o afectaban si se piensa en un marco temporal específico o en una época pasada– a una nación que tienen directa relación con su trayectoria, ante los cuales se ofrecen soluciones específicas que son las disponibles de acuerdo también al marco de lo públicamente decible y aceptable y si se quiere agregar, lo pensable en dicha época, parafraseando a Claudia Gilman79. Siguiendo este esquema Plotkin (2009b)80, quien analizó y comparó las matrices de recepción del psicoanálisis en los casos de la Argentina y Brasil, detectando, primero, que el psicoanálisis fue leído y demandado socialmente mucho antes de su institucionalización “oficial” en la década de los 40´s del siglo pasado. Luego –y esto es muy interesante como elemento para pensar lo sucedido en Chile– pudo constatar que un sistema de pensamiento como el psicoanálisis sólo puede difundirse e implantarse en una sociedad cuando logra ajustarse a las preocupaciones locales y es compatible con el denominado habitus nacional. El caso brasileño muestra cómo las ideas freudianas sirvieron para explicar, a los médicos locales, la sexualidad supuestamente exagerada y degenerada de la población negra. Raza y sexualidad eran dos elementos fuertemente vinculados por el mundo médico, pero también desde el quehacer de las elites políticas y sociales, quienes miraban al psicoanálisis como una herramienta de civilización. Por otra parte, en la Argentina pasaba todo lo contrario, el componente sexual de la teoría freudiana era causa de rechazo por parte del mundo médico, quienes influenciados por la cultura francesa, la que estaba muy presente en varios ámbitos de la cultura trasandina, se mostraron escépticos frente a los postulados de Freud. Tanto el caso de Brasil como el de Argentina, enseñan la íntima relación entre los aspectos propios de la recepción y las preocupaciones e intereses locales.

      Con todo, este preámbulo ayuda a cimentar los elementos que permitirán dilucidar una matriz de recepción particular: la relación que existió entre las especificidades del devenir nacional, específicamente los graves problemas que afectaban al país al momento de su –supuesta– aparición en 1910 y que provenían desde los albores de la llamada “cuestión social”. Buscaré describir cómo las ideas de Freud compartieron espacio con las formas de problematización y solución a estas dificultades, ofertándose como una respuesta de carácter social para el malestar colectivo que aquejaba a la nación.

      De esta manera, quiero proponer la existencia de una serie de discursos y eventos de carácter científico, social y político que se articularon, facilitando una lectura particular de las ideas freudianas en territorio nacional. Chile desde finales del siglo XIX experimentaba una situación paradójica: había triunfado en la Guerra del Pacífico, existía cierta estabilidad económica gracias a las ganancias de la plata y el salitre, permitiendo algunos avances en materia pública, y en el ámbito político, la clase dirigente se vanagloriaba de su supuesta tradición republicana. Sin embargo, esta cara tenía un costado menos feliz ya que la luz del desarrollo y el progreso no circulaba para todos por igual, generando las condiciones para la irrupción desde la década de 1880 a la cuestión social. Las capas medias y bajas de la sociedad no lograban ser visualizadas por el trabajo gubernamental, cuyas acciones se centraban en el mantenimiento del poder y las riquezas en manos de la clase oligarca. Más aún, era de la clase popular de la que había que defenderse, generando acciones concretas para pensar y diseñar la ciudad, con el fin de aislarla y reducir al máximo la influencia de esta parte maldita de la metrópoli. A los ojos de la clase dirigente, el progreso y la higiene sólo se alcanzarán si la ciudad culta –sitio donde habitaban las elites– lograba separarse de los fulgores pestilentes que emananaban de los arrabales, porción bárbara de “la ciudad propia”

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