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de la parte alta de la sociedad. Era el auge de la belle époque chilena115, en la que dominaba un ambiente despreocupado y alegre –según Villalobos (2010)–, propenso a la diversión y la vida fácil116. Las familias más prominentes vivían en el centro de Santiago, en el barrio República, donde se construyeron palacios lujosos al estilo árabe, neoclásico o gótico. El ideal masculino en la clase alta era una mezcla entre el gentleman inglés y el bon vivant francés. “Se admiraba lo intelectual, lo artístico, el título universitario o la profesión liberal, pero se admiraba más un tren de vida dispendioso. Mantener el ‘buen tono’ significaba llevar un estilo de vida liviano y frívolo” (Aylwin, Bascuñán, Correa, Serrano, & Tagle, 1990, pp. 56-57). Como coincidencia la ciencia hacía lo suyo impresionando a todos por la fuerza de sus descubrimientos y lo novedoso de sus avances, lo que generó un ambiente de sorpresa permanente gracias a la difusión de sus conquistas.

      Las elites oligárquicas tenían el dominio del país, gozaban de sus privilegios y se jactaban de ellos públicamente, cimentando todavía más descontento en las clases populares. Ejemplo de esto son las declaraciones al diario El Pueblo del abogado y senador Eduardo Matte Pérez, miembro de una familia de banqueros, en 1899:

      “Los dueños de Chile somos nosotros, los dueños del capital y del suelo; lo demás es masa influenciable y vendible; ella no pesa ni como opinión ni como prestigio” (Matte en Reyes del Villar, 2004, p. 19)117

      Enrique Mac-Iver, político radical y Ex Gran Maestro de la Gran Logia de Chile, en el Ateneo de Santiago en 1900, pronunció su famoso discurso titulado La crisis moral de la República119. Donde hacía una clara denuncia:

      “Me parece que no somos felices; Se nota un malestar que no es de cierta clases de personas ni de ciertas rejiones del país, sino de todo el país i de la jeneralidad de los que lo habitan. La holgura antigua se ha trocado en estrechez, la energía para la lucha de la vida en laxitud, la confianza en temor, las expectativas en decepciones. El presente no es satisfactorio i el porvenir aparece entre las sombras que producen” (Mac-Iver, 1900, pp. 4-5).

      La distancia que mantenían las elites con los sectores medios –todavía muy incipientes– y las clases populares, principalmente trabajadora, era enorme. Ya lo señala Felipe Portales (2006)120: la posibilidad de realizar cambios sustanciales en favor de la clase media y del pueblo era casi imposible en esa época. La llamada “cuestión social121 - entendida como la visualización pública de muchos de los problemas sociales, en el contexto capitalista, la incipiente industrialización del país y las penosas condiciones que afectaba al trabajador urbano- tuvo que esperar recién hasta la década de 1920 para que tener alguna respuesta oficial de parte del mundo político.

      La celebración del Centenario estuvo marcada por la inauguración de varias obras insignes, las que buscaron reflejar el desarrollo económico del país y que se traducía en una serie de adelantos. Se multiplicaron las redes ferroviarias, los puentes, viaductos, los edificios céntricos con aires europeos y el puerto de Valparaíso fue tomando forma como centro neurálgico de los intercambios comerciales, gracias a la construcción de un molo de abrigo, reparado luego del terremoto de 1906. Hubo visitas de delegaciones de muchos países y se hicieron grandes fiestas para la ocasión122.

      Lamentablemente la crisis que había en el ambiente se materializó en tragedia, cuando el presidente Pedro Montt murió poco antes de las celebraciones en agosto de 1910 en Alemania. Había viajado a Alemania en búsqueda de un tratamiento médico para la arritmia que lo aquejaba. Luego, curiosamente, su sucesor Elías Fernández Albano también falleció a los pocos días de haber asumido, generando un manto lúgubre ante las celebraciones. Fue el tercer sucesor Emiliano Figueroa quien encabezó las festividades.

      Por otro lado, Chile era un país enfermo y muchas vidas eran presa de los males que los atacaban. En este sentido, comienzó una sensibilización del escenario público sobre el estado del país y especialmente de la incapacidad de los dirigentes locales de hacer frente a la situación. En estos años dominaron los sentimientos de pesar, frustración y un profundo revisionismo. El país ya había enfrentado a finales del milenio pasado dos momentos bélicos significativos: la Guerra del Pacífico –con los vecinos Perú y Bolivia– y la Guerra Civil de 1891. Estos eventos dejaron una impresión de pesar y crisis social en los habitantes. En esta época se encuentra el primer indicio de la llegada de las ideas de Freud a tierras nacionales. Años en los que se publicaron una serie de ensayos, que según Muñoz (1999)123, daban cuenta del estado de crisis en el que la sociedad chilena se encontraba en esa época. Por ejmplo, el Doctor Valdés Cange publicó en 1910 Sinceridad. Chile íntimo en 1910124 donde afirmaba: “Pero nosotros, los que vivimos entre los de abajo, vemos todas las miserias, todos los vicios, todas las angustias de este pueblo que se gloria de ser el más noble i viril de los nacidos en América!” (Valdés, 1910, p. 2). Tancredo Pinochet Le-Brun, por su parte, afirmaba en 1909125Nuestro país va a cumplir cien años de vida independiente, va a ser luego un adulto mayor de edad. Su existencia se ha deslizado hasta ahora como la de un muchacho varonil, inquieto, valiente i jeneroso. Todavía no ha tomado bien en serio la vida i no ha pensado casi nada para mañana” (Pinochet, 1909, p.6). Lo mismo, Luis Emilio Recabarren, insigne hombre de izquierda, fundador del Partido Obrero y luego del Partido Comunista, en plenas festividades declaró: “Hoy todo el mundo habla de grandezas y de progresos y les pondera y ensalza considerando todo esto como propiedad común disfrutable por todos. Yo quiero también hablar de esos progresos y de esas grandezas, pero me permitiréis, que los coloque en el sitio que corresponde y que saque a luz todas las miserias que están olvidadas u ocultas o que por ser ya demasiado comunes no nos preocupamos de ellas” (Recabarren, 1910, p. 166). Por último, en 1904 Nicolás Palacios publicó su trabajo más famoso, Raza Chilena, en el que señaló que el pueblo chileno era de una estirpe superior, combinación de los godos y los mapuches, sintetizados en la figura de el Roto. Esta obra es un ejemplo de los intentos de unificación de la población tras un imaginario común.

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