Скачать книгу

      El hito de la celebración del Centenario constituyó, según Soledad Reyes del Solar (2007)81, un momento clave en la historia cultural chilena, permitiendo la génesis de un nutrido número de producciones culturales de carácter revisionista, las que ponían en duda y denunciaban la necesidad de hacer algo a favor del resto de la población que vivía y moría sin ser vista. Podemos considerar que muchas de las percepciones respecto a los fuertes problemas que afectaban al país, a saber: la pobreza urbana, el crimen, la locura y las llamadas enfermedades de trascendencia social (sífilis y gonorrea), ligadas a la esfera sexual de la población principalmente, tuvieron una lectura más positiva y esperanzadora gracias a los elementos que el freudismo les dio a los chilenos. La teoría freudiana aparecío menos determinista que, por ejemplo, la criminología de Lombroso y Ferri– influenciadas fuertemente por la teoría de la degeneración– siendo de gran ayuda para conseguir la concreción de una utopía nacional que habló de la construcción de un país lleno de progreso y modernidad, ajeno a los vicios y la degradación social. Las elites y los intelectuales de la época impulsaron distintas estrategias sociales y políticas, las que en muchos casos estuvieron empapadas de conceptos psicoanalíticos. El dinamismo psíquico y, especialmente, la capacidad de transformar, por medio de la sublimación, las fuerzas instintivas potencialmente peligrosas en artefactos culturales de orden superior. Este será un costado atractivo y, por lo tanto, privilegiado a la hora de leer a Freud por la mayoría de los nacionales. Por ello su trabajo será descubierto como una herramienta que ayudará a fortificar la raza chilena, en una época de fuerte cuño nacionalista que cruzará la mayoría de las producciones sociales y culturales82. El nacionalismo –o nacionalismos para ser fiel a todas las posibilidades que existieron– fue el soporte simbólico que facilitó que algunos miembros de distintos campos de la sociedad chilena (política, médica, intelectual, entre otras), considerarán al psicoanálisis como una salida para trocar el negro panorama del país, generando una visión más optimista, y quizás al mismo tiempo, ingenua hacia el freudismo y su aporte específico al país.

      En Chile, el psicoanálisis fue incluido dentro del arsenal de herramientas de ayuda social, un instrumento que, apoyó la educación familiar, llevando - supuestamente- a la población a cambiar sus horizontes, dejando atrás la miseria y la degeneración –que se traducía en neurosis, locura y el crimen– las que afectaban a buena parte de la población. Las ideas freudianas, vistas así, fueron percibidas por muchos chilenos como una herramienta civilizatoria, que permitía domesticar y garantizar que el individuo renunciara a sus exigencias pulsionales en favor del resto de la comunidad. A modo de guía quiero destacar que este periodo estuvo cruzado por una manifiesta necesidad de cambiar, buscando que el país creciera y se desarrollara movilizando y potenciando sus recursos a todo nivel. Esto tuvo su correlato en el impulso político por implementar mayores reformas en favor de la justicia social, el desarrollo y el progreso del país. Es el momento de la construcción de una nueva utopía colectiva en la que el psicoanálisis tuvo una participación más que interesante. Por ello, la necesidad de cambiar y especialmente la de mejorar, impulsaron a varios sectores de la sociedad chilena a reconocer que el país experimentaba una fuerte crisis social, donde el malestar colectivo era proporcional a la alegría que existía con el advenimiento del nuevo siglo y la celebración del centenario. El psicoanálisis en Chile fue definido, tal como lo afirma Eidelsztein (2001), como una respuesta racional ofrecida ante el malestar en la cultura83.

      Creo valioso mostrar el tránsito que tuvo el imaginario social sobre ese “lado oscuro” de la sociedad chilena- parafraseando a Roudinesco (2009)84-, asociado explíticamente por las elites locales a una porción específica de la ciudad: los arrabales. Estos condensaban la mayoría de los vicios que sufría la sociedad chilena en la década de 1880. Sin embargo, esto cambiará radicalmente durante las primeras décadas del siglo XX, ya que tras la implantación de una nueva forma de verse a sí mismos, facilitada por las ideas freudianas, se llegó a afirmar que: el demonio no estaba afuera, en el Otro, sino que también en cada uno de nosotros. Y ese demonio era el inconsciente postulado por Freud.

      El impacto de estas ideas en el medio local, hizo valorizar aún más la acción educativa como punto clave para la vida de la nación, ya que, en potencia –y esto fue algo por lo demás mucho más democrático– cualquier persona podía ser un criminal. Los desmames del inconsciente (o del ello) gracias a la educación civilizatoria podían transformarse en acciones superiores que beneficiaran a todos. Lo anterior no supuso que la irrupción de los conceptos de Freud sustituyeron del todo a las visiones aparentemente más deterministas del ser humano. Nada de eso, ya que se podrá ver cómo este conjunto diverso de ideas, que componían la escena médico, social e intelectual de la época, convivieron mutuamente. Se podrá conocer, más adelante, las distintas combinaciones, reformulaciones y transformaciones que el psicoanálisis experimentó en tierras chilenas.

      En lo que sigue, realizaré una síntesis que dé cuenta del panorama general que el país vivió en la época, tratando de reflejar los contornos y sucesos de un periodo complejo. Como la periodización del presente trabajo es bastante amplia, he optado por seguir la división que varios autores85 utilizan en virtud de la transformación de los distintos procesos sociales y políticos que se produjeron en el país durante ese tiempo. Creo firmemente que estos acontecimientos influyeron de manera significativa en cómo el psicoanálisis fue discutido y utilizado en Chile, condicionado claramentepor la atmósfera intelectual de la época. Visto de ese modo, las ideas freudianas aterrizaron en Chile en medio del cambio de siglo, transito en el que en la nación se incentivaban discuciones sobre las acciones que se debían reaizar, como también, de nuevos problemas que se debían enfrentar.

      Panorama al interior de un conventillo en Valparaíso (1900).

      El primer hito que evidenciaría la presencia de las ideas freudianas en territorio chileno data de comienzos del siglo XX, de la mano del médico Germán Greve Schlegel. En 1910, Greve viajó a Buenos Aires para presentar a Freud y al psicoanálisis en el Congreso Internacional de Medicina e Higiene, en medio de un clima de alta tensión y pesimismo. Era una época de contradicciones, ya que las elites gobernantes hacían grandes esfuerzos por presentar una imagen positiva, avanzada y moderna del país, justamente en el año de la celebración del Centenario de la República, el 18 de septiembre de 1910. Sin embargo, este retrato distaba mucho del crudo panorama que afectaba a buena parte de la población: una nación en crisis, enferma y desigual. Se podría decir que este hecho ha marcado un rasgo definitorio del habitus nacional chileno, el que moldeó, claramente, la recepción de las ideas freudianas en nuestro país: la tensión permanente entre el deseo del orden y estabilidad provenientes de las elites gobernantes, quienes aspiraban a que Chile se pareciera lo más posible a un país europeo –especialmente a Francia o Inglaterra– acompañados por un fuerte sentimiento de amenaza frente al caos, el peligro y la degeneración. La existencia ciertas patologías que afectaban a las clases populares, pensadas como una masa informe de sujetos, atestiguaban patentemente su raíz primitiva. Así, el alcoholismo, la prostitución, el tifus, la viruela y las malas condiciones higiénicas en las que vivían no eran más que el reflejo de su espuria naturaleza. Tal como lo afirma el historiador Alfredo Jocelyn Holt86 “[…] a Chile le encanta sentirse una excepción. Y esta característica, el ser un país supuestamente ordenado, se ha constituido en la prueba confirmatoria por excelencia de nuestro anhelo providencial: el que seamos únicos, irrepetibles, un pueblo elegido” (Jocelyn- Holt, 1997, p.184). Este rasgo se puede ver, sin muchos problemas, en los relatos fulgurantes de las celebraciones del Centenario87, en los que se hacía presente “la clásica visión de Chile como un caso excepcional en el concierto de las naciones latinoamericanas debido a la solvencia de su tradición republicana” (Correa, Figueroa, Jocelyn-Holt, Rolle & Vicuña, 2001, p.42)88 junto con un ambiente lleno de optimismo patriótico.

      Varios países latinoamericanos, entre ellos

Скачать книгу