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de las “nativas”. Un investigador es parte de la cultura que quiere estudiar, por lo que investigar la historia del psicoanálisis puede implicar el riesgo de tomar un dato y “naturalizarlo” precisamente porque ocupa un lugar del problema que se quiere estudiar así como también de la cultura estudiada. Un ejemplo, es la operatoria que el concepto de “resistencia” tiene para el psicoanálisis –tanto en lo clínico como en su política institucional– enfatizando en las supuestas grandes resistencias que las ideas freudianas levantarán en cualquier sociedad en la que se encuentre. Por eso, muchas de las historias del psicoanálisis se esfuerzan por enfatizar o hacer calzar este elemento dentro de las construcciones históricas que realizan, impidiendo con ello interrogarse sobre el éxito sin precedentes de la difusión del psicoanálisis en el mundo. Lo mismo pasa con las ideas que hoy se tienen sobre la subjetividad, la mente y la sexualidad, entre otros, las que se basan o se encuentran inspiradas en el psicoanálisis, o en oposición a él. Tomando esto en cuenta, al investigador se le exige una actitud de “perplejidad permanente” o “exotización”, facilitando así una postura abierta ante lo nuevo.

      En consecuencia, definimos al psicoanálisis como “un fenómeno cultural amplio. Que debe ser estudiado desde la perspectiva de la historia cultural y desde un punto de vista histórico-antropológico, sin perder de vista su naturaleza multidimensional. Es crucial tomar en consideración los diferentes niveles y espacios culturales en los que el psicoanálisis como práctica y como sistema de creencias se manifiesta” (Plotkin, 2009c, p. 12).

      CAPÍTULO 2

      EL “MALESTAR EN LA CULTURA” CHILENA EN EL CENTENARIO: LA IMAGEN DE UN PAÍS ENFERMO.

      Desde su temprano desarrollo, el psicoanálisis viajó por el mundo configurandose como un interesante fenómeno de carácter transnacional, algo que Ricardo Steiner (2000)72 ha calificado –inspirado en una frase de Ana Freud tras el exilio de su padre a Londres en 1938– como “una nueva clase de diáspora”. A los ojos de este autor, el psicoanálisis experimentó un verdadero proceso de aculturación, siendo transformado y adaptado a cada una de las realidades locales a las que arribó73. A mi juicio, el psicoanálisis ya había comenzado desde hace mucho tiempo a experimentar este proceso transformador. Así, desde el momento en que empezó a circular en latitudes distintas a las de su origen, desde finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, el psicoanálisis fue recepcionado por distintos públicos, en diversos niveles y capas sociales, generando con ello nuevos discursos y autorizando con esto, nuevas prácticas sociales. El viaje desde Viena, lugar de origen del psicoanálisis, hacia el resto del mundo implicó una inevitable –y por lo tanto normal y esperable– lectura activa de los agentes locales, con sus respectivas reinterpretaciones, apropiaciones y conciliaciones con los problemas, inquietudes y tradiciones locales de pensamiento. En términos históricos, resulta muy valioso lograr reconstruir estos procesos entendiendo que es posible encontrar tantos “Freud” como posibles lectores existían. Lectores que, a su vez lo utilizaron según sus propios fines e intereses.

      Si pensamos en términos regionales, es preciso señalar que el psicoanálisis llego muy temprano al continente, a Brasil específicamente, en el año 1899. El médico y fundador de la psiquiatría brasileña Juliano Moreira, citaba por esa época a Freud en sus clases en la Universidad de Bahía (Russo, 2012)74. De hecho, existió en el Hospital de Alienados, bajo la dirección de Moreira entre los años 1903 y 1930, una guardia psicoanalítica (Plotkin, 2009b). Incluso, en el año 1927 se creó una sociedad psicoanalítica reconocida por la Sociedad Internacional de Psicoanálisis (I.P.A), la que aunque tuvo corta vida publicó su propia revista. Así, tal como lo plantea Jane Russo el freudismo fue visto por los círculos médicos y parte de las elites locales, como una herramienta que permitiría que la nación siguiera el camino de la modernidad, haciendo que la sexualidad supuestamente descontrolada y perversa –presente como un rasgo constitutivo de la raza negra nativa– cambiara de meta hacia fines más adecuados gracias a la sublimación de los impulsos. El componente sexual de la teoría, entonces, era valorado como un factor explicativo y útil para los fines civilizatorios que las elites médicas y políticas se habían trazado. Ejemplo de esto son el libro del doctor Franco Da Rocha, de 1920, titulado O pansexualismo na doctrina de Freud75 quien destacó y simpatizó abiertamente con los postulados del psicoanálisis y el trabajo de Julio Porto-Carrero en la ciudad de Río de Janeiro. Parafraseando a Plotkin (2009c) psicoanálisis, en Brasil, era sinónimo de sexualidad.

      Por otro lado, el factor sexual de la teoría psicoanalítica fue causa de rechazo por parte de los médicos argentinos. La influencia de la cultura francesa en el mundo trasandino marcó una tendencia que condicionó el comportamiento de los especialistas. Ellos toleraron al psicoanálisis más como una técnica que permitía la exploración de la psique que como una teoría acabada. El freudismo era fuertemente criticado considerándolo poco serio en términos científicos y con un excesivo énfasis en la sexualidad como único factor etiológico de las enfermedades mentales. Según Plotkin (2012), esta actitud reflejaba la fuerte influencia que el mundo galo tenía en la sociedad transandina de la época, la que alimentaba su retroceso ante las ideas freudianas. Los médicos argentinos, siguiendo a sus pares franceses, fueron muy críticos con los postulados freudianos. De esta manera, en la Argentina el psicoanálisis era descalificado por el factor en que en Brasil era valorado.

      Lo interesante, además, es que en estos países se presenta una recepción múltiple del pensamiento de Freud, manifestándose de manera transversal en distintas zonas de la sociedad, a través de vías de recepción bien definidas y perfectamente reconocibles. En Brasil, por ejemplo, el psicoanálisis tuvo aparte de la psiquiatría, dos vías de ingreso y diseminación. Una de ellas fue la acción de un grupo artístico de vanguardia, quienes impulsaron el movimiento modernista brasileño, el que con sus particularidades, iban en la dirección contraria a la conducta manifestada por los médicos locales. Ellos exacerbaban aquellos elementos exóticos y salvajes presentes en la cultura brasileña en vez de reprimirlos o intentar sublimarlos. Por ejemplo, para Oswald de Andrade la sexualidad nativa era la fuerza y potencia creadora de la cultura local (Plotkin, 2011; 2009c). Otra vía fue la recepción de parte del gran público a través de una generosa serie de libros, programas de radio e inserciones del psicoanálisis en revistas populares (Russo, 2012).

      El caso argentino, en cambio, detalla que en las vanguardias artísticas el psicoanálisis no tuvo mucha influencia durante las décadas del 20 y 30. El grupo relacionado con la publicación de la revista Martín Fierro fue más moderado que sus colegas brasileños, centrándose más que nada en una renovación estética, dejando así de lado alguna crítica a las condiciones sociales o políticas de ese tiempo. Su proyecto, que se tradujo en un manifiesto, tenía una fuerte postura antipsicológica por lo que el psicoanálisis no tuvo mucho lugar. Por otro lado, el discurso sobre la identidad estuvo centrada en las consecuencias de la oleada de inmigrantes que llegaron a residir a la Argentina, alterando significativamente el panorama cultural y social. Caso aparte lo constituyó Roberto Arlt, quien desde finales de la década del 20, incluyó referencias psicoanalíticas –alimentadas a partir de una visión amplia y popular del saber psicoanalítico donde eventos de la infancia de sus protagonistas eran factores explicativos de su conducta adulta– en novelas como Los siete locos (1929) y Los lanzallamas (1931). Esta ruta presentaba al psicoanálisis como un saber legitimado en la ciencia y al mismo tiempo una técnica para trabajar materiales psíquicos como los sueños.

      Tal como se evidencia en estos dos casos, la recepción del psicoanálisis (u otro sistema de ideas y creencias transnacional) está íntimamente vinculada con las condiciones sociales, políticas y económicas del suelo de recepción (Plotkin, 2011), reflejando la relación íntima que el freudismo entabló con las condiciones específicas de los distintos suelos de recepción. Visto así, este elemento se organiza como un punto nodal para pensar la historia de la recepción del psicoanálisis en Chile, ya que como se verá más adelante, su interpretación y utilización dependió

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