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      Tengo mi puerta suplicante sin flores y sin ofrendas.

      ¡Para que te detengas tú, que vas por el camino!

      Doblé mis rodillas y extendí mis manos.

      Tengo la humildad de los pobres que mendigan.

      Me he postrado, pues no soy digna

      de que cruces mi puerta y aquí reposes 17.

      Pero ella duda. El 4 de febrero escribe: «Caminante, sigue tu camino y no entres».

      No se sabe exactamente la distancia que separa estas primeras tentativas de rezar del deslumbramiento del don de la fe. Sin embargo, podemos fechar claramente este el 29 de marzo de 1924. En efecto, en varias ocasiones evoca en sus escritos esta fecha como un aniversario. Así, el 27 de marzo de 1954 escribe a una amiga llamada Paulette 18: «En efecto, el 29 llego a los treinta» 19.

      Pero se sabe muy poca cosa sobre lo que le sucedió en esos días, por otra parte tan atormentados. Como siempre, fue muy parca en sus confidencias. La imagen que empleó fue la del deslumbramiento: «Había sido y sigo estando deslumbrada por Dios» 20, dirá pocas semanas antes de su muerte a un grupo de estudiantes que le había pedido una conferencia sobre su itinerario.

      Ese mismo 29 de marzo de 1924 escribe un poema que, sin duda, marca un cambio profundo:

      Pues en el alma cantaban fuertes como el mar,

      la voz de la tierra fecunda y la voz del desierto.

      «Ven a mí», el Desierto es una inmensa llamada

      que me han arrojado los horizontes en la luz.

      Camina al sol viviendo en los espectros de las piedras.

      Tu camino se ha estremecido bajo la llama eterna 21.

      Poema difícil de descifrar: ¿quién es el «mí» de «ven a mí»? ¿Es Dios mismo quien la llama al desierto? ¿Y de qué está constituido en ese momento el desierto? Jean Maydieu ya está lejos. Parece que haya tomado la decisión desde octubre de 1923, es decir, poco tiempo después de comenzar el servicio militar. Sin embargo, nos faltan los documentos que nos permitan reconstruir el itinerario preciso. Se sabe que no tomó el hábito dominico hasta el 22 de septiembre de 1925 en el convento de Amiens. ¿Se trata, pues, del desierto de su ausencia? En cualquier caso, el desierto es ahora una inmensa llamada, el horizonte es luminoso y el camino de Madeleine es alzado por una llama eterna.

      Sea lo que sea, sería falso decir, ya que alguna vez se ha sugerido, que la conversión de Madeleine estuviera vinculada al dolor por la pérdida del amor. No era una mujer que encontrara refugio sentimental en la religión. Su camino hacia la fe había comenzado mucho antes de que Jean Maydieu la dejara. Más bien al contrario: decepcionada, quizá abandonara su búsqueda, cuando quien más había influido en su descubrimiento de la fe la dejaba por Dios. Nunca lo fue. Sabía separar las cosas que no pertenecen al mismo orden.

      Su fe de principiante no le impidió atravesar una crisis muy grave. Porque el choque fue duro, la hizo vacilar. El 13 de octubre de 1923, seis meses antes de su conversión, había escrito un poema titulado «Ariette dans le vent» 22, en el que reflejaba toda la desilusión de jovencita por la cual, cuando llegó el viento del invierno, «sobre la nada, el camino de la locura permanece abierto». Claramente queda deslumbrada; había invertido tanto en esa relación que ahora se le abría un futuro completamente desconocido.

      En este contexto recibe el deslumbramiento de la fe, como un relámpago de certeza infinita que la atraviesa; después de haber buscado largo tiempo, después de haber trabajado intelectualmente la posibilidad de reconocer el acto de creer, después de haber vencido el orgullo de su inteligencia, después de haberse arrodillado para rezar, para llamarle, si existe, Dios llega a ella: «Creo que Dios me buscaba» 23, escribirá más tarde.

      Aquí hay que entender la expresión «creo» en el sentido fuerte de la palabra «creer». Pasó del Dios posible al Dios seguro. Pasó del Dios posible, pero incierto, a la certeza vital de creer.

      Esta transformación se realiza en el interior de una tempestad sin precedentes, que hace resaltar, todavía más profundamente, la obra de la gracia en ella. Es sorprendente ver cómo a la vez se hunde en las tinieblas humanas y camina hacia la luz de Dios. El 20 de noviembre de 1923, cuando su búsqueda todavía no ha terminado, escribe en un poema a la Virgen titulado «Retable –Chanson pour Notre-Dame Officiante»:

      Las almas del cielo, fantasmas sin rostros,

      las de la ciudad en sus aullidos,

      las de la piedra en la profundidad de las edades,

      una a una han caminado hacia tu resplandor.

      Y el alma de mi alma, alma de los que viven,

      alma que hace romper la realidad que la abraza,

      alma enloquecida en el infinito que la eterniza,

      ha encontrado la paz en la plegaria de tus manos 24.

      ¿Cuál es esta paz que le llega por María cuando todavía no ha encontrado a Dios? Aunque no la mencione frecuentemente, la Virgen María jugó en la vida de Madeleine un importantísimo papel. Tenía hacia la madre de Jesús una devoción dulce y afectuosa, sin cursilería alguna. Al final de su recopilación de poemas en La route reúne varios dedicados a Nuestra Señora, escritos o bien antes de su conversión o reescritos después; señal de que, para Madeleine, la Virgen la acompañó en el descubrimiento de la fe.

      La condujo hacia su Hijo y la acompañó después. El «alma enloquecida en el infinito que la eterniza ha encontrado la paz en la plegaria de tus manos». Es como si la dulzura de María atenuara la violencia del encuentro con el infinito de Dios, esa luz cegadora de la que hablará más tarde como una «luz negra» 25. Ese abismo insondable de los misterios de Dios 26, como dice también, abismo que todavía la asusta, que es como aliviado por la oración de las manos de María, como si esas manos la llevaran para que aceptara sumergirse en el abismo de Dios.

      A través de estos textos vemos que el descubrimiento de Dios no fue brusco para Madeleine, aunque ciertamente la iluminación fue fuerte. La fue preparando durante largos meses de recorrido. Pero lo paradójico es que se llevó a cabo en medio de las tinieblas por la pérdida de Jean Maydieu y de la conmoción interior que eso llevaba consigo. Y ahí la encontramos sumergida en una dura soledad de la que su familia no la ayuda a salir.

      Sus padres también están decepcionados. El probable matrimonio de su hija con el hijo de una gran familia burguesa era, sobre todo para Jules Delbrêl, un logro social inesperado. Este se vuelve contra Jean Maydieu y tendrá expresiones particularmente amargas hacia el futuro dominico que ha abandonado a su hija. Firma varios poemas con el pseudónimo «Jacques Maymort», con el que hace un desagradable juego de palabras: el joven que lleva a Dios en su apellido [Dieu] llevará en adelante a la muerte [mort].

      Además, el mal estado de salud del padre de Madeleine se agravó, tanto en el plano físico como mental. Jules Delbrêl se había quedado prácticamente ciego. Madeleine tenía que transcribir al dictado de su padre los malos poemas que pretendía escribir y en los que había más de una crítica abierta a Jean Maydieu. Así, el poema titulado «Le ramier et la tourterelle»:

      Pero apenas la tórtola

      hubo pronunciado el nombre del tenebroso,

      la paloma de repente se volvió silenciosa

      y bruscamente abandonó a la bella

      sin tener piedad con su pequeño corazón,

      lleno de amargura y dolor 27.

      Estas alusiones apenas disimuladas ciertamente no podían ayudar a Madeleine a sobreponerse

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