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en 1916, Jules Delbrêl se trasladó a París, se le hizo fácil participar en estos encuentros. Rápidamente se llevó a Madeleine cuando tenía apenas 13 o 14 años. Pero esta es otra historia sobre la que volveremos más tarde. Porque es evidente que el doctor Armaingaud tuvo un papel importante, sin querer, en la vida de Madeleine.

      Librepensador y ateo, era profundamente humano. Quería mucho a Madeleine. Resulta que fue también el padrino del futuro dominico Jean Maydieu, cuyos padres eran también de Burdeos. Es, pues, bajo los auspicios literarios del doctor Armaingaud como se producirá más tarde, en el salón parisino, el encuentro entre Madeleine y el brillante alumno de la Escuela Central.

      Mientras tanto, seguimos nuestro periplo a través de Francia con el supervisor de explotación Delbrêl, nombrado en 1911 jefe de la estación de Châteauroux, adonde regresa después de nueve años.

      Acaba de alcanzar, pues, el mayor nivel de toda su carrera: jefe de estación. No hay duda de que esto llena su deseo de devolver a la familia Delbrêl, al menos en parte, el lustre de antaño. Porque, en una provincia, el jefe de estación forma parte de los notables. Pero Jules Delbrêl no se detiene en Châteauroux.

      En 1913 es trasladado a Montluçon. Madeleine tiene apenas 9 años. Su padre va a tener la oportunidad en este nuevo puesto de desarrollar su vertiente humana y su creatividad. Cuando la guerra estalla al año siguiente, se da cuenta rápidamente de la necesidad de abrir junto a la estación una cantina militar para acoger a los soldados que iban al frente o volvían de él, porque Montluçon es una estación ferroviaria importante.

      Madeleine era demasiado joven para poder aprovechar el ejemplo de su padre y el saber hacer del que había dado muestras durante el éxodo de 1940 en la organización de los trenes en la estación de Ivry-sur-Seine. Sin embargo, tiene la tentación de, al menos, intentarlo. Pero lo cierto es que el jefe de estación se agotó poniendo en marcha la logística necesaria para su proyecto, y al final de la guerra tuvo que pedir la baja en el trabajo. Era el principio de sus problemas de salud.

      El episodio es interesante, porque nos muestra a un Jules Delbrêl no solamente preocupado por hacerse valer para poder entrar en los ambientes burgueses y cultivados, sino capaz de emplearse sin medida para hacer un poco más soportable la vida de esos soldados que iban a la trinchera o que regresaban a la retaguardia.

      ¿Cómo habría podido tener una chiquilla de esa edad una escolarización normal en medio de tantas mudanzas y a veces tan sucesivas? De hecho, en los archivos solo hay rastro de una sola institución escolar a la que fue enviada, y no se sabe por cuánto tiempo. Se trata de la institución Sanite-Solange, en Châteauroux. Por lo demás, estamos seguros de que tuvo clases particulares.

      Cuando se sabe el nivel cultural que alcanza, se puede pensar que las bases se habían puesto bien con maestros competentes, incluido su propio padre, que supieron despertar su inteligencia y abrirle el camino a los múltiples dones que ya manifestaba. Lo que ella misma nos dice de su infancia indica que los momentos dedicados al trabajo escolar propiamente dichos estaban supeditados al tiempo del estudio de piano: «Mis estudios escolares tuvieron que ponerse en unas horas en las que el piano no interfería. Estaba fuera de cualquier disciplina de enseñanza» 7.

      Los padres de Madeleine deseaban que fuera música, y en concreto pianista. ¿Cómo habían detectado en ella esta «vocación»? ¿Se trataba para Jules Delbrêl de satisfacer, a través de su hija, sus propias ambiciones culturales? ¿O bien simplemente las lecciones de piano no eran más que la réplica de lo que Lucile Junière había vivido en su familia con su hermana Alice? La educación de las jóvenes burguesas de esta época tenía normalmente un toque artístico; este fue el caso de las Junière.

      El hecho es que Madeleine era inteligente y, si no siguió con el piano, fue sin duda debido a una frágil salud o simplemente porque carecía de las cualidades necesarias para seguir esta carrera.

      Sus dotes artísticas eran muy variadas: dibujaba muy bien, componía poemas, también habría podido hacer teatro. Estaba dotada para la animación. Cuando era muy pequeña, en Burdeos, los amigos de su padre la llamaban cariñosamente «Guignolette» 8, lo que muestra su lado travieso; era capaz de entretener a todo un público.

      ¿Qué hay de su educación religiosa? Sabemos poca cosa, o nada, de los sentimientos personales de sus padres en esta época. Solo podemos hacer conjeturas que tienen el riesgo de proyectar en el pasado lo que sabemos sobre la evolución de su vida. Ambos eran creyentes, pero cada uno a su manera.

      La fe de Lucile Junière fue cada vez más profunda en el transcurso de su vida, probablemente por influencia de Madeleine y también del padre Lorenzo, director espiritual de Madeleine y encargado espiritual del grupo de «La Caridad», como veremos más adelante.

      La fe de Jules Delbrêl parece ser un tanto superficial. Lo que se puede saber por los intercambios que tendrá más tarde con Jacques Loew es que parece más que compartiera unas ideas a que fuera una experiencia personal de fe. ¿Eran practicantes los dos (o solo uno de ellos)? No sabemos nada. El hecho es que dieron a su hija una educación religiosa convencional. Ella misma dice: «Conocí personas excepcionales que me formaron en la fe de los 7 a los 12 años» 9.

      ¿Quiénes eran estas personas excepcionales? ¿Los sacerdotes de las parroquias a las que Madeleine fue enviada para la catequesis? ¿O bien está dando a entender que para la formación religiosa también fue ayudada por clases particulares? En cualquier caso, se preparará para su primera comunión en la parroquia, lo que debió de tener lugar el 22 de mayo de 1915.

      Pero su abuela paterna, Marie Delbrêl-Lavergne, que era comadrona en Périgueux, muere el 21 de mayo. Ni hablar de primera comunión; hay que movilizarse rápido para enterrarla. A su regreso, Clémentine se acuerda de que Madeleine había pedido al párroco, el padre Tinardon, permiso para hacer sola la primera comunión, lo que le fue concedido. Madeleine comulgó, pues, por primera vez el 6 de junio.

      Hemos tenido la suerte de tener dos cuadernos del retiro de preparación de Madeleine, uno de la primera comunión y otro de la confirmación al año siguiente de la primera comunión, justo antes de su partida familiar a París. Con una escritura muy pulcra, cuentan con detalle lo que el sacerdote había dicho en el retiro. Pero los comentarios de Madeleine son lo que más interesa, este en particular:

      Cuando sea mayor intentaré convertir a las personas que todavía no gustan la dulzura que procura la religión. […] Si cuando sea mayor voy por el mundo, no me dejaré tentar por las malas compañías, y Jesús encontrará siempre en mí una amiga fiel 10.

      ¿Cómo imaginar que la que escribe estas frases será completamente atea tres o cuatro años después? Se percibe con facilidad que las palabras son muy convencionales: «La dulzura que procura la religión»; hay todavía en esta preadolescente algo de sentimental que la dureza del ateísmo que encontrará en París barrerá pronto.

      Sin embargo, el deseo apostólico ya está presente. ¿No había fundado ella la Asociación de las Almas (asociación que no debía de contar con muchos miembros, aunque al menos estaba Clémentine) para rezar por la conversión de una de sus compañeras, que era atea? Esto muestra que París no fue su primer lugar de confrontación con el ateísmo. Ya sabía a los 12 años que se podía vivir sin Dios. Madeleine se enterará más tarde de que aquella compañera acabó convirtiéndose 11.

      Expresa también su deseo apostólico en las resoluciones que toma en el retiro: «La vida es un apostolado que hay que ejercer», dice. Entre sus preocupaciones: la muerte, la cruz que hay llevar, la importancia de luchar contra sus defectos, y en particular, para ella, la soberbia. Seguramente le gusta lo que se le ha sugerido, y encontramos en sus notas los temas habituales de la predicación de la época, entre otros, la preocupación por la propia salvación. Nos encontramos con la clásica instrucción, muy estricta, sobre el espíritu, y, en cualquier caso, con poca preocupación pedagógica y muy poco adaptada a los niños: el párroco exponía las grandes verdades cristianas, como suele decirse, sobre la muerte, el juicio, el pecado, el infierno.

      Nada

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