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amiga. Sin embargo, aunque la había entendido con gran precisión y había traducido el espíritu de Madeleine y las grandes etapas de su vida, no había podido trabajar todos los documentos de los que disponía ni consultar otros archivos que aportan información preciosa y permiten a menudo arrojar una mirada nueva y mucho más elaborada sobre los escritos de Madeleine y su itinerario espiritual.

      Por otra parte, aquella primera publicación estaba todavía muy próxima a los hechos; las numerosas personas que fueron consultadas todavía vivían en aquella época, y Christine de Boismarmin estaba obligada a una gran discreción. Más de treinta años después, esta discreción sigue sin duda en algunos casos, pero nosotros tenemos mucha más libertad para abrir ciertos archivos.

      Por estas diversas razones hemos querido poner a disposición de los que aman a Madeleine o de aquellos que aprenderán a quererla esta biografía, que aporta muchos elementos nuevos para el conocimiento de la que se puede considerar una de las maestras espirituales del siglo XX.

      Hemos procurado que este texto sea al mismo tiempo comprometido y riguroso. Comprometido, porque los dos autores quieren a Madeleine Delbrêl y han consagrado buena parte de su vida a tratar de darla a conocer y difundir su pensamiento espiritual. Por eso precisamente la obra tiene a todas luces la forma de un itinerario espiritual. Riguroso, porque no afirmamos nada que no venga respaldado por algún documento de los archivos o de algún testimonio seguro; esto se evidencia en las numerosas notas a pie de página.

      Tenemos la esperanza de no haber malinterpretado los textos por el hecho de tener que explicarlos en función de otros textos o de un contexto determinado. Por supuesto, somos conscientes del carácter delicado de nuestra «postura», como se dice hoy en día. También acogeremos con mucho gusto las observaciones y críticas que se nos pudieran hacer; trataremos de tenerlas en cuenta para una ulterior reedición.

      Además de la obra de Christine de Boismarmin, hay que señalar también el pequeño libro del padre Jean Guéguen, amigo de Madeleine, que ha contribuido a la difusión de su pensamiento y a la conservación de sus textos (en particular, de su correspondencia); este libro, publicado en ediciones DDB en 1995, en la colección «Petites Vies», ha descrito con exactitud el contexto de la ciudad de Ivry en la época de Madeleine y las grandes líneas de su itinerario.

      Tenemos que subrayar que esta obra nunca habría visto la luz sin el trabajo llevado a cabo por Cécile Moncontié, nuestra archivera, y su equipo. Indispensable para la publicación de sus Obras completas, trabajo que también nos ha sido muy útil para la redacción de la biografía gracias a la precisión de las informaciones que nos ha proporcionado. Agradecemos igualmente a todos aquellos que, de cerca o de lejos, han participado en esta redacción, en particular a los correctores, tanto por la fluidez del francés como por la corrección de las faltas de ortografía.

      Agradecemos, finalmente, su fidelidad a Ediciones Nouvelle Cité, que garantizan desde 2004 la publicación de las Oeuvres complètes, y que, veintinueve años después de la primera edición de la obra de Christine de Boismarmin, han aceptado publicar esta biografía tras las varias obras citadas en este prólogo.

      1

      «UNA FAMILIA HECHA A TODO»

      «He vivido así, y fue una suerte, salvo por el aislamiento social: mi familia estaba hecha a todo; en consecuencia, yo también» 1.

      Estas frases que Madeleine pronunció en su última conferencia a los estudiantes parisinos, algunas semanas antes de su muerte, requieren ser matizadas. Probablemente quiere decir que su familia nunca vivió una distinción social demasiado pronunciada y que estaba abierta a relaciones muy diversas. Pero no estaba de verdad «hecha a todo». Su madre, Lucile Junière, provenía de un linaje de la pequeña burguesía de provincias. Sus abuelos maternos tenían en Mussidan, en Dordoña, una fábrica de cirios, velas y lamparillas que suministraba además al santuario de Lourdes y que prosperaba en una época en que la electricidad estaba lejos de entrar en todos los hogares. La fábrica tenía empleados a una veintena de obreros. El desarrollo del ferrocarril facilitaba las ventas. Los Junière estaban sólidamente establecidos y bien considerados en este pueblo de Mussidan, que contaba con 2.300 habitantes.

      La situación de la familia de su padre, Jules Delbrêl, era mucho más compleja. Los Delbrêl emergían de un largo proceso de declive, iniciado con los problemas psicológicos padecidos por el bisabuelo de Madeleine; estos fueron la causa de su internamiento en una residencia psiquiátrica 2. Esta familia de propietarios había caído en la escala social después de este acontecimiento; el abuelo y el padre de Madeleine remontaban lentamente la cuesta gracias al trabajo que tenían en la región por la extensión de la vía de ferrocarril. No es imposible que la atracción que Jules Delbrêl sentía por la asistencia a las reuniones burguesas y cultivadas, algo que encontramos como una constante en su itinerario, sea el origen de su deseo más o menos consciente de recuperar un estatus que su familia había perdido.

      Los problemas de salud psíquica del bisabuelo de Madeleine serán para ella una preocupación. Especialmente cuando su padre, hacia los cincuenta años, manifieste un desequilibrio que conducirá a la separación de sus padres. Volveremos sobre este punto a su tiempo. Pero podemos destacar al menos dos momentos en la vida de Madeleine en los que aparece una inquietud de este orden en ella misma.

      En diciembre de 1934, cuando ya había iniciado su vida misionera en Ivry hacía más de un año, se pregunta sobre la legitimidad de la orientación que ha tomado y consulta al padre Lorenzo para que la tranquilice: «¿No estoy desquiciada?» 3. Curiosa pregunta que manifiesta una fragilidad, una duda sobre sí misma.

      Y en diciembre de 1956, cuando se ve sobrecargada de preocupaciones y de cansancio y pierde el contacto con la realidad durante varias horas, esta inquietud vuelve y la hace tomar la decisión de abandonar la responsabilidad del grupo, decisión que sus compañeras más próximas, afortunadamente, hicieron que no se llevara a cabo. De hecho, el incidente no era, según los psiquiatras, más que el síntoma de un exceso de fatiga. Pero esta obsesión quizá la atormentara más de lo que pudiéramos imaginar.

      La realidad es mucho menos inquietante. Madeleine fue una niña y después una joven equilibrada. Fue muy amada por sus padres; las divisiones a las que llegó la pareja se manifestarán en una época en la que su madurez psíquica estaba, si no teminada, al menos ya muy avanzada. Ella sufrió, sin duda, pero el conflicto no llegó a abrir una brecha en su personalidad. De otra forma no hubiera sido capaz de vivir con tal equilibrio las múltiples tensiones a las que tuvo que hacer frente durante toda su vida.

      Ella misma devolvió a sus padres el amor con enorme ternura y delicadeza. Las pocas cartas a su madre que se conservan testimonian una relación de una calidad excepcional y de una confianza conmovedora. Y su actitud hacia su padre durante el período de su enfermedad es testigo de una presencia atenta y cariñosa, a pesar de las ofensas que a veces podía recibir. A su llegada a París, Jules Delbrêl estaba no poco orgulloso de su joven hija con una inteligencia tan viva: la llevaba con él al salón parisino del doctor Armaingaud, donde se hablaba de literatura y filosofía, y seguía de cerca sus primeros ensayos poéticos, en los que ella imitaba a su padre. En efecto, Jules Delbrêl se vanagloriaba de ser poeta en sus ratos libres.

      La frase de Madeleine: «Mi familia estaba hecha a todo» era, pues, una expresión incisiva que indicaba la capacidad de adaptación de su mundo familiar, su capacidad de entablar relación con personas de estratos sociales muy dispares. Los Delbrêl vivían muy sencillamente, dándole a su única hija una educación burguesa y permitiéndole frecuentar los círculos artísticos e intelectuales.

      Pero sería exagerado decir, como se ha hecho a veces, que la madre de Madeleine pertenecía a la burguesía y su padre al mundo obrero. El hecho de que el abuelo de Madeleine hubiera sido calderero en los talleres del ferrocarril París-Orleans no significa que por eso perteneciera a la clase obrera. Era el hijo de un propietario venido a menos cuyo objetivo era ascender rápidamente los peldaños de la escala social, que su generación anterior había descendido brutalmente.

      No hay que olvidar que Jules Delbrêl, el padre de Madeleine,

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