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sus padres la dejaban salir con sus amigos desde que cumplió 15 o 16 años; amaba la vida, bailaba y no dudaba en fumar.

      Hay que añadir que Madeleine entraba en la vida sin presión. En esta época, las hijas de familias burguesas, como era su caso, no hacían estudios universitarios, salvo raras excepciones. Incluso el bachillerato estaba reservado solo para los chicos. Accedían al matrimonio las chicas que podían, y para ello se preparaban ejercitando labores domésticas y aprendiendo junto a sus madres a llevar una casa.

      Asimismo, Madeleine podía dar curso libre a perfeccionar sus aptitudes artísticas. Recibe clases de dibujo. Se permite incluso el lujo de seguir en la Sorbona cursos de filosofía durante dos años; volveremos sobre esto.

      Algunas de sus amigas se sorprendieron de que no se hubiera convertido en una persona egoísta. Pues no solo sus padres le daban una gran libertad, no solo ambos la querían profundamente, sino que se puede decir que adulaban a su hija, que tenía tanto talento, contaba con variados y prometedores dones, y estaba muy abierta a la vida. Aunque la vanidad fuera para ella una tentación real 1, crecerá sana.

      Generosa, atenta con los demás, con carácter de líder, exprimía la vida al máximo sin acapararla para sí misma. Sabía hacer amigas por todas partes por donde pasaba y, a pesar de ser reservada en lo que le afectaba, entablaba amistades profundas y duraderas. En Mussidan, no obstante, se la llamaba «la parisina»; pero ¿no era acaso su ropa demasiado a la moda la que impresionaba desfavorablemente?

      Las circunstancias, sin embargo, no eran las ideales a su llegada a París en 1916. Primero, la guerra está en su apogeo; aunque el frente se ha estabilizado y París sigue protegida de los bombardeos alemanes, que no llegarán hasta 1918, momento en que se notarán las restricciones.

      Precisamente en el transcurso de este último año de guerra sucede un grave acontecimiento, al que ya hemos aludido, que va a afectar a la familia Delbrêl. El 28 de mayo, Daniel Mocquet, esposo de Alice Junière, tío de Madeleine, desaparece en el frente. Jules Delbrêl se esforzará enormemente por encontrar, sin éxito, el rastro del desaparecido y para ayudar a su cuñada en los trámites administrativos.

      Su responsabilidad en los ferrocarriles le permitirá facilitar a la cerería Junière la distribución de sus productos, dificultada por la guerra. Pero, en 1921, muere el abuelo materno de Madeleine, dejando a su hija Alice sola para dirigir la empresa.

      Estas preocupaciones agravan la salud, ya muy frágil, de Jules Delbrêl. Durante el invierno de 1918-1919 se ve obligado de nuevo a estar de baja cuatro meses por una fatiga cardíaca. ¿Somatizaba Madeleine, por su parte, estas preocupaciones, que no podían sino dañar a una adolescente de 14 años? ¿O bien la gripe que coge hacia finales de 1918 es portadora de un tropismo particular, como a veces sucede? El hecho es que se ve afectada por una parálisis de piernas de la que no se librará hasta el verano siguiente, después de una temporada en Mussidan, en la que, según el consejo del médico, cambia las muletas por la bicicleta, lo que la restituirá. Sin embargo, de esta enfermedad un tanto misteriosa conservará la fatiga, pero también una fuerte voluntad para afrontarla y curarse.

      Estos años están, pues, marcados por la inquietud, la tristeza de las separaciones, el sufrimiento de los seres queridos. Pero también en este momento se abren nuevas perspectivas con la asistencia asidua al salón del doctor Armaingaud. Este apasionado de Montaigne acoge cada domingo por la noche a sus amigos, de los que forman parte la familia Delbrêl. Lucile no acude más que de vez en cuando, pero Jules y su hija son fieles a la cita.

      El doctor se interesa por esta adolescente que compone poemas y parece ávida de aprender y de entender. Él es positivista, ateo sin agresividad; poco a poco, esta atmósfera impregna a Madeleine, que dirá más tarde que la inteligencia contaba mucho para ella, y que se dejaba llevar por los atractivos de la razón, que rápidamente barrían la formación cristiana que había recibido en la catequesis.

      Ella, que siempre se vestía con estilo, como su madre, empieza a dejarse ganar por el lado superficial de la vida, y las afirmaciones de la fe le parecían pasadas de moda en relación con el pensamiento racional, que parece dar respuesta a todo.

      Las personas que iba conociendo en el salón del doctor Armaingaud eran muy diferentes. Desgraciadamente, nos falta información más amplia para poder esbozar un panorama general de aquella asamblea. Sin embargo, el testimonio de Françoise Mathieu, nieta del doctor Guichard, amigo de Armaingaud, nos permite desvelarlo un poco.

      Guichard era dentista cirujano y profesor de ortodoncia en la escuela dental de la Tour d’Auvergne. Este salvará a Madeleine, más tarde, de una septicemia sacándole once dientes en la misma intervención. En aquel momento participaba en la Asociación Amigos de Montaigne, de la que será secretario general. Iba a las reuniones con su hija Denyse, que simpatizó mucho con Madeleine. Ambas serán amigas hasta el punto de que Madeleine será madrina de Françoise, la hija de Denyse: «Mi madre era cristiana, como las de las demás chicas del círculo. […] No solo había ateos, sino también cristianos. Su punto en común era ser personas muy originales, ávidas de ideas libres» 2.

      El círculo de los Amigos de Montaigne no era, pues, una asamblea de ateos convencidos y militantes. Se caracterizaba más bien por la libertad de opinión.

      A pesar de las apariencias tan libres, a Madeleine no le faltaba la capacidad de una vida interior excepcional para una chica de su edad. Clémentine Laforêt, en su lenguaje algo inseguro, reveló cómo componía los poemas:

      Le encantaba escribir y hacer versos. Cuando paseábamos las dos juntas, tenía 16 años… 15 o 16 años… Me decía: «Ahora no hables, estoy trabajando». Así que íbamos sin decir nada. ¡A mí no me parecía una cosa muy alegre! Le decía: «¿Ya has terminado de componer tus versos?». «Espera, yo te avisaré». Y a veces me los recitaba, y luego los escribía cuando volvíamos. Porque muchos poemas de La route 3 los hizo siendo muy joven.

      Esta actitud la confina a veces en cierto aislamiento sobre sí misma. Permanece escondida, no le gusta que se le hagan demasiadas preguntas, según cuenta Clémentine. Esta a la que llaman la «Guignolette» ha dado paso a una chica reservada, seria, sin el sentido del humor que tendrá más tarde.

      Hélène Jüng, una de las amigas de entonces, da testimonio; esta también componía poemas y siguió un itinerario semejante al de Madeleine; después de un período de ateísmo, se convirtió y entró en las dominicas de Béthanie. En esta época la ve como «una adolescente lírica y grave, sin el humor fino que mostrará más adelante» 4.

      Madeleine dejó que poco a poco se insinuara en ella una forma de escepticismo decepcionado que se instala con la pérdida de la fe y que culminará en un cierto número de poemas escritos en torno a los años 1920-1921, y en el célebre texto «Dieu est mort, vive la mort». En «L’éternel renouveau» 5, en enero de 1921, meditando sobre los ciclos de la naturaleza, escribe:

      Pero, por qué lamentar lo que se amaba ayer,

      puesto que mañana volveremos a ver las mismas cosas. […]

      Si todo brota y todo crece, es con el fin de morir.

      En 1922, a los 17 años, escribe «Dieu est mort, vive la mort» 6. Expresa una confesión de fe atea sin ninguna concesión, con una ironía mordaz en la que las flechas alcanzan a los que pretenden cambiar el mundo y que tendrán que dejarlo, a los enamorados que pronuncian la palabra «siempre» con una ingenuidad desconcertante que Madeleine muestra con una alegría destructiva.

      Podría haber llegado al campo del existencialismo, pero quiere permanecer libre, incluso podría haberse pasado al lado de los que pensaban que el suicidio era una solución posible para la desesperación. Amaba demasiado la vida. De hecho, decide divertirse. Para ella, divertirse es salir, bailar, distraerse, como se diría hoy, «pasarlo bien».

      Pero, atención, no sale con las chicas de familias conocidas de sus padres o las que conoce en casa del doctor Armaingaud y algunas otras cuidadosamente escogidas.

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