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que esta elección será reconsiderada y que Madeleine irá por otro camino a partir de 1928. Pero es difícil rastrear su camino interior por la ausencia de documentos suficientemente convincentes. Cuando confía a Louise Salonne su deseo de entrar en el mundo literario, estamos a 18 de julio de 1926; sin embargo, el 15 de abril de 1927 escribe a su madre:

      Mi querida Miou 41:

      Después de días de reflexión, de oración y sufrimiento, estoy segura de hacer la voluntad de nuestro mismo Maestro permaneciendo en el mundo para trabajar por Él. Te prometo ante Cristo no abandonarte nunca 42.

      El 21 de abril, jueves de Pascua, Madeleine lo reitera en una carta más larga y explícita.

      Si escribe a su madre que ha decidido permanecer en el mundo, es, ciertamente, porque había pensado en abandonarlo. La tradición oral conserva el recuerdo de una posible entrada en el Carmelo. Christine de Boismarmin, que debía de saberlo al menos por Hélène Jüng, lo refirió en la biografía publicada en 1982 43.

      Bajo la alegre afirmación del verano de 1926, tras ganar el premio, estaba teniendo lugar un discernimiento más profundo, o al menos se estaba iniciando. ¿Cómo y bajo qué influencia? Hemos de confesar nuestra ignorancia. De forma espontánea pensamos en el padre Lorenzo. Pero este no era todavía su director espiritual. No lo será hasta finales de 1927. Madeleine no encuentra en el escultismo lo que busca e, inevitablemente, la palabra de este sacerdote obliga a hacer las preguntas esenciales.

      ¿No es simplemente la gracia la que, poco a poco, va haciendo su trabajo en ella? En todo caso, un primer discernimiento termina en la Pascua de 1927, como testimonian las dos cartas a su madre. No entrará en el Carmelo, permanecerá en el mundo. ¿Por qué? A veces se ha justificado por su frágil salud. Pero, incluso en ese caso, ¿no habría estado tentada de probar? También se argumenta el deseo de no abandonar a sus padres en la situación tan delicada de salud y de desencuentro en la que se hallaban. La veremos, algunos años más tarde, aconsejar a una joven que no entre en el convento para quedarse junto a su madre enferma, ya que el primer deber es atender a su familia.

      En cualquier caso, Madeleine hace un discernimiento muy profundo. Tiene la delicadeza de decir a su madre, en la segunda carta, que su amor por ella habría podido cegarla y que tenía que verificar que no se trataba de esa forma de «noble egoísmo» lo que la llevaba a quedarse en el mundo. Precisa que es «por Él», es decir, por Dios, por quien se queda a trabajar en el mundo. Ha puesto el listón muy alto. Su discernimiento se hizo en función de Dios.

      Por el momento, el futuro es incierto. Aunque le ha dicho a su madre el 15 de abril que no la va a dejar, el 21precisa: «Te agradezco que me dejes organizar la vida como yo la entiendo» 44.

      De todas formas, Madeleine ve el futuro «desde un ángulo demasiado penetrante». Porque si bien no deja el mundo exteriormente, sí lo abandona interiormente. La elección que ha hecho no es solamente entre dos posibilidades, sino que, más profundamente, es la elección de una vida cristiana radical:

      Si estoy feliz por quedarme cerca de ti, es porque sé que podré estar también en cualquier otra parte del mundo abrigada por la caridad. Existen prejuicios del egoísmo, una estructura de mentiras en nuestra sociedad a la que no me puedo someter sin negar lo que hay en lo más profundo del alma.

      Podríamos decir, jugando con los dos sentidos bíblicos de la palabra «mundo», que Madeleine, al elegir permanecer en el mundo, no eligió el mundo. Asociando a su madre a su profundo deseo escribe:

      El padre Sansón diría que Dios es el que se da eternamente, nuestro propósito debe ser llegar a ser uno con él y así entregarnos a través de él a los demás: ¿hay meta más alta en el mundo y no tengo razón para temblar al pensar que habríamos podido perder completamente nuestra vida Jean y yo? Estábamos hechos para otra cosa y el despertar habría podido ser terrible.

      Madeleine ya ve ahora más allá del matrimonio. Ha asumido el gran dolor de su juventud y considera su vida como un don total a Dios para todos los demás. Por el momento no conoce el cómo de ese don, pero sabe que será para aquellos con los que se encuentre, a imagen de Dios, que se entrega eternamente. De esta manera, toda la vida de Madeleine está germinando en esta elección sin que sepa todavía la forma que adoptará. En 1955, después de la muerte del padre Jean Maydieu, escribirá a su hermana Paulette: «Mi gratitud por vuestro hermano es doble: la de haber hecho que me encontrara con Dios… y la de haberse marchado» 45.

      Se ve la importancia del discernimiento de Pascua de 1927 en el desinterés con el que acoge el rechazo de la editorial Plon 46 de su libro sobre el arte y la mística titulado Le temps de Dieu. El 1 de abril escribe a Louise Salonne: «Si un libro no se publica, es porque no iba a hacer bien. El esfuerzo se convertirá en otras cosechas» 47. Meses antes quería ser escritora; y ahora se desprende de la publicación de sus escritos. Hay otras cosechas más importantes.

      ¿Cómo resumir la vida de Madeleine durante estos años entre 1926-1928? Primero, es una vida que se podría calificar de viajera. A partir de 1926 se instala en Bretaña, en Quiberon, desde donde hace excursiones a Carnac y a Kergonan. No olvida Arcachon, donde pasa también las vacaciones en casa del doctor Armaingaud, haciendo escapadas a Mussidan, Lourdes y las Landas. Le encanta peregrinar a las catedrales, como indican los últimos poemas de La route. La fiel Clémentine la acompaña a Bélgica. En julio de 1927 la encontramos en Thones, cerca de Annecy, con sus padres, para una temporada de descanso. Pero también la vemos en Saint-Baume, desde donde vuelve por Grenoble.

      Es difícil seguirla durante todo este período en el que aprovecha las exoneraciones que le ofrece la profesión de su padre así como el dinero del Premio Sully Prudhomme. Pero sus viajes confirman también que pertenece a una familia suficientemente acomodada como para poder estar en una casa de reposo durante las vacaciones o de viaje turístico sin que la cuestión económica sea una dificultad.

      Son estos detalles los que muestran la brecha que tuvo que superar hasta que llegó en 1933 a un barrio muy proletario y en condiciones de vida bastante precarias. Mientras tanto, Madeleine vibra con la belleza de los paisajes y de los monumentos, haciendo a sus amigas descripciones admirables. No se limita a la simple admiración de una turista despreocupada; ve la belleza de Dios reflejarse en la naturaleza en la que descansa y se recrea como en un orden del que la humanidad está muy alejada. Cuando se sumerja en las multitudes del metro y las calles de Ivry, habrá abandonado desde hace mucho tiempo este tipo de reflexión. Por el momento, se la ve todavía dividida entre las decisiones radicales que están arraigando en ella y su reflexión de artista.

      La vida de Madeleine en esta época aparece también como una vida de enferma y de enfermera. La salud de su padre le preocupa mucho. Este tuvo un ataque de parálisis durante el invierno de 1925-1926; en septiembre de 1926 tuvo una infección de hígado, «el único órgano que todavía tenía sano». Ella misma tampoco está bien. Por problemas estomacales e intestinales no come lo suficiente. En 1927, las dificultades se suceden. Arrastra las secuelas de la gripe de 1919 y apenas camina. Es operada de apendicitis.

      En mayo, su madre, agotada, tiene que ir a Arcachon a descansar. Madeleine se queda con su padre, infectado por un absceso. El 28 de mayo, el médico le diagnostica a ella un quiste en un ovario, del que finalmente no será operada. Toda la familia pasa el mes de julio en Luxeuil, descansando e intentando sanar. Pero en la primavera de 1928, Madeleine tiene una recaída y debe irse de nuevo a descansar a Chevreuse.

      Sus cartas a Louise Salonne durante estos meses dan la impresión de que está teniendo un mal sueño. En todo caso, el conjunto es bastante impresionante. Esto será así en muchos episodios de su vida. Arrastrará a menudo al «hermano cuerpo», luchando contra la fatiga, soportando problemas dentales, migrañas que la anulan y otras enfermedades. Sin embargo, a partir de ese momento no se deja abatir. Después del reposo necesario al que al final consiente, continúa con más intensidad. Aprende a acomodarse a su frágil salud.

      Su madre, por su parte, se sentirá mejor

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