Скачать книгу

y en particular para Madeleine. Esto durará prácticamente veinticinco años.

      Lo que más puede sorprender es la manera en que Madeleine vive el sufrimiento, el suyo y el de sus padres. Siendo todavía muy joven, da muestras de un gran dominio, como en tantos otros momentos, y de una madurez en la fe que sorprenden. Invadida por la alegría de la resurrección desde el primer momento de su conversión, sabe por experiencia que el mundo no puede escapar del sufrimiento y que solo la cruz de Cristo le puede dar sentido.

      No se rinde ante el mal; le horrorizaba la resignación y sabía combatirla. Sin embargo, sale herida, como todo ser humano; tuvo que hacerle frente, aceptarlo cuando era inevitable creer que la cruz de Cristo nos permite sobrellevarlo y nos da una alegría misteriosa que no puede conocer quien se resigna abandonando la partida o quien se revuelve y se deja atrapar por la violencia.

      «Siempre y en todas partes el sufrimiento, a pesar del dolor de verlo en los nuestros, debemos llamarlo dichoso», escribe a Louise Salonne el 11 de septiembre de 1927, a pesar de sus fuertes problemas personales y familiares. ¿Cómo puede emplear la palabra «dichoso» hablando del dolor? Es que el dolor, dice, da forma a nuestras almas, que, sin él, quedarían hundidas en el fango, «atascadas». El dolor nos obliga a salir de nuestro aislamiento, de nuestro enterramiento, para buscar otra alegría, la verdadera alegría.

      «Cuántos enterrados vivos hay que, gracias a él, han vuelto a la luz. Qué alegría para los que sufren saber que pueden ayudar a esta resurrección o a la suya» 48. ¿No es esto lo que hace ella misma por Louise Salonne, ayudada por su propia experiencia del sufrimiento? Madeleine ya ha comprendido que la alegría de la resurrección, la única que es verdadera y plena, solo se encuentra en el interior del consentimiento a la prueba del dolor. Ha comprendido que así puede reflejar sobre su mismo rostro la «santa faz del dolor en los ojos de la alegría», como dirá en el que fue su último poema, escrito en 1928, y sobre el que volveremos.

      A pesar de este severo horizonte que acabamos de describir sobre cómo afronta el dolor físico y moral, y sin duda a causa de este dinamismo de la resurrección que la invade, podemos decir que la tercera característica de la vida de Madeleine en estos años es la de ser estudiosa. Por sorprendente que pueda parecer, encuentra tiempo para formarse en el plano artístico; en junio de 1926 entra en el taller de dibujo de Lucien Simon, en el número 14 de la calle Grande Chaumière, en el distrito 6. El ambiente, un tanto ordinario, apenas le gusta.

      De otro maestro, Biloul, en el taller en el que se apuntó primero, aprendió a mirar, a meditar, es decir, «a penetrar en la intimidad de las cosas, con toda humildad y sinceridad», en definitiva, a «rezar, estar solamente en “los puntos extremos del alma, sentir”, decía Biloul, pero esto no dice lo suficiente; vivir es la palabra: como los santos viven a Dios, el artista, llegado a este grado de su arte, vive una imagen de Dios».

      Madeleine equipara el progreso artístico al progreso en la oración, donde primero lee, después medita y finalmente reza y contempla, perdiéndose en Dios. Rápidamente ha visto una relación estrecha entre el arte y la vida de fe. Estaba preparada para ir más lejos, como veremos enseguida.

      Otro terreno de estudio es el de la cultura literaria, además de filosófica y mística. ¿A quién pide consejo? ¿Al padre Lorenzo? ¿O es puramente autodidacta? En cualquier caso, sobre la mesa de su habitación se encuentra desordenadamente todo lo que ella llama sus «ídolos de papel» 49: Teresa de Ávila, Tomás de Aquino, Bossuet, Mauriac, Barrès, Cocteau, Psichari y, a partir de 1928, Claudel, al que no cesa de citar en sus cartas a Louise Salonne. ¡Qué mezcla! A lo que añade, como ella misma dice, «una cura de filosofía», sin precisar las obras de las que echa mano.

      Al principio parece que quiere asentar sus conocimientos y su cultura general para poder lanzarse con todas las ventajas posibles en la carrera literaria a la que aspira, sobre todo después de haber obtenido el Premio Sully Prudhomme. Pero rápidamente se introducen otras motivaciones: comprender mejor su fe, estructurar mejor su pensamiento, acercarse mejor a la experiencia mística y, sobre todo, entender mejor las relaciones entre el arte y la mística, problema que parece apasionarle.

      En efecto, Madeleine escribe el libro Le temps de Dieu, que será rechazado por los editores a los que se lo ofrece: «Mi libro de prosa es un ensayo sobre el arte y la mística» 50. Da una nueva conferencia en el círculo Pascal, esta vez sobre el simbolismo de la poesía. También pone en marcha una nueva recopilación de poemas que terminará en 1928. Sin embargo, en 1927 declara: «Me he “plegado” sobre el único valor del espíritu, de la cultura, del intelectualismo» 51. Empieza a alejarse el tiempo en el que la inteligencia ocupaba el primer lugar en su escala de valores.

      Con esta colección de poemas, jamás publicada, se va a cerrar, paradójicamente, lo que podría llamarse el período literario de Madeleine, en el que parecía que quería llegar a ser escritora. Renunciará a escribir y a una carrera artística en general con un largo escrito en el que hace la transición del arte de la escritura al arte de la caridad. Madeleine era una escritora nata. Solo a través de un escrito podía renunciar a escribir.

      La recopilación está formada por una serie de veinte poemas. El primero de ellos lo titula: «Les compatissants» 52. Llama así a los artistas. El mundo sufre y el artista es el que comulga con el sufrimiento del mundo: «Artistas, Dios os ha elegido para recoger la siembra de las lágrimas». El sufrimiento de los artistas proviene del amor que sienten por el mundo: «Vosotros sois los que amaréis con un amor tal lo que Dios hizo, los que sentiréis todo sufrimiento, el de los hombres y las cosas».

      Poco a poco se ve a través de las palabras y las expresiones, sin que nunca lo diga explícitamente, que el sufrimiento de los artistas se asimila al sufrimiento de Cristo: «Vuestro rostro resplandecerá inmenso, por encima del mundo, la Santa Faz del dolor en los ojos de la alegría». Madeleine avanza poco a poco en sus poemas a través de los que ella llama «los santos del arte, los justos, los doctores, los hermanos de las pequeñas cosas, santos de la humildad y la pobreza, los contemplativos», hacia el encuentro de la única Belleza.

      Pero todavía hay aquí niveles que superar, los de los «dichosos que hicieron voto de caridad». Aparecen entonces los miembros de Cristo, el que mejor comulga con el sufrimiento del mundo, porque él ama a este mundo; sufre con el sufrimiento, del que nos dice estar misteriosamente resplandeciente de alegría.

      Así, el arte verdadero, el arte supremo, se transforma en caridad:

      Da, oh Belleza, la caridad a todo mi ser, y que esté en la cumbre de mí misma.

      Que todas las fuerzas de mi vida, cada tarde, vuelvan hacia ti…

      En los días que vea el mundo como un hospital sin sol…

      Cuando avance por las salas buscando en vano en los ojos llenos de sangre, vino y oro, un solo reflejo de tu luz, oh Belleza…

      Dame tu caridad.

      Para que yo bese la huella de tus dedos indelebles sobre las almas,

      sobre la mía como sobre la suya.

      La caridad nos permitirá ver en las almas la huella, la imagen y la semejanza de Dios y lo que ha sido moldeado por los que son cada día un poco más esa huella, esa imagen y esa semejanza. Al escribir sin duda su poema más bello, Madeleine abandona la poesía, porque ha encontrado un más allá de la poesía y del arte: la caridad. El verdadero artista es el que posee en él la caridad y la pone al servicio de sus hermanos. Este es el artista que Madeleine quiere llegar a ser en el transcurso de 1928, cuando supera una nueva etapa en su discernimiento. Es muy posible que, para entonces, el padre Lorenzo esté allí por algo.

      Конец ознакомительного фрагмента.

      Текст предоставлен ООО «ЛитРес».

      Прочитайте эту книгу целиком, купив

Скачать книгу