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esto es así, el hermano carmelita Jérôme de la Mère de Dieu, a quien había conocido durante el verano de 1926 en Brujas 33 y al que le envió un ejemplar de La route, no comprendió bien este pasaje. Se asustó de lo que en realidad era para Madeleine una confesión de fe, consciente del abismo del que había escapado. Le responde:

      La última palabra 34 –¿no le importa que se lo diga?– me choca. Hay en sus versos una indiscutible inspiración, un verdadero aliento, pero hay partes en las que su inspiración parece atraerla hacia el abismo, un lugar en el que no hay esperanza, porque Dios no está 35.

      En realidad, Madeleine no se siente atraída por la nada, ya que lee el libro y posee la fuerza que viene del fuego. Pero sabe lo que es el vacío, puesto que lo ha vivido, y la prueba que acaba de pasar y que no ha terminado, al menos la parte de su familia, ha reavivado el recuerdo.

      Y sabe también que el libro siempre será leído «sobre el borde de la nada», ya que se lee para sacar a los hombres de la nada. No hay otra postura apostólica posible. Su inserción en pleno contexto marxista, en Ivry-sur-Seine, ocho años más tarde, simplemente con el evangelio en las manos, no tendrá otro sentido.

      El padre Lorenzo

      Hasta aquí, Madeleine ha caminado sola con una fe encontrada, aparentemente sin ayuda personalizada. Durante los dos primeros años que siguen a su conversión nada permite decir que se hubiera visto con un sacerdote regularmente para un acompañamiento espiritual. Sin duda, fue a alguna conferencia, como testimonian las notas tomadas en uno de sus cuadernos 36, en los que también escribía o recopilaba poemas; con fecha de julio de 1925 aparecen las notas de una conferencia sobre la Trinidad. Pero nada más. No se conserva nada de su correspondencia en esta época. Las cartas entre su madre y su tía, Alice Junière, también fueron destruidas.

      Pertenece a una parroquia recientemente levantada: Saint-Dominique, en la calle Tombe-Issoire. Se encuentra muy cerca de la plaza Saint-Jacques, donde Madeleine vive con sus padres. En el otoño de 1925 es destinado aquí un joven sacerdote de 32 años, con un recorrido ya demasiado tormentoso, el padre Jacques Lorenzo.

      Este sacerdote había nacido en Fontaine, en Isère, en julio de 1893. Su padre era oficial, y su madre, hija de un tesorero general del Estado en Isère. Era el séptimo de ocho hermanos. Los desplazamientos profesionales de su padre llevaron a la familia a Constantine, donde Jacques comenzó sus estudios secundarios; después van a Mans, donde los terminó en el colegio de los jesuitas.

      Su vocación se despertó en su adolescencia. A los 17 años, a principios de octubre de 1910, entró en el Seminario de Issy-les-Moulineaux. Primero se instaló en la diócesis de París. Movilizado en 1914, no regresó al seminario hasta octubre de 1918, y fue ordenado sacerdote el 29 de junio de 1921. Animado por un vivo deseo apostólico, pidió entrar en una congregación recientemente fundada por el padre Anizan dedicada a la evangelización de los barrios pobres: los Hijos de la Caridad.

      Después de un año de noviciado hizo su profesión religiosa el 20 de diciembre de 1922 y fue nombrado vicario parroquial de Nôtre-Dame Auxiliatrice, en Clichy. En esta parroquia permanecía vivo el recuerdo de san Vicente de Paúl, en la que él mismo había sido párroco en el siglo XVII. Tres años más tarde, el padre Lorenzo dejaba la congregación para volver al clero diocesano. Las razones de este cambio de opinión siguen siendo oscuras.

      Parece, sin embargo, que el padre Lorenzo sufrió muy pronto una tensión entre las exigencias de la vida religiosa y las del ministerio. Fue el mismo caso de otros, como el padre Godin, que siguieron el mismo itinerario.

      Hay que decir que el padre Anizan había establecido en la congregación que acababa de fundar un reglamento muy estricto en cuanto a la vida comunitaria, que apenas permitía estar con las personas cuando estas estaban disponibles. En parte se habían mantenido las costumbres de otra congregación, los religiosos de san Vicente de Paúl, de la que había sido superior general y que la había dejado tras unas denuncias en el contexto de los comienzos de la crisis modernista. Rehabilitado por Benedicto XV, había podido fundar los Hijos de la Caridad.

      Cuando el padre Lorenzo vuelve al clero diocesano de su diócesis de París, es nombrado vicario en Saint-Dominique y capellán de la tropa scout de la parroquia. En otoño de 1925, al salir a duras penas de la grave crisis que acababa de atravesar, Madeleine toma contacto con el movimiento scout y la vida renace en ella lentamente; vuelve a escribir poemas; cinco de los cuales, que serán reunidos en La route, fueron publicados en la revista Nos poètes a partir del mes de marzo de 1926.

      En junio se inscribe en la Académie de la Grande Chaumière 37, en la calle de la Grande Chaumière, en el barrio de Montparnasse, adonde acude al taller del pintor Louis-François Biloul y al taller de dibujo de Lucien Simon. Allí es donde conoce a una de sus grandes amigas, Louise Salonne 38, con la que mantuvo una correspondencia regular hasta su marcha a Ivry en 1933. En junio, Madeleine da una conferencia sobre «el padre Bremond y la poesía pura» 39 para el círculo literario de estudiantes al que asiste, el círculo Pascal. Al mismo tiempo comienza a elaborar un ensayo sobre el arte y la mística.

      Madeleine se puso de nuevo a trabajar. Retoma con dinamismo e interés sus actividades en el terreno literario. Busca perfeccionar sus talentos como dibujante. Se sumerge en lecturas muy variadas. Empieza a leer a Claudel, con el que se entusiasma. Aprovecha las ocasiones que se le ofrecen para comunicar sus propios descubrimientos, ya que no guarda para ella lo que descubre: quiere compartirlo, provocar el debate.

      Pero también se compromete en el servicio concreto a los demás; no sabemos por qué es conducida hacia el escultismo; en todo caso, en este movimiento se va a encarnar en los años sucesivos su deseo ardiente de vivir y transmitir su fe.

      Madeleine cumple también su deseo de intercambios verbales o epistolares con sus amigas nuevas o antiguas. En esto manifiesta una capacidad de escucha sorprendente para una joven de su edad, así como una gran capacidad de alentar, de estimular, y sobre todo de discernimiento.

      De esta manera, en su búsqueda de la fe está junto a Hélène Jüng, una presencia segura y a la vez no acaparadora, que sabe orientarla hacia un sacerdote que pueda ayudarla. Así sabrá ser profundamente compasiva sin caer en la cursilería ni en el sentimentalismo con Louise Salonne y sus problemas de salud.

      Claramente, sus propios problemas se han transformado en una experiencia que ya le permite guiar a otros con ese instinto segurísimo de la fe y esa libertad ante ella misma de la que dará muestras toda su vida. Sabemos que consideraba esa actividad como un verdadero apostolado; algunas de sus cartas muestran esta evidencia; en 1970, Louise Salonne donó a los archivos las cartas que le había dirigido; escribió:

      Tengo, gracias a Dios, unas cincuenta cartas de Madeleine –sobre todo desde 1926 a 1929–, cartas preciosas por su valor espiritual, por el profundo afecto que nos unía. ¡Qué bondad la suya! En 1928 caí gravemente enferma. Durante cerca de dos años, Madeleine me escribió dos o tres veces por semana.

      El 18 de julio de 1926 le llegó una noticia muy agradable, según sus propias palabras: recibe el premio Sully Prudhomme para jóvenes poetas. Primer Premio Nobel de Literatura, Sully Prudhomme había utilizado el dinero recibido en esa ocasión para crear una fundación destinada a ayudar cada año a un joven poeta. Las relaciones que tenía en el entorno del doctor Armaingaud, ¿habían sido totalmente indiferentes a este éxito? No lo sabemos.

      Sea como sea, el trabajo de Madeleine es tenido en cuenta, reconocido por el jurado del premio. Pues no escribe poemas como si fuera un pasatiempo. Hemos visto cómo los retoma, los modifica, los trabaja de nuevo. También es muy feliz. Le confía a Louise Salonne:

      Perdona por estas palabras apresuradas, pero me acaba de ocurrir una cosa muy agradable. El jurado del Premio Sully Prudhomme acaba de atribuir a mi manuscrito La route el premio, que este año se eleva a 8.000 francos. Como te puedes imaginar, estoy muy contenta, pero, como he decidido lanzarme con resolución por este camino, estoy literalmente

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