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juego y el teniente McDonnahugh lo sabía. Pero un hombre blanco y más con aquel aspecto de anglosajón que se veía a la legua, pelo claro, ya bastante cano, ojos azulados y piel escasamente bronceada, era tan descarado que casi sonaba a insulto. El Enemigo no estaba dispuesto a que le tomaran el pelo de aquella manera y siempre había un cupo de intercepciones en alta mar que se debía cubrir para que los aliados nunca dejaran de sentir la presión. El barco que lo llevaba tenía todas las papeletas de terminar abordado o incluso hundido y por eso sus anfitriones lo trataron casi desde el principio como si fuera una maldición. Como era habitual aquellos hombres también procedían del Continente Negro y muchos eran ciertamente supersticiosos.

      - ¡Deberíamos arrojarlo por la borda! - llegó a decir incluso uno de ellos -. Todo el mundo sabe que un blanco a bordo durante una travesía trae mala suerte. Atraerá a los diablos de las profundidades ¡Al infierno con la recompensa!

      Sí, cualquier persona que se echara a la mar en aquel tiempo temía a los diablos del abismo. Los innombrables los enviaron precisamente para eso, para anunciar que todos los océanos del planeta les pertenecerían a partir de ese momento y para siempre. Ninguna embarcación de fabricación humana, ya estuviera armada o no, se encontraba a salvo de aquella amenaza que patrullaba incansable los mares de polo a polo. Cualquiera que quisiera surcarlos estaba obligado a pedir permiso previamente.

      Ése era el motivo de que a la Alianza no le quedara más remedio que usar aquel precario sistema para enviar a su gente de uno a otro lado del Atlántico. Los diablos del abismo destruyeron todas sus flotas de guerra mucho tiempo atrás, tanto que el teniente McDonnahugh jamás había conocido a anciano alguno testigo directo de aquellos sucesos. Ahora nada quedaba y debían depender de terceros para trasladar a sus agentes de enlace, como así llamaban a los abnegados hombres y mujeres que se jugaban la vida en aquellos inseguros viajes. Su utilidad era más que discutible pero el gesto, la intención, lo eran todo. Un puñado de personas más o menos de un lado del océano o del otro no cambiaría absolutamente nada, pero eran una demostración simbólica de la firme intención de los aliados de seguir en la lucha, de resistir hasta que no quedara un solo hombre en pie. Ése era el mensaje que se enviaba a través de aquellas, por otra parte, ridículas pero al mismo tiempo arriesgadísimas misiones. Desde luego lo eran para aquellos que debían cumplirlas.

      Se podría haber dicho que, tras múltiples peripecias, Aloysius McDonnahugh logró arribar al puerto senegalés de Dakar con objeto de cumplir una importantísima misión a ese lado del océano. Después de todo eso es lo que la mayoría ha escuchado acerca de él. Un bravo guerrero señalado por el destino emprendió un largo y peligroso periplo que finalmente lo conduciría a la gloria. La suya es una historia de sacrificio heroico que ha de servir como ejemplo, pues el que habría de ser conocido como el capitán McDonnahugh antepuso el honor y la entrega a una causa justa a cualquier otro tipo de consideración. Los antepuso incluso al pretendido deber para con su país y, faltaría menos, también a su propia vida. Al fin y al cabo los héroes están hechos de una pasta especial distinta a la que compone el resto de seres humanos, nada temen y nada los desvía del camino fijado, porque ésa es su seña de identidad, lo que los hace diferentes y dignos de ser honrados y recordados por las generaciones venideras.

      En realidad Al, como a él siempre le gustaba que lo llamaran, no tenía la menor idea de para qué iba a resultar útil en la otra parte del mundo. Ni tan siquiera portaba información de valor, como se decía que llevaban otros agentes de enlace, razón por la cual consideraba su destino como un destierro. El motivo de que lo seleccionaran para aquello sí que lo entendió desde el primer momento. Había sido un indeseado testigo de determinados sucesos que era mejor que no trascendieran y por eso gente de cierto poder consideró que si el teniente hablaba de ello con quien no correspondía sus intereses se verían seriamente comprometidos. A pesar de todo lo respetaban, les había sido muy útil y, en vez de eliminarlo directamente, le hicieron un ofrecimiento. Al siempre había sido alguien muy pragmático en ese sentido y aceptó convertirse en agente de enlace, de esta manera se deshacían de él de una forma ciertamente elegante y en principio todos contentos.

      Qué importaba, a esas alturas ya estaba hastiado. Era tanta la sangre vertida a lo largo de los años que todo había dejado de tener sentido. En realidad nunca lo tuvo, tan sólo era un carnicero más en un mundo repleto de ellos, pero durante un tiempo creyó ingenuamente que llegaría el día en que todo aquello acabaría. Lo cierto es que no podía terminar nunca y, alejándose lo máximo posible de esa vida que era casi lo único que había conocido, era como si también se alejara de esa parte de sí mismo que tanto había llegado a odiar.

      Pero por mucho que tratara de huir ese otro yo lo perseguiría hasta los confines de la Tierra. Durante la travesía había permanecido oculto, agazapado, lo mismo que él sin ver la luz del sol o las estrellas en esa sucia bodega en la que lo obligaron a permanecer día y noche. Al llegar a Dakar no obstante su lado oscuro terminó despertando a la menor oportunidad. Acababa de desembarcar y otra vez envuelto en la misma clase de situación que tanto se juró que no volvería a repetirse. Tal vez no podía evitarlo.

      - No ha dicho ni una sola palabra desde que lo hemos cogido - comentaba en inlingua uno de sus captores -. Tampoco se ha movido, pero sé que está despierto.

      - ¿Acaso piensas quitarle la capucha para comprobarlo? - quiso saber su compañero hablando en el mismo idioma -. Yo de ti no me fiaría por si acaso.

      - No hay de qué preocuparse, está esposado.

      - Esposado o no ya has visto lo que ha hecho en los muelles. Se ha cargado a dos tipos usando sólo sus manos y todavía no sabemos por qué.

      - Es un agente de enlace que viene de América, seguramente lo han entrenado para ser un soldado de élite. Tal vez los del muelle eran agentes gessit.

      - Podría ser, un blanco como él llama demasiado la atención. De todas formas a mí no me parece un soldado.

      - ¿A no? ¿Y qué crees que es?

      - Pienso más bien que es un asesino. Esa clase de gente es más adecuada para este tipo de misiones.

      - Pues si deseaba pasar desapercibido no se puede decir que haya comenzado con buen pie. De milagro hemos conseguido sacarlo del puerto sin que nos detuvieran.

      - Poco importa, debemos llevarlo ante Faruq y no hacer preguntas. Él sabrá.

      Los dos permanecieron en silencio durante unos instantes, contemplando al singular hombre blanco que habían atrapado. Por seguridad en el momento de hacerlo lo dejaron inconsciente usando sus aturdidores y ahora lo mantenían esposado y con el rostro cubierto. No era un prisionero pero debían mantener las debidas precauciones, pues habían podido comprobar de qué era capaz. El hecho de que permaneciera inmóvil y callado como una estatua los ponía un tanto nerviosos.

      - ¿Crees que entiende lo que decimos? - preguntó al cabo uno de ellos -.

      - Estoy seguro de que sí ¿Cómo si no se las va a arreglar? Sin hablar inlingua no podrá ir a ninguna parte.

      - Pero si no ha dicho absolutamente nada quizá es porque no sabe hablarlo ¿Conoces tú la lengua prohibida?

      - No, no la hablo y si tú la conocieras tampoco deberías hacerlo. De todas formas si todavía no ha dicho una palabra no creo que sea porque no nos entiende.

      Desde la parte delantera del vehículo alguien hizo una señal. Ya estaban llegando.

      - Bueno hombre blanco, prepárate que ya estamos - anunció animado uno de los que lo vigilaba -.

      El vehículo que lo trasportaba frenó bruscamente y con suma rapidez varias personas lo tomaron con firmeza haciéndole bajar del mismo. No había podido ver nada, pero sabía que había estado todo el rato en la parte trasera de un pequeño camión o algo parecido. Una vez en el suelo una voz profunda y potente le indicó también en inlingua:

      - Escúchame, sé que es natural que desconfíes pero no queremos hacerte daño ¿De acuerdo? Tan solo te hemos traído hasta aquí porque alguien quiere hablar contigo. Ahora te quitaremos la capucha y las esposas. Repito que no tienes nada que temer de nosotros.

      Tal y como había

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