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vistazo rápido después de acostumbrarse al repentino aumento de luz. Comprobó que se hallaba rodeado por una docena de hombres, todos africanos de raza negra y algunos de ellos fuertemente armados. El vehículo lo había llevado hasta una especie de casa señorial que debía de estar a las afueras de la ciudad, el palacete parecía descuidado y un soberbio y extenso jardín lo rodeaba. Exóticos árboles de grandes dimensiones conformaban un pequeño bosque que a buen seguro ocultaba el lugar a ojos de los curiosos y, bajo ellos, crecía exuberante todo tipo de vegetación, por lo que daba la impresión que ningún jardinero se ocupaba de ella. Junto a la gran casa había incluso un estanque y los sonidos producidos por las aves tropicales y otras criaturas que se ocultaban en la arboleda inundaban el espeso y tórrido aire.

      Al no estaba acostumbrado a aquellas condiciones ambientales, a aquel sol africano, cegador y ardiente. Había pasado buena parte de su vida en los fríos y desolados territorios del norte, allí donde la Oscuridad regresaba periódicamente para cubrir las tierras de sombra. El sofocante clima de los trópicos era algo por completo distinto.

      - Ahora deberás acompañarme - dijo el hombre que había hablado antes, un sujeto grueso y de cabeza rasurada que vestía la indumentaria típica de la gente del lugar -. No queremos problemas contigo.

      - No queréis problemas, pero esto es secuestro.

      Después de un tiempo el teniente podía entender el inlingua bastante bien, pero hablarlo ya requería mucho más esfuerzo y era consciente de que su más que visible falta de soltura sería fuente de sospechas allá donde fuera.

      - Si hubiéramos querido matarte ya lo habríamos hecho - afirmó el hombre obeso que al parecer era el líder del grupo -. En lugar de eso te hemos quitado las esposas porque confiamos en que serás razonable. Haz el favor de acompañarme.

      - Información, eso queréis - replicó él escuetamente -.

      - Sabemos que no tienes ninguna que pueda ser de interés - sonrió su interlocutor, otros hombres a su lado hicieron lo mismo -. Sólo te has traído a ti mismo - e insistió -. Vamos ven, no lo demoremos más. Te esperan y, cuando hayas terminado, podrás descansar en la casa hasta la partida.

      - ¿Con quién hablar? - no era lo ideal pero al menos podía hacerse entender. El problema estribaría en su incapacidad de ir más allá de frases cortas -.

      - No te impacientes, pronto lo verás.

      Al decidió obedecer, después de todo eran doce contra uno y él iba desarmado. Además, tal y como había indicado su jefe asesinarle no parecía su propósito, al menos por el momento. De haber sido agentes del Enemigo seguramente no hubieran perdonado su espectacular llegada a Dakar, o bien lo habrían liquidado directamente o bien lo habrían entregado a las autoridades, que lo interrogarían para descubrir quién era y qué hacía allí. Nada de eso sucedió y, en su lugar, se lo habían llevado con diligencia y discreción, casi como si quisieran que no quedara ni el menor rastro de su presencia en la ciudad. Los dos fiambres en los muelles ya eran bastante.

      Entraron en el viejo palacete, cuyo interior estaba parcamente decorado porque a buen seguro nadie residía en él de forma permanente. Subieron por las escaleras a la planta superior y lo condujeron hasta una amplia estancia. Como todo lo demás el lugar contaba con escaso mobiliario. Dispuestas junto a la pared de la izquierda, próximas a los ventanales, había extendidas varias alfombras persas sobre las que descansaban una decena de grandes almohadones rodeando un par de mesitas bajas. Allí aguardaban acomodadas otras cuatro personas tomando té al estilo árabe y disfrutando de un gran narguile o pipa de agua, casi como si hubieran montado todo aquello en unos minutos y se fueran a marchar una vez acabaran. Dos eran hombres ataviados con los ropajes propios del desierto, posiblemente tuaregs, un tercero era otro hombre negro y la última una mujer de la misma raza, relativamente anciana y que había perdido un ojo. No supo el motivo, pero a Al le pareció una especie de hechicera, todo y que nunca había creído en esas cosas.

      - Gracias Kassim, tu gente ha hecho un buen trabajo - anunció también en inlingua uno de los hombres del desierto. Parecía el de mayor edad y exhibía una barba rala y totalmente encanecida -. Dejadnos a solas con el americano. No temáis, permaneced fuera por si surge algún imprevisto.

      El tal Kassim hizo una leve reverencia y, sin decir una sola palabra, se retiró junto a los otros cinco hombres que había utilizado para escoltar al teniente.

      - Vaya, vaya, parece ser que nuestro invitado ha causado más preocupación de la esperada - habló nuevamente el mismo individuo. Lo más curioso de todo es que lo hizo en inglés, idioma que parecía dominar perfectamente -. Acaba de llegar y ya cuenta con dos muertes a sus espaldas ¿Qué ha sucedido en el puerto?

      Al se sintió ciertamente aliviado al descubrir que había dado con alguien con el que poder hablar en su propia lengua. De entrada el hecho no le resultó extraño y lo tomó como un gesto de cortesía.

      - ¿Quiénes son ustedes y por qué me han traído aquí? - inquirió automáticamente, pues no debía hacer el esfuerzo de traducir mentalmente primero aquello que deseaba decir -.

      - A mí puedes tutearme y mi nombre es Faruq - respondió afablemente el único que había hablado hasta el momento -. En realidad no me llamo así, pero es imperativo que usemos pseudónimos. Por lo demás y dadas las circunstancias puedes considerarnos como amigos. Te ocultarás en esta casa durante unos días, el tiempo suficiente para que descanses de la travesía y logremos equiparte para el nuevo viaje que habrás de emprender - se detuvo un instante -. Pero no te quedes ahí plantado, ven aquí a sentarte junto a nosotros a compartir un té y a fumar del narguile.

      De entrada el teniente se mostró receloso, pero al mismo tiempo sentía curiosidad y quiso saber quién era aquella gente ¿Lo estaban ayudando realmente o querían ganarse su confianza con otras intenciones? Estaba totalmente solo muy lejos de cuanto había conocido, por vez primera en mucho tiempo se sentía increíblemente vulnerable y deseaba confiar en alguien. Al cabo se sentó sobre las alfombras con las piernas cruzadas y mostrando una forzada sonrisa. Faruq ya le había servido un vaso de té y se lo ofrecía amablemente. Los demás observaban en silencio y con semblantes serios, especialmente la mujer, cuyo único ojo útil parecía tener el poder de penetrar la carne.

      - ¿Formáis… formáis parte de la estructura de la Alianza en esta parte del mundo? - Al fue al grano. No era hombre que se anduviera con rodeos, algo que muchos tomaban por una imperdonable falta de tacto -.

      - Los aliados no tienen ninguna clase de infraestructura ni aquí ni en muchos kilómetros a la redonda, teniente McDonnahugh - informó Faruq -.

      - Sabes mi nombre ¿Cómo es posible?

      - No debería sorprenderte. Sabíamos que venías y también sabemos muchas más cosas.

      Ante la expresión de perplejidad de su invitado prosiguió:

      - Siendo poco más que un muchacho te reclutaron las milicias del TAM y te adiestraron para combatir a su lado. No era la más hermosa de todas las causas pero aprendiste muchas cosas útiles, aquello te hizo fuerte y te enseñó a sobrevivir a las circunstancias más duras. Son la clase de habilidades que viene muy bien poner en práctica si te conviertes en agente de enlace y has de cruzar el Atlántico y luego llegar hasta Europa prácticamente por tus propios medios. Más tarde te enviaron a Alaska, a los frentes del norte. Ahora servías directamente en el ejército de los Estados Unidos de América, pero pronto descubriste que no era muy distinto a continuar en las filas del TAM. La misma clase de oficiales, idéntica retórica, idéntica brutalidad y la misma guerra inútil contra enemigos que ya eran de muchas clases, tanto internos como externos. Decían que luchabais contra el Enemigo, pero rara vez os topasteis con él cara a cara y, cuando así ocurría, la mayor parte de las veces convenía huir y esconderse.

      Y la perplejidad fue en aumento. No era tanto lo que decía, pues una experiencia de ese tipo podía ser común a otros muchos como Al, sino más bien la forma que tenía de hacerlo. Aquel enigmático hombre del desierto hablaba como si pudiera comprender lo que él había sentido tantas y tantas veces, como si comprendiera qué clase de vida había llevado y en qué se había convertido. Aquella sensación de asombro

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