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el sabor de la sangre en su boca -.

      Entonces vio que el reloj que Fergie había robado en casa de los Wallace obraba en poder de una mujer soldado que se encontraba justo detrás del oficial. Un pavor ciego lo invadió, estaba perdido.

      - También he encontrado varias identificaciones en el interior de la cargo, mi sargento, entre ellas la del detenido - informó la soldado -. Pertenecen a las Brigadas de Salvación y parecen auténticas, aunque no sería la primera vez que unas buenas falsificaciones logran superar los controles. Inteligencia lo corroborará.

      - A mí me da que ni este ni ninguno de sus amiguitos fugados son hormiguitas - habló uno de los hombres que sostenían a Ethan -. Apretémosle un poco y nos dirá la verdad.

      El sargento volvió a centrar su incendiaria mirada en aquel patético individuo con los pantalones todavía bajados y que no se atrevía a alzar la vista. Tembloroso y rendido estaba claro que no había venido hasta Edimburgo para trabajar como voluntario en el servicio.

      Entonces aquel oficial empezó a explicar el motivo que había llevado a su patrulla hasta allí. Como dejado caer sobre su silla de ruedas, el decrépito señor Wallace podía parecer más muerto que vivo, pero sin duda se había mostrado especialmente astuto. Sin decir apenas una palabra desconfió de los falsos brigadistas desde el primer momento y, una vez abandonaron su casa, exhortó a su confiada esposa a comprobar si echaba en falta algo. No era la primera vez que unos desaprensivos paraban por allí y trataban de aprovecharse de la aparente vulnerabilidad de unos ancianos que sobrevivían milagrosamente en los confines del mundo. Tuvo menos dificultades en denunciar lo sucedido de lo que cabría esperar ya que, si algo no faltaba en aquellas tierras, eran militares yendo y viniendo constantemente. Para desgracia de Ethan el anciano había dado una descripción de la cargo y el vehículo sospechoso fue identificado después aproximándose a los dos bloques en los que ahora se encontraba. Un par de patrullas de superficie acudieron a inspeccionar la zona y finalmente una de ellas dio con lo que buscaba. Sencillamente habían estado demasiado tiempo sin moverse del mismo lugar y eso iba a suponer su perdición, no la de los demás. Los demás habían escapado y ahora a él le harían responsable de todo.

      - En otras condiciones un simple robo no nos importaría lo más mínimo - afirmó el sargento como para concluir su explicación -. Pero resulta que, aunque no sé si lo sabes, estamos en guerra. Ésta es el área más sensible del frente y no nos hace demasiada gracia que en ella se infiltre gente que se hace pasar por lo que no es. No sé si me entiendes.

      Ethan no respondió, el pánico lo dominaba por completo y las palabras permanecían atascadas en su interior.

      - Como parece que se te ha comido la lengua el gato te llevaremos al centro de detención de New Town - prosiguió el oficial -, a ver si allí te animas a hablar un poco más - ahora se dirigió a su gente - ¡Coged a este pedazo de basura y registrarlo a fondo, después subidlo al semioruga! Acabad ya con la cargo y dejadla aquí para que se ocupen de ella los de intendencia. No hay tiempo para seguir buscando al resto de la banda, ¡nos vamos!

      Varios soldados obedecieron las órdenes de su superior y registraron concienzudamente al prisionero entre risas y algún que otro gesto de repugnancia, pues Ethan ni tan siquiera había tenido oportunidad de limpiarse. Finalmente hallaron una pequeña armónica que él ocultaba en uno de los bolsillos de su pantalón.

      - ¡Eh mirad! - exclamó el autor del descubrimiento -. No sé si valdrá para algo, pero de momento la requiso.

      - ¡No, mi armónica no!

      - ¡Cállate puerco! - otro soldado lo silenció de un puntapié, haciéndole caer al suelo hecho un ovillo y sin respiración -.

      Al momento un tercero estaba sobre él y, sin que nadie interviniera para impedirlo, se bajó la bragueta y comenzó a orinarle encima hasta dejarlo empapado. Mientras lo hacía exclamaba pletórico:

      - ¡Bienvenido al Hormiguero hijo de puta! ¡Ya verás lo bien que te lo vas a pasar aquí con nosotros!

      Finalmente lo arrastraron hasta el interior del semioruga con la misma falta de delicadeza que habían mostrado desde un primer momento. Como seguía con el trasero al descubierto y ahora además apestaba a orina fue objeto de innumerables muestras de desprecio mientras yacía en el frío suelo metálico del vehículo blindado. Allí lo dejaron después de cubrirle la cabeza con una capucha de privación sensorial al tiempo que se ponían en marcha.

      Tal vez hubiera sido mejor relatar una historia distinta para el comienzo de la aventura particular de Ethan Sutton. Pero lo cierto es que, detalle más o detalle menos, así fue como seguramente sucedió. Nadie puede conocer su futuro con precisión, ni tan siquiera predecir lo que puede terminar ocurriendo al día siguiente. En aquellos momentos Ethan seguramente pensó que a él ya no le quedaba ningún porvenir. Había huido de Londres para escapar de sus muchas miserias, para escapar del doloroso recuerdo de Samuel, pero en lugar de esperanza había encontrado la peor de las condenas. Aquella aventura planeada por Louis tuvo visos de terminar en desastre desde un primer momento, casi todo había salido mal y a pesar de ello él no había sido capaz de verlo hasta que no fue demasiado tarde. Qué peligroso podía llegar a ser aferrarse ciegamente a vanas ilusiones.

      Aquella fatídica tarde, mientras era llevado por la patrulla, a Ethan ya no le quedaba ninguna. Hubiera sido mejor morir allí mismo, ya que alguien como él, útil para nada, no merecía otra cosa. Y esos terribles pensamientos lo consumirían al tiempo que se sumía en un profundo pozo de desesperación. Tan oscuro, terrible y falto de esperanza como el cielo sobre Edimburgo.

      Capítulo II

      Durante mucho tiempo la panspermia no fue más que una suposición teórica que despertaba obvias suspicacias. Pero eso fue antes de la Gran Disrupción, antes del euzer (…). Sí, todo comenzó con el euzer, una forma de vida microbiana, o al menos eso dicen, de origen desconocido. De dónde procede es un misterio. Hay quien asegura que de fuera de nuestra galaxia, aunque eso es mera especulación y al respecto nadie hay que sea capaz de asegurar nada a ciencia cierta (…).

      No sabemos cuándo se produjo el encuentro que habría de cambiarlo todo, si fuimos nosotros los que salimos a emprender una búsqueda o si por el contrario nos descubrieron como se descubre a una exótica especie de insecto en una apartada isla. De una u otra forma el resultado terminó siendo el mismo. Ese “algo” que llevaba millones de años dispersándose por la galaxia y puede incluso que más allá de ella, adquiriendo conciencia de sí mismo en el proceso, encontró un nuevo hogar en el que asentarse (…). Probablemente ya había sucedido miles de veces antes y, como en casi todas las demás ocasiones, ese “algo” sabía perfectamente lo que tenía que hacer. Eones de experiencia dan para mucho pues, como reza un antiguo refrán, más sabe el Diablo por viejo que por Diablo.

      “Súper civilización”. S. Brooks.

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      - ¡Maldita sea, nos han endosado un blanco! ¡Un puto blanquito de mierda! ¿Cómo piensan que va a pasar desapercibido en este barco, eh? Tendrá que permanecer escondido en la bodega todo el tiempo, si El Ojo lo detecta estaremos perdidos ¡Esta gente cada vez piensa menos!

      El teniente Aloysius McDonnahugh recordaba muy bien esas poco amables palabras de bienvenida. Lo curioso es que, como le venía sucediendo habitualmente, las recordaba como si su autor las hubiera pronunciado en inglés, lo cual no era el caso. A pesar de que ya habían trascurrido meses desde su partida de Estados Unidos, todavía no estaba acostumbrado del todo a emplear el inlingua y eso era un problema. Su acento y su torpeza lingüística lo delataban y, combinándolos con su aspecto, hacían de él un imán para los agentes y servidores del Enemigo. Si no había resultado tan peligroso hasta el momento era porque apenas sí había tenido que tratar con nadie desde que lo recogieron cerca de las costas de Cuba.

      A decir verdad durante la travesía del Atlántico se había sentido poco más que como un mero paquete. Las embarcaciones que se arriesgaban a surcar aquellas aguas contaban principalmente con tripulaciones africanas, por eso los innombrables las toleraban. Se trataba de un tráfico

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