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servicio a la patria. La casa se fue alejando progresivamente, una vetusta y maltrecha construcción en medio de un paisaje inverosímil. Su mera existencia resultaba surrealista, allí junto a uno de los muchos baluartes del ejército en la retaguardia, un agujero infecto rodeado de desolación que al parecer se llamaba Gorebridge. Qué importaba, aquel anciano matrimonio vivía al borde del abismo como si nada y había logrado subsistir gracias a la caridad de los integrantes de las Brigadas de Salvación destinados al norte y seguramente también de algunos militares. Los Wallace eran el último y sorprendente residuo de una población que tiempo atrás habitó aquellas tierras, todo lo demás había desaparecido y sólo ellos quedaban. Pero tarde o temprano aquella casa y sus moradores también desaparecerían y serían olvidados.

      - No entiendo cómo esos dos han logrado sobrevivir aquí durante todos estos años - confesaba Donna mientras tomaba el desvío que los llevaría hasta los accesos a Edimburgo -. Esto está demasiado cerca del frente y son lo suficientemente viejos como para haber vivido los tiempos más duros, cuando Ellos atacaban de verdad. A pesar de todo no huyeron al sur como los demás, decidieron quedarse aquí.

      - ¡Qué más da! - espetó Rod, otro de los miembros del equipo y hombre de confianza de Louis -. Nos ha venido bien poder pasar una noche fuera de esta maldita cargo y comer algo de caliente. Por lo demás esa casucha estaba tan en las últimas como sus dueños, sin luz ni agua corriente. Nos hemos tenido que lavar con el agua fría de los bidones que les habían dejado los brigadistas.

      - ¡Y que lo digas tío, ha sido una puta mierda! - le secundaba Fergie -. Esta mañana se me han congelado las pelotas, aquí es como si ya hubiera comenzado el invierno.

      - Podéis quejaros todo lo que queráis, pero no habéis perdido la oportunidad de saquear la despensa de los viejos - manifestó Donna -. Un poco más y les dejáis sin nada.

      - No te sientas culpable por eso - intervino Louis, que iba a su lado en el asiento del copiloto - ¡Estábamos muertos de hambre, joder! Durante cinco días no hemos comido otra cosa que la bazofia enlatada que nos coló esa maldita bruja tramposa de Charlotte. Hoy es el día grande y necesitábamos reponer fuerzas después de un viaje tan duro ¡Vamos mujer, ni que lo hubiéramos hecho con mala intención!

      - No me malinterpretes, a mí los viejos me importan un carajo - replicó ella -. Lo que pasa es que no me hace gracia llamar la atención más de la cuenta. Vamos a colarnos en un área de máxima seguridad con identificaciones falsas, si pretendemos hacernos pasar por brigadistas debemos parecerlo de verdad. No estamos en Londres, esto no es el barrio, si nos comportamos igual que siempre levantaremos sospechas. Eso es lo que realmente me preocupa.

      - Tú di lo que quieras, pero de momento lo de las identificaciones ha funcionado - afirmó Rod sacando pecho -. Para los trabajos serios busco a auténticos profesionales y ya has visto que las falsificaciones son de primera. Hemos pasado ya por un montón de controles ¡Joder, hasta he perdido la cuenta! Y en todos, los putos cabezas cuadradas no han sospechado una mierda, ha colado sin problemas y en Edimburgo no va a ser distinto.

      - Eso es cierto, pero no estaría de más hacerle un poco de caso a Donna - reflexionó Louis -. Esto no es el barrio, no es el territorio que conocemos, habrá que ir con cuidado y no hacer gilipolleces.

      - Ahora dirás que debemos cuidar nuestros modales, ¿no? - sonría burlón Rod, un sujeto que podía ser cualquier cosa menos delicado -. Vas a decir que esto será como asistir a una de esas jodidas fiestas que dan los ricachones que se refugian en Dublín ¡Venga hombre! Lo único que diferencia Edimburgo de Londres es que está metido en Tierra de Nadie y por eso hay muchos más cabezas cuadradas, por lo demás es la misma clase de estercolero con el mismo tipo de cucarachas. Que lleven petos de brigadista o no es lo de menos, cada vez hay más reclutamientos forzosos porque los palurdos dispuestos a alistarse escasean en estos días. Lo único que nos diferencia de ellos es que, una vez terminado el trabajo, nosotros podremos largarnos y los demás seguirán encadenados al servicio.

      - Te entiendo Rod - contemporizó Donna -, pero aun así procuremos ir con cuidado, ¿vale? Sólo será un día, si todo va bien mañana estaremos de vuelta con el mayor botín de nuestras vidas.

      - Yo siempre voy con cuidado - respondió ásperamente éste -. Y nadie desea más que yo que este trabajo salga a la perfección.

      - Todos estamos en lo mismo tío - habló ahora Fergie -. Y si nos hemos pasado un poco en casa de esos dos tampoco creo que sea para preocuparse demasiado. Esa vieja chalada no paraba de hablar, pero seguía sin enterarse de nada ¡Fíjate que no ha dejado de llamarme Francis en todo momento! - exhibió una sucia sonrisa amarillenta que más bien parecía una mueca grotesca -. Y el carcamal de su marido no era más que un puto vegetal, ahí en la silla de ruedas cagándose y meándose encima. Si ni tan siquiera recordaban bien nuestros nombres menos aún habrán sospechado nada.

      - Pues mira tú que en lo del viejo no te doy la razón, listillo - indicó Rod -. Podía parecer que estaba en la Luna, pero a mí me daba mal rollo. No hablaba nada y era como si no nos quitara ojo, como si se oliera el pastel o algo así.

      - Bueno, bueno, de todas formas no importa - intervino Louis -. Lo único que importa ahora es entrar en la ciudad y contactar con Sergey en el lugar convenido.

      - Sí tío, eso… eso es lo único que importa - habló entonces Ethan tratando de sonreír -.

      Siempre ocurría igual, las pocas veces que abría la boca tenía la sensación de que nadie lo escuchaba. Quizá fuera porque muchas de sus intervenciones no aportaban nada, si bien parecía pasar lo mismo dijera lo que dijera. En todo el viaje Donna y Rod no habían dejado de tratarlo con desdén, ni al él ni al liante de Fergie, pues eran los dos sujetos de última hora que no habían tenido más remedio que fichar.

      Ethan miró a Fergie, que estaba a su lado en la parte trasera de la cargo. No es que lo considerara un gran tipo, ya que no era más que otro tirado como él que malvivía haciendo recados para Louis y que tenía tendencia a meterse en toda clase de líos. Como en su caso la base tenía mucho que ver en eso. Sin embargo a lo largo del viaje había tratado de mejorar su relación con Fergie, pues lo veía casi como un igual, aunque para su decepción el mulato no se había mostrado especialmente receptivo a dicho acercamiento. Trató de marcar distancias con él manteniendo una actitud no pocas veces despectiva, quizá porque lo consideraba el miembro más débil del grupo y no quería contagiarse de esa debilidad. A pesar de todo ahora ambos compartían un secreto, uno que ya no podía durar más y había que mostrar al resto.

      - Lo llevas encima, ¿verdad? - quiso saber Ethan al cabo -. Anda, enséñalo.

      Fergie dudó, como si no estuviera muy seguro. Después dijo:

      - ¿Y tú, acaso no pillaste nada?

      - No, como dijiste sólo eran baratijas. Nadie me daría gran cosa por ellas.

      - ¿De qué cojones estáis hablando vosotros dos? - Louis se había vuelto y los miraba con el ceño fruncido. No sabía de qué iba aquella conversación y eso no le gustaba -.

      El mulato mantuvo el suspense durante unos instantes. Tampoco resultaba sensato soliviantar en exceso al líder del grupo, así que metió la mano en uno de los muchos bolsillos de su pantalón estilo militar y extrajo un pequeño objeto redondeado y plano de color dorado.

      - ¿Qué coño es eso, un maldito reloj de pulsera? - quiso saber Louis -. Ya no se ven demasiados.

      - Sí tío, la vieja nos lo enseñó anoche mientras los demás os acostabais - intervino Ethan deseoso de algo de protagonismo -. No dejaba de hablar de lo maravillosos que son los brigadistas, de lo agradecida que estaba por la ayuda que le prestaban y todo eso. Entonces Fergie y yo fuimos a su habitación y ella sacó un cofre pequeño y lo abrió para mostrarnos todas las cosas que había guardado a lo largo de los años. Decía que eran joyas de su familia o algo así, aunque la mayoría no valían nada.

      - Salvo este reloj - se adelantó a decir Fergie mostrando su amplia sonrisa amarilla -. Tengo ojo para estas cosas y en seguida vi que no era como el resto de la chatarra que había en el cofre. Os lo aseguro, esta mierda es mucho más valiosa de lo que parece.

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