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abierto los ojos haciéndole ver el terrible riesgo que corrían.

      - Escuchadme los dos - se giró muy serio hacia Ethan y Fergie -. Si estuviéramos en Londres incluso habría aplaudido que me hubierais traído esa cosa, si resulta ser tan valiosa como decís bien merece la pena robarla. Pero como ya hemos repetido mil veces nos encontramos fuera de casa y en un terreno que no conocemos. Si los viejos echan en falta su baratija nos habréis metido en un buen lío o, mejor dicho, en el peor de todos los líos. Tened por seguro que si esto se jode por vuestra culpa vais a tener que pagarlo.

      - Yo personalmente me encargaré de cortaros en pedazos - añadió Rod más amenazante si cabe -. Y tened por seguro que no será una muerte rápida ¿Queda claro?

      Ambos asintieron en silencio, no eran tan estúpidos como para no entender lo que significaban aquellas palabras. Bien sabían que Rod no tenía escrúpulos a la hora de ser el brazo ejecutor de Louis o cualquier otro para quien trabajara. Su cabeza rasurada al estilo de los matones de la zona sur, esa mirada fría pero al mismo tiempo fiera y su sólida figura atestiguaban que ya se había deshecho de otros en más de una ocasión.

      - Bueno, creo que así está mejor - se dio por satisfecho Louis. Volvió a mostrar su habitual sonrisa socarrona, pues amenazar y andar cabreado no formaban parte de su temperamento, si bien en ocasiones como aquella se veía obligado -. Ahora que todos sabemos lo que se debe y no debe hacer este asunto irá sobre ruedas.

      - Puede que sí o puede que no - concluyó Donna -. Sé que ahora ya es demasiado tarde porque estamos a las puertas de Edimburgo, pero no deberías haberlos traído.

      Mientras tanto la cargo siguió avanzando por una descuidada carretera llena de baches y apenas distinguible, en pos de su destino. Sobre ella una negra cúpula de ciega oscuridad que convertía el día en noche. Ya estaban muy cerca, tal vez demasiado cerca.

      3

      Al igual que Londres Edimburgo ya no se podía considerar una ciudad, por mucho que la gente siguiera pensando en ella como tal. Más bien era algo así como el puesto más avanzado del reino, la última porción de lo que pomposamente se denominaba la Gran Bretaña Libre, rodeada casi por completo por Tierra de Nadie. Más al norte de ésta última lo desconocido, la Escocia ocupada por el Enemigo desde hacía más de un siglo. Eso era lo que decían, si bien nadie quedaba para recodar en qué fecha exactamente se perdió esa porción del territorio patrio. La Guerra lo devoraba todo, incluso también la memoria histórica de los pueblos.

      Nada quedaba de lo que una vez fue la capital escocesa, sólo campos de ruinas calcinadas. Sobre ellas crecían ahora las instalaciones y fortines de las fuerzas destacadas en el frente, construcciones prefabricadas y terriblemente antiestéticas que se disponían sin orden ni concierto aparente. A decir verdad parecían poca cosa, si bien constituían la parte visible de un entramado subterráneo mucho más vasto, aquel que se conectaba con las posiciones de retaguardia mediante líneas férreas enterradas a más de medio centenar de metros de profundidad. En realidad Edimburgo era un puesto ocupado por hombres-hormiga, allí no era raro hacer la vida bajo tierra porque se consideraba más seguro y por eso ahora a la antigua ciudad muchos la llamaban coloquialmente el Hormiguero. Hasta ciertos términos guardaban relación con dicha denominación. Los militares empleaban la palabra “hormiguita” para referirse de manera despectiva a cualquier brigadista, algo que sea hacía extensivo al resto de civiles reclutados para hacer trabajos de todo tipo en esa parte del frente. Para los civiles por su parte los soldados eran los “cabezas cuadradas”, otro nombre despectivo que no era exclusivo de aquel lugar, ya que se empleaba en toda la isla y quién sabe si más allá.

      Sí, allí en aquel escenario de pesadilla era preferible salir a la superficie cuanto menos mejor. Hacía mucho tiempo que el Enemigo no emprendía una ofensiva de envergadura, que el Terror no avanzaba desde las sombras del norte para llevárselo todo por delante. Al igual que ocurría en el resto de Gran Bretaña ni tan siquiera los ataques mediante lluvias ciegas eran especialmente intensos desde hacía años. Pero aun así el temor prevalecía, recuerdos traumáticos de un pasado que muchos no conocieron porque todavía no habían nacido. La Gran Oscuridad estaba ahí para recordárselo permanentemente, indisoluble, opaca, extendiéndose en todas direcciones como si no tuviera principio ni fin. Aquel eterno manto de negras nubes resultaba más opresivo y asfixiante allí en el frente, tanto que muchos no podían soportarlo a pesar de que ya lo conocían bajo múltiples formas. Pero no aquella, aquella sencillamente parecía demasiado.

      Esa sensación opresiva terminó dominando a todo el grupo una vez superaron el último control y penetraron en el perímetro de máxima seguridad del área militarizada de Edimburgo. Hasta el momento las identificaciones falsas habían cumplido con su labor, tal vez no las necesitaran por mucho más tiempo, ya que gracias a ellas no habían dejado de tomarles por miembros de las Brigadas de Salvación. El disfraz se completaba con el clásico peto y brazalete grises al uso entre todos los miembros del servicio. Era para felicitarse, pero en aquel momento nadie se mostraba alegre. Puede que fuera por la proximidad del golpe, la hora señalada se acercaba y la tensión iba en aumento, pues no dejaba de ser un trabajo extremadamente arriesgado. Puede que fuera porque el condenado contacto en la Cuarta División, un tipo que utilizaba el sobrenombre de Sergey y que Louis no veía desde hace años, estaba tardando mucho más de la cuenta en presentarse. Hacía horas que lo esperaban en el punto de encuentro convenido y seguían sin noticias de él. O simplemente puede que fuera la Oscuridad, se decía que al principio a todos les pasaba lo mismo.

      Donna no dejaba de mirar al cielo, en su rostro se podía ver la angustia contenida. A pesar de lo que pudiera parecer no era una mujer que se asustara con facilidad, pero el asunto del reloj había ensombrecido su ánimo desde primera hora de la mañana. Louis se acercó a ella.

      - Aquí es más compacto, como… como un muro - comentaba Donna con la vista todavía puesta en lo alto -. Más bien parece que te vayas a estrellar contra esas nubes si intentas atravesarlas.

      - No deberías obsesionarte con esa mierda, muchos han perdido la cabeza al hacerlo - replicó él - ¿Qué más da que sean más compactas o menos? Sí de acuerdo, son las tres de la tarde y es como si fuera de noche, aquí siempre parece de noche y eso debe de ser muy deprimente. No es peor que en otras partes, llevamos toda la vida bajo esas nubes y estamos acostumbrados. Si te sientes intranquila es porque esto es el frente, el límite del mundo, y parece un lugar muy peligroso. Luego está lo de esta noche, sería un idiota si no reconociera que a mí también me pone nervioso, pero si permanecemos concentrados y cada uno hace lo que tiene que hacer todo saldrá bien. Eso es lo único que debe importarnos, olvídate del cielo.

      - También me ponen nerviosa esos dos - confesó ella señalando a Ethan y Fergie, que permanecían más apartados -. Lo de esta mañana ya es agua pasada, pero ahora el uno no puede mantener el pico cerrado y el otro se caga encima cada dos por tres. Ya se ha metido ahí dentro para aliviarse un montón de veces.

      Diciendo esto indicó la negra abertura que era uno de los accesos al edificio abandonado junto al que permanecían aguardando la llegada de Sergey. Aquella era prácticamente la única construcción de carácter no militar que todavía quedaba en pie y relativamente intacta en varios kilómetros a la redonda, un rascacielos de siniestra apariencia compuesto por dos bloques gemelos de treinta plantas que en el pasado estuvieron conectados por una pasarela a media altura, cuyos restos todavía resultaban visibles. La construcción se ubicaba en el sector más meridional de Edimburgo y, dada su singularidad, resultaba imposible confundirla con cualquier otra cosa. Por eso el contacto les había citado allí.

      - ¡Mira, ha sido hablar del cagón y vuelve su problemilla! - indicó jocoso Louis, al ver que Ethan sentía otro repentino apretón y regresaba de nuevo al interior de uno de los bloques -. Se ha descompuesto nada más entrar en Edimburgo, tanto lamerme el culo para conseguir venir hasta aquí y llega la hora de la verdad y parece a punto de venirse abajo.

      - ¡Oh sí, eso es fantástico Louis! - protestó Donna -. Ese bobo está cagado de miedo pero vamos a depender de él para sacar los putos chismes del complejo ¿No crees que es jugársela demasiado? Desde el principio se veía a la legua que no valía para esto.

      -

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