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llegaron a ser felices, una familia completa. Él sólo era un crío y Samuel un avispado retaco que apenas sí levantaba unos palmos del suelo. Pero la temprana desaparición de su padre supuso el inicio del descenso a los infiernos. Mamá dejó de ser mamá y se convirtió en Nancy, una sombra enfermiza y degenerada de lo que una vez fue. Aquella droga de consumo habitual en aquellos años, un variopinto cóctel de productos de fabricación casera conocido vulgarmente como base, podía tener parte de la culpa. Pero como a menudo suele suceder el mal ya estaba dentro antes de que un veneno externo lo amplificara. Ethan temía a ese fantasma más que a cualquier otra cosa, lo temía porque ya se había deslizado por la misma peligrosa pendiente. Él era como su madre y Samuel había sido como su padre. Si le retiraban aquel apoyo fundamental tal vez no lograra ponerse en pie nunca más.

      Y viendo el proceso de autodestrucción en Nancy veía su propio futuro. Ambos lo sabían y se separaron sin más, sin apenas mantener una conversación. No hubo llantos, ni abrazos y mucho menos palabras de consuelo. Cada uno sabía muy bien dónde encontraría refugio para su dolor.

      ***

      Tal vez a causa de esa sensación de deriva y confusión, de no saber muy bien qué esperar del futuro, Ethan fue en busca de su madre días más tarde. Engañándose a sí mismo quiso creer que no sabía por qué estaba haciendo aquello, pero en el fondo sus motivos estaban bien claros.

      Nancy solía deambular por Beckton, una antigua barriada próxima a las inmundas y extensísimas explanadas donde antes se habían ubicado los antiguos muelles Victoria, Albert y King George junto al aeropuerto de Londres. El aeropuerto tampoco existía, como todo lo demás el Enemigo lo destruyó mucho tiempo atrás y las aguas de los muelles habían sido cegadas con sedimentos dragados del curso bajo del Támesis. Aquel lugar era ahora otro sucio agujero más de la ciudad donde malvivían toda clase de desheredados en cientos, incluso miles, de chabolas junto a la basura, las ratas y los perros y gatos callejeros. Allí se ubicaba también el gran mercado de Canning Town, en esos tiempos el mayor centro de trueque y compra-venta clandestina de todo Londres. La práctica totalidad de las transacciones que allí se realizaban eran ilegales, pero las autoridades carecían de la capacidad de acabar con dicha actividad, por lo que toleraban su existencia ya que además contribuía a la supervivencia de la población. Como en Canning Town se podía encontrar prácticamente de todo si podías pagarlo o tenías algo de valor con lo que intercambiarlo, sexo y drogas inclusive, era frecuente que Nancy se dejara ver por allí.

      No obstante el mercado era inmenso y contaba con innumerables puestos alrededor de los cuales se arremolinaba una apretada, sucia y vociferante multitud. A Ethan le costó toda una mañana dar con alguien que supiera decirle dónde encontrar a su madre. Finalmente dio con el lugar, un edificio parcialmente derruido cuyos bajos se habían convertido en refugio de todo tipo de chusma. Pequeños pilluelos con aspecto de no haber tomado un baño en su vida correteaban por el interior en una incesante búsqueda, no dudaban en robar si alguien andaba despistado, razón por la cual los adultos los alejaban de un puntapié al verlos venir. Ethan estaba por otras cosas y, tras deambular por aquel lugar inmundo registrándolo de punta a punta, logró encontrar a Nancy en el interior de un pequeño habitáculo delimitado por placas de cartón-yeso que parecían a punto de deshacerse.

      El sitio estaba atestado de basura, apestaba y, como flotando en toda esa inmundicia, un mugriento colchón constituía casi el único mobiliario. En él parecía descansar su madre, o más bien lo que quedaba de ella. Resultaba obvio que había pasado los últimos días fumando base sin descanso, la forma más segura de colocarse ya que encontrar jeringuillas que no estuvieran infectadas era por entonces tarea casi imposible. En ese estado difícilmente reconocería a nadie, pero además no estaba sola. Un sujeto sucio y de mirada torva permanecía a su lado, apenas vestido con unos cuantos harapos su aspecto era casi infrahumano y resultaba complicado estimar la edad que tendría. Como Nancy tampoco llevaba gran cosa encima no hacía falta ser un genio para adivinar lo que había estado haciendo con ella, pues a la hora de conseguir base cualquier cosa resultaba admisible. La irrupción de Ethan tal vez le había aguado la fiesta. Un tipejo como aquel únicamente podía aliviarse con yonquis a cambio de la pertinente dosis y, naturalmente, aquella interrupción no le hizo la menor gracia.

      - ¿Qué coño quieres? - graznó agresivamente al ver aparecer a Ethan -.

      - Soy Ethan, el hijo de Nancy. Me gustaría hablar un momento con mi madre.

      El sujeto se aproximó a él y le sostuvo la mirada durante unos segundos, al momento avanzó hasta ponerse a su lado. Su hedor se elevaba incluso por encima de la pestilencia del ambiente.

      - Cuando vuelva no quiero verte por aquí, ¿entendido? - dijo amenazante con su cara pegada a la de Ethan -.

      Al cabo se largó sin más dejándole a solas con la narcotizada Nancy. Después de un rato ella volvió parcialmente en sí y se percató de que tenía visita, incorporándose dificultosamente y tratando de cubrirse en un mínimo gesto de pudor. Su aspecto era incluso peor que cuando les notificaron la muerte de Samuel.

      - ¿Po… por qué has venido? - logró decir cuando descubrió que el que estaba allí era su hijo -.

      - ¿Quién es ese que estaba aquí? - quiso saber él -.

      - S, se… se llama Graham, Gregor o… ¿qué coño importa? - masculló ella en tono despectivo -.

      - No importa nada Nancy - desde hacía tiempo Ethan la llamaba por su nombre de pila -, es como si todos esos tíos fueran el mismo.

      - ¡Déjate de rollos y dime por qué cojones estás aquí! - escupió su madre con cierta furia al tiempo que lograba ponerse en pie con gran dificultad -.

      - He venido a ver si tienes algo - repuso él -.

      - ¿Algo de qué?

      Ethan volvió a echar un vistazo todo alrededor, encontrando evidentes signos de consumo. Luego dijo:

      - Sabes muy bien qué he venido a buscar.

      - Me pareció oír por ahí que lo habías dejado - replicó Nancy -.

      - Es cierto, pero ahora todo es distinto. Ahora ya nada importa y por eso lo necesito. Tengo cupones de comida, se pueden intercambiar por pan de molde, conservas o leche en polvo. Son tuyos si los quieres.

      Ella permaneció en silencio durante un buen rato, todavía se la veía bastante desubicada. Al final dijo con voz áspera:

      - No tengo nada para ti. Si tanto deseas volver a pillar vete a Canning Town, allí tus malditos cupones resultan más valiosos que un gramo de mierda.

      Aquel escatológico apelativo era uno de los muchos sinónimos que se empleaban para referirse a la base. Nancy estaba en lo cierto, en el mercado él podría haber intercambiado sus cupones alimentarios por una cantidad apreciable de droga, siempre y cuando no se los hubiesen quitado previamente. Sin embargo no fue el temor a un robo lo que lo dejó allí plantado, mirando fijamente a lo que quedaba de su progenitora con gesto de desolación.

      - No sabes lo que quieres Ethan - masculló ella al fin -. Lárgate de una vez.

      - ¿Cómo hemos llegado a esto? - pareció reflexionar él - ¿Qué nos ha pasado?

      - Lo mismo que a otros muchos, vivimos en un mundo de mierda y cada uno ha de buscarse su propio agujero. Cuando lo encuentras te acurrucas en él y te dejas llevar hasta que llegue tu hora - y después de este consejo gratuito concluyó -. Te repito que aquí no hay nada para ti, mamá y su hijito ya han charlado bastante, así que esfúmate y no des más por el culo.

      - ¿Eso es todo? - replicó Ethan con rabia contenida -. Confieso que después de lo que ha pasado esperaba algo más de ti, pero he sido un iluso al imaginar que reaccionarías. Daría lo que fuera por comenzar de cero otra vez, por darnos una nueva oportunidad.

      - Darías lo que fuera, darías lo que fuera, ¡bah! - la mirada de su madre se perdía mirando a un lado y a otro buscando vete tú a saber qué mientras se dirigía a él con dureza - ¡Ya no puedes arreglarlo Ethan!, además, ¿qué pinto yo en todo esto?

      - ¡Eras su madre, maldita

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