Скачать книгу

preservativos. Si todo iba bien la suerte finalmente les sonreiría.

      Pero esa nueva vida no apartó a Ethan de sus vicios y debilidades de siempre. Con gran esfuerzo y más de una buena bronca Samuel logró apartarlo de las drogas, pero hacerlo de su propensión a las malas borracheras era mucho más complicado.

      Esa noche la había pillado bien gorda justo después de que Louis acudiera al local de Charlotte, sitio habitual de reunión, para ultimar los detalles del trabajo del día siguiente. Ethan quería demostrar que no era ningún cero a la izquierda, que se le podían encargar tareas de cierta responsabilidad, y finalmente el pelirrojo de metro noventa de estatura aceptó encomendarle un encargo bastante sensible. Así el mayor de los dos hermanos se ganaría al fin su respeto. Siempre era la misma historia y siempre acababa igual, cualquier cosa que supusiera una inyección de autoestima servía igualmente como pretexto para entregarse a una irresponsable ingesta de alcohol de dudosa procedencia. Con demasiada frecuencia Samuel cometía el error de confiar en él en ese sentido, aunque por otra parte tampoco podía estar detrás de su hermano todo el tiempo.

      Las consecuencias eran de esperar. A pesar de la terrible resaca y del inminente desastre, Ethan acudió puntual al encuentro con Louis en la antigua parada de metro de Plaistow. Éste último, sonriente y fanfarrón como siempre, lo recibió dándole un sonoro cachete en la mejilla. Resultaba obvio que para él era un pardillo.

      - ¿Qué pasa tío? - gritó Louis -. Veo que estás muy decidido ¡Mira, por ahí viene tu hermano!

      Ambos se giraron y Samuel apareció por entre los montones de basura y escombros que había en un gran descampado al lado de la estación ahora abandonada. Bajito, de aspecto un tanto nervioso, con su pelo rizado y claro y una sonrisa de oreja a oreja en el rostro. Él siempre sonreía, por duras que fueran las circunstancias por las que estuvieran pasando encontraba el momento para hacerlo y con eso lograba que Ethan se sintiera mejor.

      - Veo que habéis madrugado los dos, las horas que son y ya por aquí - anunció al aproximarse -.

      - Quizá sea porque las jodidas alarmas de bombardeo no dejan dormir a nadie, tío - replicó Louis chocándole la mano -. Ya lo han tomado por costumbre, luego muchas veces no pasa nada.

      Los tres miraron hacia arriba con gesto sombrío, lejanos resplandores verdosos se vislumbraban en el norte, estallaban y se desvanecían sin solución de continuidad. Siempre era así desde hacía meses. Aquella oscuridad que casi nunca dejaba ver el sol había gobernado sus vidas desde siempre, las suyas y las de muchos otros antes que ellos, pero a pesar de eso resultaba difícil acostumbrarse a permanecer bajo su opresiva sombra. Más acostumbrados estaban en cambio al paisaje de Londres en aquellos tiempos, un horizonte de ruinas ennegrecidas y cráteres de impacto sobre el que se multiplicaban toda suerte de chabolas y otras construcciones improvisadas. Cualquiera que hubiese vivido en la ciudad antes de la Guerra la habría encontrado por completo irreconocible.

      - ¿Por qué no nos dejarán en paz de una puta vez? - Samuel lanzó la pregunta al aire -. Ya no les queda nada que destruir.

      - Yo que sé, siempre ha sido así - respondió Louis con gesto de hastío -. De todas maneras no importa mientras sigamos vivos. Que les jodan y ya de paso también que se jodan esas putas sanguijuelas de Dublín - luego cambió de tercio - ¡Bueno, dejémonos de monsergas y vamos a lo que realmente importa! Toma Ethan.

      Con un gesto rápido y disimulado le tendió un pequeño sobre, Ethan se lo guardó en el bolsillo de su raída chaqueta.

      - Ahí van dos mil quinientos créditos en bonos de la Alianza - susurró -. No me jodas y escóndelos bien, no vaya a ser que te los levanten. Me ha costado mucho más de lo que imagináis reunirlos, pero no ha habido otro remedio, a causa de las falsificaciones esa gente no acepta libras convertibles. Ya sabéis - esbozó una medio sonrisa -, es la moneda de los primos.

      - De acuerdo Louis, no te preocupes - respondió el mayor de los hermanos -.

      -Si la jugada sale bien sacaremos al menos cinco veces más - dijo el pelirrojo en tono confidencial -. Habrá que repartir, pero si lo hacemos bien podremos embarcarnos en operaciones de más envergadura. Los de Watford verán que tratan con profesionales. Aunque ahora no vaya a ser demasiado dinero miradlo como un primer paso.

      - Eso ya lo sabemos tío - cortó Samuel riendo -, no nos calientes la oreja con otro de tus discursitos de mierda, ¡ni que hubiéramos nacido ayer!

      - ¡No me jodas Samie! ¿De buena mañana y ya tocándome las pelotas?

      Al momento ambos empezaron a fingir que peleaban. Era típico de ellos, Louis cogía a Samuel por el cuello y hacía como si diera ganchos de derechas, éste por su parte le castigaba los riñones mientras forcejeaba. Así podían estar durante varios minutos riendo y haciendo el tonto mientras Ethan los contemplaba pensando que se comportaban como críos.

      - ¡Vamos tío, suéltame de una puta vez joder! - terminó diciendo Samuel un tanto cansado ya, Louis era más grande y corpulento que él y eso se notaba -.

      - Bueno, espero que esto te sirva de lección - respondió éste jadeando ligeramente, después se dirigió a Ethan -. Será mejor que muevas el culo, nunca se puede saber si las líneas hasta Watford van a estar en servicio o no.

      - Es posible que los soldados no dejen pasar a nadie, últimamente suele ser así.

      - ¡Razón de más para que te largues ya! - le gruñó Louis para luego añadir -. Bueno, yo también me tengo que ir para ocuparme de otros asuntos. Es algo que ya os contaré, primero aseguraos de haced bien esto. Y tú Samie no olvides pasarte por el antiguo estadio del Arsenal. De hoy no puede pasar, ¿vale? Ya nos veremos si eso esta noche en el local de Charlotte, ¡hasta luego!

      Y diciendo esto salió disparado como alma que lleva el diablo. En cuestión de segundos había desaparecido por entre el gentío que discurría por lo que una vez fue Plaistow Road, infinidad de almas errantes de aspecto miserable que parecían más muertas que vivas. Ahora Ethan y Samuel se habían quedado a solas, mirándose el uno al otro como no sabiendo quién debía hablar primero. Finalmente fue Ethan el que dijo:

      - ¿Dónde estabas? Me he despertado y he dado una vuelta por el bloque, pero no te he visto.

      - No podía dormir - repuso Samuel con voz queda -. A veces paseando por las calles de madrugada me siento mejor, no hay demasiada gente. Sólo las patrullas de mantenimiento y los rateros de siempre, aunque ahora al menos saben para quién trabajo y no se atreven a tocarme. Me he acordado de que habías quedado con Louis aquí, por eso me he pasado a ver qué tal.

      - Tengo un problema bastante grande, Sam - se atrevió a decirle su hermano, pues no podía confiar en otra persona -. Menos mal que has aparecido.

      - ¿De qué se trata hermanito? - preguntó Samuel, que siempre solía llamarle así a pesar de que él era el menor. Ya presuponía que tendría que solucionarle una vez más la papeleta de una forma u otra -.

      - He perdido el puto papel donde había apuntado la dirección, el nombre del tío de Watford y todo eso - reconoció Ethan -. Tuve que dejarlo en algún lugar, pero lo he buscado por todas partes y no está. He mirado incluso en las habitaciones que ocupan los otros, pero ya sabes que aquello es una maldita pocilga donde es imposible encontrar nada ¡Estaba seguro de que lo tenía, joder, pero ahora no consigo recordar lo que había escrito!

      - ¡Maldita sea Ethan! - escupió Samuel visiblemente irritado -. Siempre estamos en las mismas, ¿es que nunca puedes hacer nada bien, joder? No creo que fuera tan difícil, yo mismo vi como lo apuntabas todo en un papel bien grande. Y eso que primero perdiste el que Louis te había dado y tuviste que volver a preguntárselo ¡Si no te pusieras tan ciego siempre que paras por el local de Charlotte!

      - ¡Oh vamos Sam, no… no creo que eso tenga nada que ver! Ha sido… ha sido cosa de puta mala suerte y…

      Entonces su hermano le clavó una mirada incendiaria e inquirió:

      - ¿Te metiste algo anoche?

      - ¿Po… por qué dices eso? ¿Es que no confías en mí? Yo no…

Скачать книгу