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se estableció entre ambos. Yo seguía siendo un niño como cualquier otro del vecindario. Iba al colegio y tenía mi círculo de amigos, con los que jugaba al terminar las clases, asistía a la iglesia junto a mi familia todos los domingos y, al fin y al cabo, llevaba la vida habitual de alguien de mi edad. Pero ahora alguien más había entrado en mi vida, no era una sustituta de esos abuelos que perdí siendo mucho más pequeño o a los que nunca llegué a conocer, aquella relación prometía ser distinta y quizá también mucho más fascinante.

      Papá y mamá no censuraron esta aproximación, más bien al contrario les sorprendió agradablemente que quisiera atender a una anciana necesitada. Ellos se debían a sus respectivos trabajos y obligaciones y muchos días apenas sí tenían tiempo para nada más. Conversaban con la mujer siempre que podían y, de forma un tanto poética, papá comenzó a llamarla la Peregrina, pues a pesar de todo seguíamos sin saber su verdadero nombre. Al intentar sonsacarla ella siempre replicaba desviando el tema de conversación o mostrando su agradecimiento con frases como:

      -He sido realmente afortunada al dar con una familia tan maravillosa como la suya. Se encuentran además en un marco incomparable, esta villa parece como suspendida en el tiempo. Una escena costumbrista que bien podría pertenecer a otro siglo ya lejano.

      A lo que papá respondía con una sonrisa e indicando que aquella era mayormente una comunidad sencilla compuesta por gente honrada y muy pegada a sus tradiciones. Sin duda la anciana era mucho más dura de roer de lo que aparentaba y guardaba los secretos de su pasado con el mismo celo que los viejos, y en apariencia inútiles, trastos de su carrito. A pesar de ello todos empezamos a sentir cierto afecto por ella. Todos salvo mi hermana Sandra, que siempre la miraba con desdén y apenas sí le dirigía la palabra. Nunca dejó de verla como una gorrona que había venido a aprovecharse del buen corazón de unas personas honestas y tal vez demasiado blandas.

      ***

      Recuerdo perfectamente el día en que todo empezó. Fue poco después del fin de las vacaciones de Navidad, hacía muchísimo frío y la nieve lo había cubierto todo provocando un montón de complicaciones. La Peregrina, como así terminamos llamándola todos, se había sentido indispuesta unos días antes. Por ese motivo decidió guardar cama y yo acudía con mayor regularidad para atenderla en lo que pudiera necesitar. Por entonces ya me había acostumbrado a escuchar sus historias, eran entretenidas y extrañas y mamá solía decir que sólo eran cuentos que ella me relataba porque le agradaba mi compañía. La anciana aseguraba haber vivido toda clase de aventuras a lo largo de sus innumerables viajes, una larguísima vida recorriendo el mundo entero de país en país. De vez en cuando su ánimo se ensombrecía al recordar y regresaba temporalmente al ensimismamiento, como si una parte de su pasado fuera demasiado oscura, demasiado dolorosa, como para mostrarla a un niño de nueve años y a su amable familia.

      Pero aquella mañana comenzó de forma distinta. Casi como si hubiera estado esperando el momento oportuno, la Peregrina tomó aliento antes de confesar que en una de sus aventuras, la más increíble de todas, había viajado a otro planeta. Y no a un planeta cualquiera, aseguró haber visitado el Perik Zaloum, el mítico Planeta de los Dioses. A diferencia de los demás yo solía creer lo que decía, pero aquello me pareció demasiado pues, por lo que se sabía, apenas un puñado de seres humanos había estado allí. Por eso le pregunté que cómo era posible que hubiera realizado ese viaje. En lugar de responder ella contraatacó con otra pregunta al parecer sin ninguna relación.

      -Dime jovencito, ¿qué opinas de los guiberiones?

      Aquello me dejó tan congelado como los carámbanos que colgaban de los aleros del tejado de casa. Había pronunciado esa palabra que, aún por entonces, casi nadie se atrevía a mencionar. Hacerlo era como invocar al mismísimo Diablo. Yo pertenecí a ese conjunto de generaciones que crecieron aterrorizadas por los relatos acerca de los innombrables, nunca los conocimos pero el traumático recuerdo permanecía en la memoria colectiva. Historias de horror que las madres contaban a sus hijos para asustarlos cuando eran desobedientes. En las programaciones de Red, en los noticiarios, en las lecciones de Historia que nos daban en el colegio, hasta en las conversaciones, el tema se trataba con suma delicadeza pues era considerado tabú. No obstante tarde o temprano todos acabábamos descubriendo la escalofriante magnitud de la verdad.

      La Peregrina hubo de insistir varias veces en su pregunta antes de que yo alcanzara a responder inseguro:

      -Que… qué opino de ellos. Pues… pues… que vinieron de muy lejos, de otro planeta, y conquistaron la Tierra. Entonces destruyeron todas las ciudades y mataron a millones de personas hasta que…

      -Eso es un poco inexacto - interrumpió ella -. No atacaron todas las ciudades del mundo, sólo fueron a por vosotros, a por Europa y Norteamérica. Deberías saberlo.

      Sí, tenía razón, en cierta forma lo sabía. En un principio los innombrables sólo atacaron Occidente, no el resto del mundo. El resto del mundo se puso de su parte y, al menos por un tiempo, colaboró con ellos de buen grado en sus planes de aniquilación, aunque más bien se diría que se plegaron a su voluntad y acabaron convertidos en sus siervos. Sin embargo por aquel entonces yo era demasiado joven como para entender esas cosas, todo resultaba demasiado confuso, demasiado complicado y para colmo la gente siempre era reacia a hablar de esos temas. Papá y mamá no lo hacían prácticamente nunca.

      Antes de que yo lograra abrir la boca de nuevo para replicar la Peregrina hizo un gran esfuerzo para alcanzar uno de sus muchos “tesoros”, esos que había transportado en el viejo carrito durante años y que ahora se amontonaban en un rincón del cobertizo. Parecía tratarse de un viejísimo libro de apreciable tamaño, cubierto de polvo y con la encuadernación por completo desgastada, bien podría haber tenido casi mil años. Sin embargo aquello sólo era un engaño. El viejo libro resultó ser falso, pues no era un libro en sí, sino un recipiente camuflado con esa forma que en su interior ocultaba un terminal. Al abrirlo la pantalla, manchada y repleta de arañazos como consecuencia del trato recibido y el paso de los años, se encendía automáticamente. Resultaba un tanto sorprendente que una anciana indigente poseyera un dispositivo de esas características, mucho más que hubiera ideado aquel insólito camuflaje para ocultarlo y más aún que estuviera repleto de archivos y documentos de todo tipo. Otro misterio que añadir a la ya de por sí enigmática figura de la Peregrina.

      Ajena a mi confusión la anciana trasteó con el terminal durante un buen rato, hasta que al fin dio con lo que buscaba. Acto seguido me tendió el falso libro indicando:

      -Toma, lee este texto. Después de tanto tiempo sé cómo encontrarlos, pero mi vista está tan mal que apenas sí puedo leer alguno. Te agradecería que lo hicieras en voz alta.

      Casi sin pensar hice lo que decía y me puse a recitar el párrafo que se mostraba en la descuidada pantalla. Rezaba así:

      En el pasado nuestra querida tierra era rica y bajo su suelo albergaba grandes tesoros. Por eso gentes inmorales y codiciosas acudieron desde lejos para apoderarse de ellos. Los occidentales eran hombres, pero se comportaban como demonios impíos. Vinieron con sus ejércitos a destruir y saquear, nos robaron nuestras riquezas, quemaron nuestras ciudades, profanaron nuestros templos, mancillaron a nuestras mujeres y durante incontables años vivimos bajo su yugo sufriendo todo tipo de injusticias. A pesar de que por aquel entonces eran más fuertes nunca dejamos de luchar para librarnos de ellos. Y a cada nuevo intento de alzarnos respondían con mayor brutalidad. América era prepotente y nos daba lecciones de civismo y humanidad mientras masacraba a nuestros hermanos y nos condenaba a la miseria. Se creían los amos del mundo.

      Muchos no lo creyeron, pero un día Dios, alabado y misericordioso sea, escuchó nuestras plegarias. Fue entonces cuando envió de las estrellas a los hermanos guiberiones, ángeles vengadores que vinieron a cumplir su divina voluntad. Con ellos llegaron también la justicia y la paz. Los occidentales fueron barridos de la faz de la Tierra, sus decadentes ciudades repletas de vicio y pecado ardieron como paja seca y, una vez derrotados, lo que quedó de ellos fue recluido en sus tierras de origen. Allí habrán de permanecer purgando sus pecados hasta la total purificación. Mas deberemos permanecer vigilantes y no descuidarnos, porque el Mal nunca descansa y siempre encuentra la manera de burlar a los hombres justos con el objeto de regresar.

      Al

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