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por él, queda suspendido y no tiene conciencia del tiempo que pasa (“Pasos de ciego”). Incluso, la búsqueda del amor conduce al encuentro con la pareja primordial, Adán y Eva, y desde el paraíso se desdobla en parejas-cuerpos emblemáticos de uniones irrenunciables: Ariadna y Teseo, Romeo y Julieta, Paris y Helena, quienes luego de encontrase se pierden en las fronteras entre la vida y la muerte (“Canto ebrio”).

      Esta visita al discurso crítico sobre la poesía de Luz Mary Giraldo revela una capacidad enorme para abordar una escritura cargada de emociones muy diversas. El análisis de Figueroa desvela cómo algunos poemas de la escritora tolimense conforman un territorio interior: el lenguaje logra captar al sujeto femenino en relación con el sujeto masculino, en un momento cuando la vivencia profunda del amor puede trascender la temporalidad. Cristo Rafael Figueroa también ha escrito sobre la obra poética de otras mujeres como Matilde Frías de Navarro, Ana Mercedes Vivas, Maruja Vieira y Guiomar Cuesta. Esto muestra una sensibilidad aguda y refinada para captar universos poéticos, donde el sistema simbólico está fuertemente marcado por la condición de un sujeto femenino que elabora su experiencia.

       Redes de la narrativa

      Terry Eagleton ha planteado que la crítica literaria es un área del humanismo y que, por esta razón, no se puede disociar de las reflexiones éticas y culturales (18-19). Por otra parte, Foucault, en las Tecnologías del yo, ha estudiado cómo la subjetividad es construida a través de los procesos ideológicos que modelan instituciones, tradiciones y prácticas sociales, mediante las cuales un individuo le da sentido a su vida. De acuerdo con esta perspectiva, la narrativa es, a partir del siglo XIX, un laboratorio en el que podemos observar estos procesos y, además, un espacio donde se pueden empezar a generar formas de resistencia; Eagleton lo explica de la siguiente manera: la literatura es –¿era?– “Un nexo vital o mediación entre la familia nuclear y la esfera política pública; esto proveyó a las formas simbólicas de recursos para construir nuevas formas de subjetividad” (116). Por otra parte, Judith Butler, en Cuerpos que importan, ha señalado que el cuerpo sexuado es también un espacio ideológico donde intervienen los actores de poder, quienes definen nuestra identidad de género (19). Escritoras como Elisa Mújica, Albalucía Ángel y Marvel Moreno, entre otras mujeres colombianas que escribieron durante el siglo XX, han abierto este espacio privado a un debate público. Desde otra perspectiva, las relaciones de género en el entorno familiar tienen que ver, en gran medida, con la esfera de la reproducción, indisolublemente ligada a la experiencia erótica y sexual. Hay un punto clave para entender los procesos de resistencia de estas mujeres que eligen someter la intimidad familiar al escrutinio público: la capacidad del tema de género para suspender o parcialmente eliminar las barreras étnicas y de clase, lo cual puede indicar que estos temas tienen un componente subversivo muy fuerte. Este complejo espacio que imbrica la esfera de la subjetividad con la esfera del poder, al ser transvasado a un ejercicio de ficcionalización, exige del lector –y especialmente del crítico literario– una sensibilidad muy fina, para sintonizar los matices del drama cotidiano vivido por las mujeres durante diferentes momentos de sus vidas.

      Dentro del ámbito anterior, Figueroa Sánchez establece cartografías y genealogías críticas para definir la manera como una escritora o un escritor determinado es ubicado en la historia de la literatura colombiana. Hacer mapas de este tipo implica un conocimiento extenso y profundo, que vuelva visibles las redes intelectuales que orientan y guían un proceso creativo; en su intervención durante el homenaje a la escritora pereirana Albalucía Ángel, Figueroa afirma lo siguiente: “la función principal de la lectura crítica es multiplicar sentidos” (“Ecos y resonancias” 41). En 1986, cuando Cristo Rafael se iniciaba en el ejercicio crítico, publica su primer artículo sobre la novela Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón (1975) de Albalucía Ángel Marulanda. Posteriormente, en el artículo “Ecos y resonancias del canto de la pájara: historia de una recepción/relocalizaciones en la historia de la literatura nacional”, comenta el impacto de la lectura de la obra de Ángel Marulanda: “El encuentro con la pájara […] se constituye en una suerte de revelación para mi trabajo académico de estudioso de la literatura, pues me obligó a ensanchar los horizontes críticos” (40). El artículo explora cómo esta novela en particular –aunque podría aplicarse a toda la producción de Ángel Marulanda– está inserta claramente en los procesos de reivindicación y afirmación del sujeto femenino. Una temática de este corte inserta al crítico literario en los debates teóricos contemporáneos ya mencionados, como lo muestra la siguiente cita:

      Sobresalen los esfuerzos por conectar la novela con la tradición literaria colombiana, usualmente desconocedora de la voz femenina; son también notables las miradas renovadas sobre la narrativa de Ángel en relación con debates contemporáneos sobre deconstrucción de saberes y poderes y sobre reformulaciones de modernidades culturales y estéticas, con cuestionamiento de códigos sexistas y patriarcales, con resistencias ocultas o evidentes de estéticas marginales, y con valoraciones de estrategias retóricas que debilitan, relativizan o diseminan la autoridad oficial y el discurso histórico institucional. (41)

      En la cita anterior, un lector académico reconoce rápidamente que la agenda teórica contemporánea más importante subyace al proceso de interpretación de esta narrativa. Entre ellos se destaca el papel protagónico de los estudios de género, que han replanteado los paradigmas usados por las ciencias sociales y humanas para producir conocimiento. Figueroa está totalmente de acuerdo con el papel desestabilizador y subversivo de la narrativa de Ángel Marulanda.

      De este modo, Cristo Rafael Figueroa está participando en la construcción de un discurso interpretativo sobre la obra de Ángel Marulanda. Entre los campos teóricos aludidos sobresalen sus referencias múltiples a estudios críticos apoyados en teorías de corte feminista. Por ejemplo, se le da relevancia al trabajo crítico de Elena Araújo, una pionera de los estudios sobre escritoras colombianas, famosa por el libro La Scherezada criolla: ensayos sobre escritura femenina latinoamericana (1989) y un artículo, muy audaz para su momento, titulado “Siete novelistas colombianas”, publicado en el Manual de literatura colombiana (1988), en el que comenta a autoras como Albalucía Ángel, Marvel Moreno y Elisa Mújica. Figueroa dialoga con Araújo y destaca la importancia de su labor crítica, que traslada al campo crítico de la novela colombiana preguntas bastante novedosas: “Ahora bien, la lectura de Helena Araújo sitúa la escritura de La pájara… dentro de la línea de rebeldía femenina que explora la cultura de lo reprimido, mientras se sufren los rigores del discurso autoritario” (“Ecos y resonancias” 42). Otro comentario, que hace eco al anterior, es la alusión al análisis que María Mercedes Jaramillo hace de esta novela de Ángel Marulanda. Según Figueroa, Jaramillo se preocupa por relacionar tradiciones literarias “y miradas femeninas”; este enfoque, prosigue Figueroa, le permite al lector, “captar la historia colectiva como vivencia autobiográfica y viceversa” (42).

      Finalmente, es posible proponer que este estudio de Figueroa Sánchez se inserta dentro de los debates de género de una manera doble: primero, por la elección del corpus y, segundo, por las referencias a trabajos críticos como el de Elena Araújo y de otras académicas que han intervenido en este tipo de reflexión nacional e internacional. Estos comentarios prueban que el investigador ha hecho visible una red de afinidades, las cuales son en realidad debates teóricos feministas. Más adelante vuelve a afirmar que las ficciones de Albalucía Ángel se construyen a partir de memorias vividas y que incluso las prolongadas ausencias del país se convierten en presencias en sus ficciones. Sobre Ana, la protagonista de la novela, señala que la niña y luego la muchacha experimenta un proceso de búsqueda y autoafirmación (“Ecos y resonancias” 48). La anterior cita se está refiriendo al bildungsroman o novela de aprendizaje, un tipo de clasificación poco usado por los críticos colombianos de finales de los ochenta. Esto revela cómo Figueroa Sánchez comprende muy bien los temas de género usados para un proceso de interpretación sensible a la discriminación experimentada por las mujeres colombianas y su lucha por convertirse en sujetos autónomos y productivos. Así, la crítica feminista no se convierte en un conjunto de prácticas académicas, sino en un lugar de debate político, donde la lucha por los significados y los sentidos tiene lugar; en palabras de Figueroa, “el texto se construye como tejido

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