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incuestionables (xxi). Por otra parte, en la descripción de las diversas partes de la tesis, Figueroa revela el conocimiento profundo de la singularidad de la novela garciamarquiana, los diálogos intertextuales con la tragedia clásica y la lírica del Siglo de Oro hispánico, la alteración del tópico del honor, las relaciones entre periodismo y ficción, la funcional recreación de los contextos sociales, políticos, económicos y religiosos, la dilatación del tiempo del relato, la inversión de los sucesos y el poder revelador de la representación narrativa de la sociedad patriarcal, entre otros aspectos.

       Germán Espinosa

      Quizá el estudio más abarcador de Cristo Figueroa, en relación con la obra de un autor, sea el que desarrolló sobre la obra de Germán Espinosa, en la medida en que registra todos los géneros literarios –lírica, cuento, novela, ensayo, autobiografía, crónica, traducción– que el escritor cartagenero fatigó en su vasta trayectoria creadora, extendida entre 1954 y 2006. Sin embargo, de toda su producción, dada la frecuencia de las aproximaciones, Figueroa parece privilegiar sus novelas históricas iniciales, centradas en la Cartagena de la Colonia a la independencia. Así mismo, cabe señalar que en la narrativa histórica de Espinosa se da una incursión en los remotos orígenes del cristianismo y, en sus últimas novelas, en sucesos cuyo escenario es Bogotá, del siglo XIX a la época contemporánea. Los cortejos del diablo (1970) y La tejedora de coronas (1982), declarada por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) patrimonio universal de la humanidad, constituyen, sin duda, un legado insoslayable para la literatura colombiana.

      Para Figueroa, la novelística de Espinosa se integra, como la de García Márquez, a la tradición narrativa del neobarroco y en ella destaca el trabajo en miniatura del lenguaje, la multiplicidad de referentes culturales –la acumulada erudición filosófica, política, científica, artística, mitológica, literaria– y la carnavalización a la que somete a poderes e instituciones, como la oscura Inquisición en la Cartagena de los siglos XVI y XVII. El primer acercamiento de Figueroa a la obra de Espinosa se dio en 1992, cuando emprendió un análisis semiológico de la novela, centrado en su funcionamiento textual, la significación del artificio de su diseño, la sintaxis narrativa, los mecanismos semánticos –los desplazamientos de la voz–, la recurrencia de motivos, el certero y libre manejo del tiempo –la eficacia de los avances y retrocesos hasta confundir el presente del discurso con el pasado– y las estrategias de persuasión –los mecanismos de construcción de lo verosímil–.

      Tras destacar la lejanía de la novela del realismo mágico y su aporte para la ampliación de las perspectivas del género en Colombia, Espinosa se centra en la filigrana narrativa, el movimiento pendular de contracciones y dilataciones espaciales, temporales y de perspectivas, fundadas en oposiciones dialécticas entre Cartagena y París, Estados Unidos y las Antillas holandesas, la luz de la razón y la hoguera del fanatismo, el eros y el logos, el placer y el saber, el joven cuerpo violado y el senil –en ruinas–, la verdad y la ilusión, la memoria y la profecía, los seres reales y los imaginarios, finales del siglo XVII y la mayor parte del siglo XVIII, el saber erudito y libresco y la tradición oral, la logia y la brujería, la luz de Federico Goltar y Voltaire, las tinieblas medievales de las colonias españolas y la claridad racional de la Europa de la Ilustración, la aventura y la reflexión, el monólogo y el diálogo. Con gran lucidez, a partir de las imágenes recurrentes de la novela, Figueroa estudia los símbolos de la obra –el planeta verde, la infame invasión francesa, la luna de abril, el horóscopo, la bruja y el espejo– y la inserción y el funcionamiento de la historia del siglo XVIII en el discurso narrativo, destacando la importancia de los rumores que tejen multitud de versiones –en duelo o contrapunteo–, orientadas a desestabilizar el discurso oficial de los historiadores. Además de problematizar las promesas incumplidas de la mediocre modernidad, la novela muestra el tránsito de la Cartagena hidalga a la criolla. De acuerdo con Figueroa, La tejedora de coronas podría considerarse una alegoría histórica que no pierde en nada la fuerza de sus asociaciones significativas, en la que Genoveva, la indiana violada, culta y rebelde, constituye una metáfora del destino histórico latinoamericano.

      En su recorrido por la obra de Espinosa, Figueroa se detiene muy brevemente en la fallida lírica del autor, quien nunca se liberó del verbalismo propio del modernismo parnasiano; destaca la variedad formal –relato clásico, cuento artefacto, minicuento, nouvelle– y temática de su cuentística, la cual explora motivos fantásticos, psicológicos, históricos, eróticos, esotéricos y de ciencia ficción y, en ocasiones, vincula estructuras musicales con estructuras narrativas; en el examen de la trayectoria novelística, muestra cómo la presencia permanente de la contraposición entre la esfera local y la global se constituye en uno de los ejes estructurantes de una narrativa erigida sobre las tensiones dialécticas generadas por las antítesis entre la sensibilidad criolla y el racionalismo filosófico, la cultura caribeña y la occidental, los referentes colombianos y los arquetipos clásicos, y siempre orientada hacia la búsqueda de los significados ocultos y los vínculos menos evidentes entre los sucesos históricos y el presente. Por otro lado, en el ámbito del ensayo y de la crítica, las reflexiones de Espinosa no se separan del proyecto de su escritura y, en esa medida, contribuyen a iluminar su poética, al revelar sus nociones sobre los géneros literarios –en particular, la novela histórica–, sus funciones y sus vínculos con la sociedad, la aventura del lenguaje y la significación de los movimientos literarios que le atraen al escritor –el barroco, el modernismo y la vanguardia–.

      Figueroa potencia la eficacia expresiva de la obra de Espinosa, revelando cómo hace de la imaginación una forma de conocimiento al privilegiar la dimensión estética, ajena a toda espontaneidad amateur.

       Roberto Burgos Cantor

      Uno de los escritores a quien Cristo Figueroa se ha aproximado con mayor asiduidad es Roberto Burgos Cantor, con quien ha sostenido innumerables conversaciones en público en torno a su obra, a la que ha abordado desde 1985, y cuyos libros ha ido presentando, uno tras otro, en diversos escenarios nacionales. Es una lástima que muchas de esas presentaciones, siempre luminosas, no hayan sido publicadas.

      Uno de los mejores trabajos de Cristo es, sin duda, su ensayo inicial acerca de la narrativa de Burgos, “El vuelo de la paloma en el universo narrativo de Roberto Burgos Cantor”, seleccionado por Luz Mary Giraldo (1995) para su compilación de estudios sobre la novela colombiana del siglo XX. Allí, Figueroa postula una acertada hipótesis que la narrativa de Burgos ha ido corroborando con cada nueva entrega: el eje de esta producción gira alrededor del proceso de modernización de Cartagena de Indias, a mediados del siglo XX,5 y sus efectos traumáticos en la comunidad –crisis, tensiones, desconciertos, soledades, desestabilización de las relaciones humanas y debilitamiento de los afectos–, que han traído consigo la pérdida del sentido de pertenencia y la imposibilidad de establecer la identidad misma. A esta pérdida, según Figueroa, Burgos contrapone la recuperación memoriosa, mediante el poder fundacional de la escritura, de una Cartagena idealizada con sabor de paraíso, armoniosa, donde conviven la provincia tradicional y la urbe novedosa: la palabra salva del olvido un modo de vida que se desdibuja, un entorno que desaparece, una identidad que se borra.

      En el estudio, Figueroa destaca, por una parte, la singularidad de Burgos en la narrativa colombiana, sus diferencias con narradores urbanos como R. H. Moreno Durán, Luis Fayad y Antonio Caballero y sus afinidades con Carlos Perozzo y Manuel Mejía Vallejo; por otra parte, examina la construcción del universo verbal de Burgos en sus libros de cuentos Lo amador (1980), De gozos y desvelos (1987) y en la novela El patio de los vientos perdidos (1984).

      La recreación verbal de Cartagena se da en Burgos no solo a través de la descripción minuciosa de la vida cotidiana y de ciertos lugares reiterados –calles, barrios, sitios de trabajo, patios, prostíbulos, casas, mercados, buses–, sino que también intenta encarnarla mediante la inserción de jergas populares, letras de canciones, conversaciones callejeras y referencias a propagandas de los años cincuenta.

      En El vuelo de la paloma (1992), el paso de la Cartagena primordial y paradisíaca

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