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del ángel de Roberto Burgos Cantor: la posibilidad de retener el paraíso”. Memoria sin guardianes. Editado por Ariel Castillo Mier y Adriana Urrea. Cartagena: Observatorio del Caribe Colombiano, 2009. 211-221.

      ---. Prólogo. Crónica de una muerte anunciada: la costumbre con fuerza de ley, de Liliana Giraldo Aristizábal. Bogotá: Editorial Pontificia Universidad Javeriana y Grupo Editorial Ibáñez, 2014. xx-xvii.

      Medina, Álvaro. Poéticas visuales del Caribe colombiano al promediar el siglo XX. Bogotá: Molinos Velásquez, 2008.

      Notas

      1 Menciono algunos, del siglo XIX a nuestros días, que se han destacado por la singularidad de sus obras, a menudo, de ruptura con la tradición establecida en su tiempo: Luis Capella, Candelario Obeso, Luis C. López, José F. Fuenmayor, Gregorio Castañeda Aragón, Óscar Delgado, Meira Delmar, Jorge Artel, Vidal Echeverría, Manuel Zapata Olivella, Héctor Rojas Herazo, Álvaro Cepeda, Gabriel García Márquez, Giovanni Quessep, Germán Espinosa, Fanny Buitrago, Jairo Mercado, Roberto Burgos, Marvel Moreno, Julio Olaciregui, Ramón Bacca, Raúl Gómez Jattin, Jaime Manrique Ardila, entre otros.

      2 Al respecto, véase las dos referencias de Castillo.

      3 Los grandes escritores del Caribe han encontrado sus más eficaces exégetas en estudiosos extranjeros: Candelario Obeso en Lawrence Prescott; Luis Carlos López en James Alstrum; José Félix Fuenmayor en John Brushwood y Kevin Guerrieri; Jorge Artel en Luisa García-Conde; Manuel Zapata Olivella en Marvin A. Lewis e Yvonne Captain-Hidalgo; Héctor Rojas Herazo en Seymour Menton y John Brushwood; el Grupo de Barranquilla en Ángel Rama y Jacques Gilard; Gabriel García Márquez en Mario Vargas Llosa; Jairo Mercado en Ernesto Volkening; Giovanni Quessep en Martha Canfield; Ramón Bacca en José Manuel Camacho; y Marvel Moreno en Jacques Gilard.

      4 Acerca de la obra de este pintor, Cristo Figueroa publicó un artículo en el que destaca la seguridad de la técnica y el conocimiento de la realidad que fundamenta su obra, al tiempo que se enfoca en sus motivos, atmósferas y efectos expresivos, de un mundo pictórico que “se define en el rescate de estructuras mentales, idiosincrasias o arquetipos colectivos que identifican modos de ser, de sentir o de vivir, nacidos en un sincretismo, especialmente centrado en la cultura popular” (“Cristo Hoyos. Poética pictórica” 6). Esta caracterización de la conciencia estética y el compromiso vital de la obra de Hoyos se aplica perfectamente a la cuentística antologada.

      5 Cristo señala la diferencia de la Cartagena de Burgos con la recreada por Germán Espinosa, la colonial, y la ficcionalizada por Gabriel García Márquez de finales del siglo XIX y finales del siglo XX. Aunque García Márquez y el mismo Burgos han ensanchado los límites espaciales de la Cartagena de sus ficciones, sería interesante que Figueroa desarrollase en extensión esta idea.

      Betty Osorio

      Edward Said, en su libro Representaciones del intelectual (1994), reflexiona sobre la función del intelectual en el mundo contemporáneo, a partir de la propuesta hecha por Antonio Gramsci en su conocido libro Los intelectuales y la organización de la cultura (1955). El crítico palestino propone que el intelectual es una figura pública tan compleja como la del autor –estudiada por Michel Foucault en su famoso ensayo “¿Qué es un autor?” (1969)–; por ello, su campo de acción desborda los límites de una posición ideológica estrecha, ya que un intelectual es capaz de renunciar a las certezas confortables de su propio entorno cultural. El intelectual se siente incómodo dentro de límites rígidos y busca nuevos paradigmas que rompan con los anteriores (Said 39-40). Esta posición es evidente en la trayectoria académica que Cristo Rafael Figueroa Sánchez ha construido como profesor, investigador y crítico literario; en este recorrido, la actividad pública y la vida personal están anudadas y palpitan bajo un mismo ritmo.

      El texto literario mismo, especialmente desde la segunda mitad del siglo XIX, en América hispánica formula pautas para la construcción de identidades continentales, nacionales y locales. Durante el siglo XX, la literatura explora el proceso violento de reconfiguración de sociedades todavía rurales y religiosas, enfrentadas a paradigmas modernos. En las últimas décadas del siglo pasado, la obra literaria interviene decididamente en el examen crítico del sujeto urbano actual, pero igualmente la narrativa retoma la historia nacional para replantearla. Consecuente con lo anterior, la crítica literaria dejó de ser un ejercicio ambiguo, en el que se desplegaba la ingeniosidad y la erudición, o un espejo donde era proyectada la imagen del autor o la del texto sin problematizarla. La crítica literaria, desde la última década del siglo pasado, asume el reto de producir conocimiento sobre los intricados procesos sociales y culturales en los cuales se inserta lo literario; así, se transforma en actividad intelectual. El crítico peruano Antonio Cornejo Polar fundó en 1973 la Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, para promover un diálogo entre la teoría y la crítica literaria, el cual pudiera dar cuenta de los fenómenos específicos planteados por la literatura de estos países. Esto implicó una aproximación más compleja, que insertaba el fenómeno literario en un contexto político; de este modo, se produjo un corpus teórico fuertemente cosmopolita, el cual puso a disposición del académico herramientas de análisis capaces de revelar la participación de la literatura en la construcción de un campo ideológico en constante movimiento entre procesos de aceptación y de resistencia. Este es el escenario en el cual Cristo Rafael ha enmarcado su actividad crítica, su docencia y su vida, y, al vivir como escribía, o al escribir sin abandonar el ámbito de sus afectos, ha propuesto un paradigma académico vital; su quehacer en el aula, sus ensayos, pero también su conversación extraordinaria, son ejercicios generosos y seductores, pero igualmente profundos, analíticos y críticos.

      Cristo Rafael Figueroa Sánchez ha reflexionado durante más de tres décadas sobre la literatura colombiana y latinoamericana. Durante esta búsqueda, Cristo –como le decimos sus amigos– en sus clases ha promovido un ejercicio de reflexión crítica constante; así, sus estudiantes son invitados a descubrir a los autores y los textos como caminos de indagación sobre la vida misma y también sobre el acontecer de la historia. Con esta actitud ha desarrollado metodologías que convierten el salón de clase en un campo de investigación. Dicho proceso reorienta el discurso analítico, propio de las ciencias sociales, y lo contamina con pulsiones íntimas capaces de dislocar las relaciones de pretendida objetividad o de inocencia de lo literario. El lector de sus ensayos críticos queda también seducido por su discurso analítico, como ocurre con el siguiente comentario del artículo “De los resurgimientos del Barroco a las fijaciones del neobarroco literario hispanoamericano”, en el que afirma lo siguiente:

      Ciertamente, dentro del amplio espectro de los estudios literarios contemporáneos, referirse a la “cuestión del Barroco” o al neobarroco, y en particular a la elaboración criolla del primero o al neobarroquismo hispanoamericano, significa enfrentar complejas problemáticas que comprometen saberes cruzados de teoría, historia y crítica literarias. (137)

      Esta cita desplaza las ideas para transformarlas y, a su vez, ampliar el horizonte crítico. El ritmo amplio y sinuoso de la oración, como si fuera un porro sabanero, atrapa al estudioso y lo hace bailar con los autores y los textos. Entonces se puede sugerir que, por mimesis, la escritura de Figueroa adquiere la textura del barroco, se constituye a su vez en un texto barroco. En otro ensayo, titulado “Barroco criollo y neobarroco: dos especies latinoamericanas” (1986), se refiere a estas tendencias estéticas como “especies”, así la biología se emparenta con la exégesis literaria para darle sus nutrientes (78).

      Sus escritos muestran un proceso constante de exploración tanto de la teoría como de la historia literaria. Dentro de este territorio denso y heterogéneo –concepto acuñado por Cornejo Polar–, que Cristo Rafael ha patentado para sí con todos sus matices, son notables sus debates, indagaciones y propuestas relacionadas con las diferentes vertientes de los estudios de género. Figueroa comprendió muy temprano cómo los estudios de género eran indispensables para establecer la contribución de las mujeres

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