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genuina, el apoyo de otras disciplinas orientadas al estudio del hombre, como la antropología, la sociología, el psicoanálisis y la psicología. Tras identificar las secuencias y las relaciones intrínsecas que se establecen entre los elementos episódicos, con el objeto de determinar las leyes internas que gobiernan el universo propio de la ficción, Figueroa, pendiente de no pulverizar el texto a través de la disección minuciosa, persigue la aprehensión total y sistemática al introducir la simbolización y la interpretación, la valoración y el establecimiento de relaciones.

      Las aproximaciones de Figueroa al orbe verbal de García Márquez se concentran en sus dos obras principales, Cien años de soledad (1967) y El otoño del patriarca (1975), sobre las cuales ha escrito un par de ensayos. De Cien años de soledad, a Figueroa le ha interesado el tópico de la religiosidad, desarrollado en “Cien años de soledad: religiosidad, significación bíblica y sacralidad del texto”, incluida en el libro, ¿Agoniza Dios? La problemática de Dios en la novela latinoamericana, su ponencia en el Primer Simposio sobre la Problemática de Dios en la Novela Latinoamericana, convocado por la Sección de Cultura del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) y el Departamento de Literatura de la Universidad Pontificia Javeriana y realizado en Bogotá, del 14 al 18 de octubre de 1988, con invitados de varios países. El texto inicialmente explora las relaciones entre novela y religión, con apoyo en Paul Ricoeur, para quien, en la cultura occidental, el sustrato mítico, pese a la desacralización de la vida, permanece sobre todo en los artistas que, a la manera de los iniciados, manifiestan una aptitud particular para el pensamiento analógico y el lenguaje de los símbolos, los cuales les permiten acceder a lo trascendente. Cien años de soledad, como muchas novelas contemporáneas, constituye un medio propicio para la encarnación de los mitos en el contexto real: su universo imaginario se apropia tanto de códigos gnósticos y alquímicos como de mensajes bíblicos que apuntan “a la dimensión de texto sagrado que es voz y revelación para todo” (279).

      “Cien años de soledad: reescritura bíblica y posibilidades del texto sagrado” (1998) constituye una nueva versión del ensayo anterior, del cual se suprimen la introducción sobre la supervivencia contemporánea del mito y las disquisiciones en torno a la alquimia de Melquíades y José Arcadio Buendía, para concentrarse en las relaciones intertextuales entre Cien años de soledad y la Biblia. En este ensayo, Figueroa postula la presencia en el proceso creativo de Gabriel García Márquez de dos líneas significativas: una universal, fundada en mitos y arquetipos, con sustento en la tradición cristiana, que a su vez se nutre de elementos egipcios, griegos y hebreos. Así, el universo de Macondo se conecta con el Antiguo Testamento y diversos tópicos bíblicos, como el paraíso, el éxodo, el pecado original, la tierra prometida, los ángeles y demonios, el diluvio, el mito del Caín, la pareja primordial, las pestes, la torre de Babel y el apocalipsis. Así mismo, se pueden establecer conexiones entre José Arcadio y Adán, los dos marcados por la sed del conocimiento que conduce al castigo, que en Macondo es la peste del insomnio, paso previo a la enfermedad del olvido.

      Basada en la historia y la cultura colombiana y latinoamericana, aparece la otra línea, la histórica. Adquiere entonces Macondo una doble significación: la de un mundo autónomo, lleno de simbolismos, y la de metáfora de la historia de la América Latina, que cobra especial significación con la instalación de la compañía bananera y su falsa prosperidad, la cual se presenta a través de la introducción de elementos asociados al progreso –el teléfono, el gramófono, el cinematógrafo–, y la injusticia social que genera la huelga y la matanza de tres mil obreros. Sin embargo, de acuerdo con Figueroa, las dos visiones se entrecruzan y dialogan a través de la obra: los hechos históricos se refractan sobre el plano mítico y, a su vez, los sucesos míticos iluminan lo histórico (“Cien años de soledad: reescritura bíblica” 114).

      A diferencia del Nuevo Testamento, que proyecta una salvación, en Cien años de soledad muere toda esperanza. No obstante, Figueroa muestra cómo el discurso de García Márquez en Estocolmo abre las posibilidades de una redención de la soledad, a través del amor y el reconocimiento. Como la Biblia, Cien años de soledad sería una especie de libro de la vida, solo que muy ligado a la existencia del hombre americano.

      Cristo Figueroa aborda El otoño del patriarca en dos artículos, muy similares, aunque con énfasis distintos. El primero, “El otoño del patriarca: incertidumbres, secretos y revelaciones del neobarroco”, capítulo 8 del libro Barroco y neobarroco en la narrativa hispanoamericana: cartografías literarias de la segunda mitad del siglo XX, preocupado por inscribir la novela de García Márquez en la tendencia latinoamericana del neobarroco, constituye un texto un tanto tautológico, en el que prácticamente en siete de los ocho apartados utiliza el adjetivo barroco y neobarroco, como si se tratase de una evidencia irrefutable. El segundo, “El patriarca Zacarías Alvarado y los dictadores del Caribe”, texto de una conferencia en el diplomado Travesías por la Geografía Garciamarqueana, ofrecido por la Universidad Tecnológica de Bolívar, en 2007, puede verse como una reescritura mucho más ordenada del trabajo anterior, cuyo objetivo es profundizar en las relaciones entre la novela y la cultura del Caribe. En otras palabras, si el primero, apoyado en los modelos teóricos de Severo Sarduy y Omar Calabrese, pone en evidencia una cierta tendencia hacia los estudios literarios formalistas, atentos a la función poética del lenguaje y al texto como un discurso relativamente autónomo, el segundo cuestiona una noción exclusivista y aislada del quehacer literario y se abre a los entramados de la cultura y la sociedad en la que surgen los textos y valora las problemáticas sociales, políticas y culturales presentes en estos.

      Tras revisar una abundante bibliografía crítica sobre dictadores y dictaduras hispanoamericanas, Figueroa examina la genealogía de las novelas de dictadores del entorno caribeño; se centra en la fecunda funcionalidad de la estética del neobarroco para profundizar en las relaciones entre ficción e historia, poder y soledad, que culminan en la construcción de una alegoría de la historia hispanoamericana, en la que se condensan las sucesivas dependencias políticas, los imaginarios del poder, el saber oral, las sincronías históricas, el sincretismo lingüístico y cultural y la resistencia a los imperialismos. Se concentra entonces en cinco categorías al servicio de la percepción de la realidad como devenir y cambio, la revelación de significados escondidos –la ruina, la descomposición progresiva y la soledad esencial del poder del patriarca; los estragos y desafueros de la dictadura–, la renovación de los motivos canónicos y la superación de la ideología unitaria que caracterizaba a la novela sobre los dictadores. Tales categorías son: 1) la parodia: de la historia, de la religión y de los discursos oficiales; 2) la carnavalización o conexión directa con el folclor popular del carnaval caribeño, donde se confunden jerarquías, funciones y estamentos en un mundo al revés, en el cual lo excéntrico, la desmesura, lo monstruoso y la profanación se alían en una sátira feroz contra los mecanismos del poder; 3) la incertidumbre como propósito narrativo, resultante del desplazamiento del punto de vista narrativo que busca la inestabilidad de la representación y la ambigüedad significativa, en la que nada se puede creer del todo; 4) la proliferación de hechos, episodios, imágenes, referencias, hipérboles, perífrasis y paralelismos; y 5) la polifonía de voces, estilos y versiones orales que se contradicen con los discursos oficiales no confiables y convierten a la novela en una marea de rumores, dudas y confusiones que contribuyen a la representación –nada maniquea– de la dictadura. Estas categorías, fundamentales para apreciar la singularidad de El otoño del patriarca, en la medida en que permiten una lectura en filigrana de la obra, hacen de este trabajo crítico uno de los más agudos de Cristo Figueroa: sin duda, una insoslayable contribución a la compresión de la novela más compleja de García Márquez.

      Aunque no se trata de un estudio en sí de la obra, sino del prólogo a una tesis de Liliana Giraldo Aristizábal sobre Crónica de una muerte anunciada, este trabajo vale la pena mencionarlo por las enriquecedoras propuestas que sirven de marco para la apreciación de los resultados de la investigación, las cuales constituyen todo un programa para los estudios literarios: la práctica de una crítica literaria que genere nuevos sentidos, revise críticamente presupuestos y paradigmas consagrados, privilegie miradas inter y multidisciplinarias y relea los textos literarios simultáneamente como construcciones culturales, prácticas sociales y opciones estéticas que mediatizan discursos

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