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la historia” (261).

      Pero los resultados de esta investigación son interesantes también por lo que representan en términos de un llamado a los estudiosos de la literatura, para que la investigación y la crítica literaria dirijan sus esfuerzos hacia la generación de nuevos conocimientos que impacten y renueven la historia literaria, de forma tal que –es otra de las propuestas que se destacan– aquella se construya “desde el espacio inestable de las lecturas y no desde periodizaciones estáticas o estrechos marcos generacionales” (Figueroa, “Necesidad y vigencia” 167).10

      En cuanto al propósito cartográfico, que se asume como uno de los objetivos de la lectura con aspiraciones críticas, vale anotar que la cartografía se toma “como modelo de análisis cultural que pone en crisis la legitimidad de los discursos centralizadores, al involucrar en su quehacer las experiencias cambiantes del conocimiento y las permanentes mutaciones de la percepción” (Barroco y neobarroco 20) y, en tanto tal, requiere de la experticia analítica del crítico. Y es en este punto donde nuevamente desempeña un papel importante la teoría literaria, en tanto provee, para seguir con la metáfora geográfica, una ruta metodológica y determina los elementos y aspectos a considerar al momento del análisis.

      Entre las múltiples posibilidades de esa amplia gama de perspectivas y teorías acerca del texto literario, varios elementos se destacan por su recurrencia y funcionalidad en los ensayos críticos de Cristo Rafael. Asuntos como la estructura narrativa, los motivos temáticos dominantes, el autor implicado, la visión del mundo, el lenguaje y las estrategias de enunciación, el contexto histórico-cultural, las conexiones intratextuales e intertextuales, la filiación genérica, la recepción del texto por parte de otros críticos y, por supuesto, el valor y la singularidad estética de la obra son objeto de su atención en cada uno de sus ensayos críticos.

      Esa mirada aguda que se detiene en cada detalle, en la funcionalidad y las resonancias significativas de cada uno de los aspectos antes enumerados, no olvida que cada obra de un autor forma parte de un proyecto creativo más amplio y constituye lo que denomina un universo literario, expresión con la que se quiere dar cuenta de cómo un autor configura un mundo ficcional con sus propias leyes y rasgos distintivos. La tarea del crítico es mostrar y demostrar cómo existe una relación entre las obras de un mismo autor y buscar entonces las conexiones, los puntos en común entre ellas, para establecer así una cartografía que contenga los rasgos de esa propuesta estética en particular. Para el caso de Germán Espinosa, autor cercano a sus afectos y a quien dedica muchos de sus trabajos –referentes obligados para los lectores y estudiosos de este autor–, Figueroa hace notar cómo su obra, desde 1954 hasta el 2007,

      instaura una estética propia soportada en estrategias barrocas capaces de hacer visible lo invisible, en estructuras alegóricas de desatan los poderes reveladores de la memoria […] concibe la escritura novelesca como un espacio desde el cual es posible liberar la imaginación histórica, debilitar la oposición ficción/realidad y exorcizar significantes reprimidos de la conciencia colectiva. (“El legado novelístico” 58)

      En esta suerte de síntesis del legado de Espinosa a la literatura colombiana se destacan, como rasgos comunes de su universo literario, su filiación a una postura estética: el barroco; la inclinación por cierta forma composicional cimentada en la alegoría, y una concepción de la escritura que habla de una visión del mundo por parte de su autor. Estos asuntos pueden pensarse también, por su función y presencia constante, como puntos nucleares de una propuesta de lectura con objetivos críticos, y decir entonces que la contextualización histórica, el examen de la estructura narrativa y, por su mediación, la determinación de la visión del mundo del autor constituyen puntos referenciales de ese mapa que se pretende trazar.

      Cuando se habla de estructura narrativa o del diseño narrativo no se trata de una apuesta por el estructuralismo francés,11 sino del reconocimiento de que toda obra es una composición y, en tanto tal, tiene una particular forma. Se acoge el concepto de forma de Adorno, “aquello que […] al inventarse, se constituye en entidad crítica que posibilita que en el espacio de la obra de arte se confronten ideologías y se relacionen de otra manera hechos históricos […] surge de la manera que el autor tiene de situarse ante el mundo” (Figueroa, “Literatura e historia” 125)12 y, por tanto, es un asunto que trasciende de la técnica narrativa hacia los temas y motivos dominantes de una obra. En esa medida, su determinación hará explícitos tanto las estrategias de las que se sirve un escritor como el valor de ese diseño narrativo, en tanto signo de una visión del mundo. En el caso de Los parientes de Ester, de Luis Fayad, por ejemplo,

      el entramado de diez y seis capítulos conforma sus secuencias ligadas estructuralmente dentro del tejido narrativo, en cuyo centro el autor implícito actúa a través de la voz del narrador [y] genera instancias discursivas donde cobran sentido las dinámicas sociales que ocurren en el seno de la ciudad y las diferentes formas de habitarla, padecerla o conquistarla. (Figueroa, “Representaciones literarias” 103)

      Se revela, entonces, cómo “la disposición de la materia narrativa revela en sí misma un significado” (Figueroa, “El vuelo” 246); cómo esta, además de una función semántica, también constituye un rasgo de estilo que señala hacia el autor implicado y su visión del mundo.

      Así, bien puede afirmarse ahora que la lectura con propósitos críticos, que se practica y por la que se aboga, se inscribe en una perspectiva cultural, amplia y plural, acorde con los desplazamientos y descentramientos de las nociones de cultura y literatura que se observan en lo que va del siglo XXI, según los cuales, para el caso específico del texto literario, este es “un espacio donde se producen y cruzan significados inestables, se inscriben ideologías, se representa el inconsciente colectivo o se alegoriza un sujeto provisorio y múltiple. Se tiene claro que el texto se construye con sus lectores y es, por tanto, móvil” (Figueroa, “Necesidad y vigencia” 167; “La enseñanza de la crítica” 12).

      La naturaleza compleja, inestable y, sobre todo, sociocultural de la literatura resalta en esta concepción, que pone en jaque el carácter autónomo de la literatura,13 que, como bien se observa en los ensayos críticos de Cristo Rafael, resulta insostenible en el momento actual.

      Como cierre a esta suerte de biografía intelectual, no puede dejarse de lado un término, lectura en filigrana, que parece condensar, en un juego metafórico y sincrético, el quehacer de Cristo Rafael como analista-crítico. Con esta expresión, que acuña Severo Sarduy y que Cristo Rafael acoge en sus estudios sobre el barroco y el neobarroco hispanoamericano, se define el trabajo sobre el lenguaje que caracteriza este movimiento. En el entramado discursivo del texto barroco se conectan, a manera de una red, diferentes textos y voces, de tal suerte que este reclama una “lectura en filigrana, en la que, subyacente al texto se esconde otro texto, que aquel revela, descubre o deja descifrar” (Figueroa, “Barroco criollo” 87; Barroco y neobarroco 100). Más allá de las resonancias estéticas, la expresión implica una concepción de la obra literaria como tejido en el que se hilan finamente significaciones, situaciones culturales que no se expresan directamente, a resultas de lo cual en todo texto hay un segundo texto que se oculta, se cifra en el primero. Corresponde al lector, al investigador y al crítico literario dar cuenta de él.

      Decir que se señala así la necesidad de llevar a cabo un proceso de comprensión e interpretación del texto que trascienda su literalidad es ya un lugar común que no dice nada acerca de Cristo Rafael, de esa mirada minuciosa y apasionada del lector, del trabajo analítico y riguroso del crítico, del compromiso vital del docente y la inquietud del investigador y, en fin, de la manera como en sus clases, ensayos e investigaciones se correlacionan disciplinas, se convocan las voces de otros críticos, se entrecruzan modelos de análisis de los estudios literarios y los estudios culturales, se teje y desteje el texto para dar cuenta de su proyección significativa. Su quehacer analítico-crítico es también una red de conexiones que honra la naturaleza plural y compleja de la literatura y le otorga tanto a la obra literaria como al papel del estudioso de la literatura el lugar que les corresponde en el circuito cultural.

      Para

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