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con el planteamiento filosófico

      A la experiencia religiosa, Dios se le presenta también como absoluto, pero no como una realidad o ser absoluto considerado en sí y separadamente, como en la filosofía, sino como Sujeto de valor absoluto para el que lo experimenta. Si en la consideración filosófica el pensante está destacado (=separado) de su objeto por obligación científica, al hombre religioso, en cambio, Dios se le aparece radicalmente ligado a él. Por esto, en las expresiones religiosas a Dios se le habla “… clamaban al Señor y él les respondía; …” (Sal 99,6b) y Dios responde, e.d., dialoga con ellos: “desde la columna de nube conversaba con ellos” (Sal 99,7).

      En la terminología marceliana, en la filosofía Dios es un “problema”, y en la experiencia religiosa, es un “misterio” porque el hombre religioso no está separado del objeto de su experiencia sino ligado a él. La experiencia religiosa es esencial e inevitablemente relacional. La relación más radical es la calidad de creatura porque Dios sostiene a su creatura en el ser y le da la posibilidad de actuar23. Lo que aparece en primer plano en la experiencia religiosa es que Dios es un dialogante que se comunica con el hombre que es también sujeto, pero un sujeto menor frente a uno mayor.

      El ámbito de este descubrimiento de Dios como sujeto es el plano vivencial, no el reflexivo-separado y especulativo de la filosofía. En las expresiones religiosas, el hombre se dirige a Dios como al salvador, porque está necesitado: “Tiende tu oído, Señor, respóndeme que soy desventurado y pobre, guarda mi vida porque te amo, salva a tu siervo que confía en ti” (Sal 86,1-2). Este pasaje contiene los elementos propios de la experiencia religiosa de Dios: es salvador a quien se le habla porque es sujeto, se le pide porque se está en necesidad y se confía en El. Todo sucede en el ámbito vital, parte de la necesidad que el hombre sufre y de la cual no puede salvarse a sí mismo, le habla porque experimenta a Dios como Sujeto y espera de Él una respuesta, la materia de la que se trata es absolutamente esencial, es la vida misma24.

      Dios es objeto de una experiencia más global que en la filosofía, porque incluye, además del pensamiento, las emociones (ej., el amor a Dios y de Dios), la comunicación dramática con Dios (el culto), y afecta al comportamiento de la persona (la ética); por fin, es societario porque el hombre religioso pertenece a una comunidad religiosa, no hay religión de un solo fiel.

      Dios se le presenta al hombre religioso como el gran agente de bien, el que realiza lo más importante, lo que en la terminología religiosa se llama salvación. La relación entre Dios y salvación es tan íntima y necesaria en la visión religiosa que un dios no salvador no se entiende, y en el planteamiento filosófico no es el aspecto salvador de Dios el que se mira. Al hombre religioso Dios se le aparece realizando lo que el hombre no puede hacer para sí mismo, salvarse, cuando se encuentra en una situación de perdición. Y lo que lo puede salvar es el mayor valor o bien. Aunque desde el punto de vista filosófico lo absoluto es valioso porque supera a lo relativo en cuanto calidad de ser, el valor salvífico es experimentado —religiosamente— de otro modo, no como valor en sí (eso es conclusión y posterior), sino como valor para mí en cuanto me rescata.

      El valor que es Dios se le presenta en su trascendencia (permanencia), e.d., siempre presente en distintos tiempo y lugares, y siempre válido por sobre las circunstancias del mundo que es cambiante. Por ejemplo, en un contexto en que cada pueblo tiene su dios y cada tierra es tierra de un dios, los hebreos experimentan que el suyo fue eficaz, e.d., salvador, en distintos lugares, en Egipto, en el desierto y en la tierra. Trasciende, por lo tanto, los lugares y los tiempos.

      La trascendencia no es su única característica, Dios se le aparece también como inmanente a toda la realidad mundana (aquella que no es Dios) y como lo más íntimo a toda ella. Dios, siendo radicalmente distinto a lo mundando, le está dando a este ámbito su consistencia propia, para que que sea lo que es, y por eso la sostiene radicalmente (le da el fundamento que no tiene en sí). Se suele insistir, desequilibradamente, en la trascendencia de Dios respecto al mundo casi como único atributo de Dios y se silencia al mismo tiempo su inmanencia a todo lo mundano. Una adecuada comprensión teológica del concepto “creación” evita esta unilateralidad.

      Dios se le presenta al hombre religioso entonces como omniabarcante (o totalizante) en cuanto afecta a todo lo mundano. Da ser y valor a todo lo que no es Dios. Desde su experiencia, un hombre religioso ve que no hay nada independiente de Dios, aunque todo sea distinto de él. Dios no se confunde con el mundo, pero está siempre presente a él. Nada es independiente de Dios25 y todo es teónomo26. El motivo de esta omnipresencia de Dios es su transcendencia y su inmanencia respecto a toda la realidad. Por esta razón, Dios no es vivenciado por el hombre religioso como acotado sino como presente en toda su vida y no solo en el acto formal de culto, en el espacio sagrado (el templo) o en el tiempo sagrado (la fiesta), sino también en el modo de tratar lo profano (lo no Dios). Dios no es experimentado como una realidad sectorial —como lo son las realidades mundanas, las unas respecto a las otras—, sino como totalizante. Por esto, al verdadero hombre religioso se lo reconoce más en lo no formalmente religioso que en lo formalmente religioso. Se lo reconoce en el modo como usa del mundo y en el modo como trata a los demás hombres, más que en sus expresiones formalmente religiosas, e.d., en el culto.

      La experiencia ya esbozada se puede sintetizar diciendo que al hombre religioso Dios se le aparece como sujeto supremamente valioso. Si el planteamiento religioso de la cuestión de Dios es la experiencia de un sujeto máximamente valioso, debemos por lo tanto explicar los conceptos “sujeto” y “valor” que son los dos conceptos claves para entender el planteamiento religioso.

       Definición de conceptos

      Sujeto se opone, lógicamente, a objeto. Sujeto es el que responde a otro, es aquel con quien se dialoga. El objeto, que está ahí delante, de obiectum = lo que yace delante, no responde, solo está y no sabe que está. El objeto está expuesto al sujeto, pero no sabe que lo está. El sujeto, en cambio, sabe si está ante un objeto o ante otro sujeto.

      En las religiones no teístas, no se concibe a Dios como sujeto y por eso no tienen culto. Lo que aquí se dice vale solamente de las religiones teístas.

      El sujeto tiene una interioridad que él puede revelar o velar a su arbitrio. Esa interioridad está oculta detrás de lo que se ve, de su apariencia. El sujeto determina si quiere manifestarla o no. Al objeto —en cambio— le es arrancado su secreto sin que lo sepa y sin que lo pueda evitar.

      El sujeto es dialogal. Le descubre a otro sujeto su interioridad en la comunicación y le pregunta a otro; esto no lo hace el objeto, que es mudo. El hombre religioso le pregunta a Dios y espera de él una respuesta. El filósofo, en cambio, medita frente al mundo y se pregunta a sí mismo por lo absoluto o lo incondicionado ante la realidad condicionada. El religioso no está solo frente al mundo, sino acompañado por Dios. En el ejercicio filosófico el hombre está luchando con el ser al que debe poner al descubierto.

      Es preferible en este caso, en mi opinión, refiriéndonos a Dios decir “sujeto” que “persona” porque se evita la dificultad de explicar en qué sentido Dios es persona ya que no puede serlo en el mismo sentido que un hombre, pues no puede tener las limitaciones de este. El concepto persona tiene hoy una connotación fuertemente psicológica, no fue siempre así. Siempre ha tenido el contenido de agente (el que ejecuta). Dios no puede tener nuestra psicología de existentes limitados, aunque debe tener en grado supremo todo lo valioso que hay en los hombres, por lo cual superamos al resto de las creaturas. El término “sujeto” salva tanto la interioridad como el carácter de agente que tiene el concepto persona y no tiene el inconveniente psicológico ya mencionado.

      Valor es una cualidad que poseen algunas realidades llamadas por eso “bienes” y que son, en consecuencia, apreciadas. Bien es otro nombre de valor27. El valor es distinto del ser. Para tener valor algo debe ser, pero siendo el ser estable, el valor puede cambiar y ahí se muestra que no es lo mismo que el ser. El valor puede aumentar o diminuir permaneciendo el ser. El valor económico sube si hay escasez.

      La noción “valor” es esencialmente relativa porque solo puede establecerse por comparación (e.d., en relación) con otra realidad, e.d.,

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