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No como la mayoría, atraído por las victorias de las guerras napoleónicas de principios de siglo, sino subyugado por las increíbles aventuras de los viajes exploratorios del capitán James Cook. Soñé toda mi juventud con llegar a estar al mando de un barco, explorando tierras desconocidas. Realicé tres viajes en el bergantín Beagle, en el tercero llegué a ser el capitán a cargo del barco y estuve seis años explorando las costas de Australia; mi sueño se había convertido en realidad.

      Sin embargo debo decirle que la responsabilidad de estar a cargo de algo más de ochenta personas en tierras plagadas de peligros es absolutamente abrumadora. El propio Cook murió en manos de aborígenes en su último viaje, lo que marca la pauta de que la seguridad debe estar por encima de los objetivos planteados para una expedición.

      Cada vez que el barco y su tripulación estaban en una situación difícil y se requería de mí, su capitán, una decisión eficaz, sentía una gran soledad por la responsabilidad indelegable que da el mando y como consecuencia de ello, el temor a fallar y llevar a la desgracia a todos aquellos que dependían de mí. En esos momentos yo acudía a un pequeño ardid que me hacía sentir que tenía con quién consultar. Hacía de cuenta que a mi lado se encontraba Robert Fitz Roy y que él me decía qué era lo que hubiera hecho en esa situación.

      Fitz Roy fue para mí el ejemplo de un capitán preparado para enfrentar situaciones difíciles, al que la tripulación tenía una confianza ciega y cuyo liderazgo era indiscutido. De él aprendí todo lo que me sirvió para llevar adelante las duras tareas exploratorias que me encomendó el Almirantazgo.

      Fitz Roy era un hombre llamado a alcanzar grandes logros, cosa que sin duda hizo. Pero el destino lo hizo asumir un papel de guardián que le valió un repudio de la sociedad, especialmente la científica, por lo que se le negó el reconocimiento que mereció.

      El papel de guardián al que me refiero tiene que ver con su actitud hacia los resultados científicos, consecuencia del famoso segundo viaje del Beagle. Lo curioso es que Fitz Roy ayudó, con su inteligencia y mente científica, a elaborar la teoría que luego lo pondría en ridículo y lo llevaría a la tragedia. Sin embargo él supo asumir ese rol y lo mantuvo aun sabiendo que su reputación se hacía añicos y con ella se extinguía cualquier posibilidad de lograr los objetivos que él se había planteado para su vida.

      Por otro lado Charles Darwin fue, y es, otra de las grandes personalidades que me tocó conocer y admirar si bien en los últimos años nos hemos visto poco como producto de la depresión en que se sumió luego de la muerte de nuestro capitán.

      A ambos, Fitz Roy y Darwin, los inmortalicé nombrando un importante río para el primero y una bahía para el segundo, en mi viaje de descubrimientos en Australia.

      ¿Cuándo empezó la historia que le voy a contar? Es difícil decirlo. A Fitz Roy lo conocí cuando asumió, a los veintitrés años, el mando del Beagle como consecuencia de la muerte por suicidio de su capitán Pringle Stokes (quién a pesar de tener mi mismo apellido no tenía ningún parentesco conmigo). Pringle Stokes no soportó la responsabilidad a la que hice mención anteriormente y se pegó un tiro cuando se dio cuenta de que, como consecuencia de sus propios errores en los relevamientos, él y toda la tripulación pasarían un año más de sus vidas en los angustiantes canales de Tierra del Fuego.

      Fitz Roy asumió el mando con decisión y llevó a cabo la misión que se le encomendó: completar el primer viaje del Beagle. A su vuelta en Inglaterra, empezó a planear el segundo viaje, del que participaría Darwin.

      Quizás por eso me inclino a pensar que todo empezó en Plymouth cuando preparábamos el Beagle para el segundo viaje, el que daría la vuelta al mundo.

      Era una horrenda tarde de otoño, cuando el clima inglés saca a relucir sus peores aspectos, bruma, frío, viento y una interminable llovizna. El capitán Fitz Roy subió al barco acompañado por un tímido joven de cabello castaño claro…

      —¡Stokes! —bramó el capitán— Stokes, venga que le quiero presentar a alguien.

      El joven John Stokes se acercó y le echó un vistazo poco amistoso al acompañante del capitán. Tantos años en el mar lo habían hecho sentirse incómodo y hasta desconfiado de la “gente de tierra”, como decían a bordo. El joven acompañante parecía ser dos o tres años mayor que él, que en ese momento tenía diecinueve años.

      —Le presento a Charles Darwin, quien será el naturalista que llevaremos a bordo en nuestro viaje. El Sr. Darwin compartirá con usted la sala de mapeo. Mientras usted hace mapas Darwin disecará animales o usará su microscopio o realizará grandes descubrimientos. —Esto último dicho en un tono casi gracioso.

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      Croquis del H.M.S. Beagle, en corte.

      Stokes le dio la mano a Darwin de una manera no muy simpática razón por la cual el capitán, conocedor de su gente agregó:

      —El Sr. Darwin es del condado de Shropshire, vecino de su Gales natal, Sr. Stokes. Incluso acaba de hacer un viaje de geología por las montañas galesas, así que estoy seguro que tendrán mucho de qué hablar.

      —¡Claro que sí! —Ahora la cara de Stokes había cambiado y sacudía la mano de Darwin con mucho entusiasmo— Claro que en nuestro viaje ambos extrañaremos las montañas de Gales ya que en el mar no hay montañas para escalar.

      —Detrás de cada puerto hay montañas que podremos subir —dijo Darwin con espontaneidad— Aquí mismo en Plymouth podremos subir el monte Edgecombe, si a usted le parece.

      —Cuente conmigo. —Se acababa de sellar una amistad entre Stokes y Darwin que duraría más de cincuenta años.

      —Sr. Stokes, le pido que mientras yo superviso la carga usted le muestre al Sr. Darwin el barco y sus aposentos —y a Darwin le dijo— Nos vemos a la noche para comer en tierra. Lo llevaré a un lugar donde cocinan el cordero de una manera única. Nos vemos caballeros— y se alejó hacia el puente de mando.

      Stokes lo llevó a Darwin en una visita “guiada” por el Beagle. Le mostró la sala de mapeo donde no sólo compartirían las horas de trabajo sino que también dormirían en hamacas colgadas del techo. Darwin se espantó por el poco espacio disponible pero le aseguraron que con el correr del tiempo se acostumbraría.

      Mientras recorría cada recoveco del navío, Stokes le contaba datos de su historia. El Beagle era el barco número 41 de la clase Cherokee, de la cual se habían construido más de cien. A esta clase también se los conocía con el nombre de “coffin brigs” o “bergantines ataúd” ya que veintiséis de estos se habían hundido en mar abierto. Sin embargo el Beagle había recibido una serie de modificaciones que lo habían mejorado enormemente, siendo más rápido y seguro que los demás, como lo demostraba el exitoso viaje de cuatro años explorando los canales en torno al Estrecho de Magallanes. Stokes había participado de ese viaje y Fitz Roy había sido el capitán en el último tramo del viaje.

      Stokes casi recitó otros datos del barco: botado en junio de 1818, desplazamiento de 242 toneladas y una eslora de 90 pies. A la tripulación se le sumarían algunos extra-numerarios entre los que se contaban el propio Darwin, los tres indios fueguinos y el sacerdote que intentaría fundar una colonia cristianizadora en el sur de Tierra del Fuego, es decir cercano al fin del mundo.

      —Sr. Stokes, ¿Me podría explicar cómo llegaron estos aborígenes a Inglaterra y cuál es el plan respecto de ellos?

      —No se mucho respecto del plan, quizás debiera conversarlo con el capitán. Lo que le puedo decir es como llegaron aquí. En Tierra del Fuego un grupo del Beagle bajó a una isla a efectuar mediciones de coordenadas. Allí unos indios aprovecharon un descuido y se llevaron el bote ballenero. El capitán salió en su persecución y pudimos apresar a un pequeño grupo que tenía los remos. El capitán decidió liberar a los mayores para que trajeran el bote y retener a los menores como “garantía”. Los mayores no volvieron nunca. Seguimos buscando el bote y retuvimos a un mayor, al que llamamos York Minster. Finalmente nunca recuperamos el bote pero nos encontramos

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