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de años a partir de otros animales hoy extintos. El mundo tembló ante esta teoría y dividió a la sociedad entre aquellos que sostenían la teoría bíblica sobre la creación, los “creacionistas”, y los que sostenían la teoría de Darwin, conocidos como “evolucionistas” o “darwinianos”. Cuántos amigos de toda la vida se pelearon a muerte en charlas inicialmente amistosas en los clubes de la más alta sociedad, no sólo de Londres sino de las principales ciudades del mundo ¡incluyendo a Buenos Aires!

      La revolución que su teoría causó en la sociedad inglesa no amilanó a Darwin, quien unos años después asestó un golpe aún más duro sobre la Biblia. Escribió un libro en el que directamente decía que, ya no los animales, sino el Hombre era producto de la evolución y que provenía de animales inferiores, tales como los simios. No había lugar para Adán y Eva en el mundo de Darwin.

      Más allá de la evolución de los animales Darwin, como geólogo, explicaba que tampoco el relieve del mundo era estático sino que se venía modificando a través de los milenios y que aún hoy se continuaba modificando. La manera en que una zona se modificaba era fundamental para que un geólogo, como Moreno, pudiera comprender cuáles eran las fuerzas y la dirección del cambio en un lugar.

      Moreno no podía dejar de pensar que había un cierto paralelismo entre Darwin y él. “Tenía casi mi edad cuando le ofrecieron participar del viaje más fantástico que podría haber imaginado.” De repente las palabras, nada amistosas, del conductor de un carruaje que tuvo que hacer una maniobra para evitar atropellarlo, sobresaltaron a Moreno y le hicieron darse cuenta de que ya estaba llegando a la casa de John Coghlan. La casa en cuestión no era ostentosa pero sin duda mostraba que Coghlan no tenía ningún problema de dinero. Golpeó la puerta. Lo atendió una muchacha de la servidumbre que lo guió hasta una sala en penumbras. Le dijo algo en susurros que Moreno no logró comprender pero supuso que significaba que debía esperar allí, que el dueño de casa lo atendería.

      Mientras esperaba se interesó en algunos de la infinidad de huesos y fósiles que se exhibían. Al acercarse para verlos mejor notó en la pared el retrato de Darwin que Elizalde le había comentado. Tenía una dedicatoria escrita de puño y letra: “To my dear friend John Coghlan, whose valuable effort supporting my work deserves more than just this remembrance. Charles Darwin”.

      Una voz ronca de atrás le dijo: —“A mi estimado amigo…”

      Moreno lo interrumpió. —John Coghlan, cuyo valioso esfuerzo apoyando mi trabajo merece más que sólo este recuerdo. Hablo y leo inglés, señor…

      —Coghlan, John Coghlan. Por favor tome asiento. Ambos hombres se dieron la mano y se sentaron —¿Cómo aprendió inglés? No es común eso por estas tierras —dijo con un cargado acento británico.

      —Me lo enseñó mi madre, que era de familia irlandesa. Thwaite de apellido.

      —Escuché varios casos como el de su abuelo. Los irlandeses se sentían muy bien aquí no sólo porque las chicas de sociedad les prestaban mucha atención sino también porque al ser católicos buscaban escapar de la presión anglicana y poder ejercer su religión libremente. Varios optaron por venir a Buenos Aires cuando tuvieron la oportunidad. Sabrá usted cómo es la relación entre los irlandeses y los ingleses, mi amigo Moreno. —Francisco puso cara de que esperaba que él se la explicara—. Pues bien ellos son como un hermano mayor que nos maltrata. En casa vivimos peleando pero cuando estamos lejos de nuestra tierra vemos que tenemos bastante en común; yo tengo infinidad de amigos ingleses. De cualquier manera los irlandeses pensamos que ya somos grandes y deberíamos tener nuestra propia casa, es decir separarnos del Imperio Británico, pero nuestro hermano mayor se niega a dejarnos ser libres.

      Coghlan era un hombre corpulento que aparentaba tener algo más de cincuenta años. Su escaso pelo, bastante canoso, parecía que alguna vez había sido pelirrojo. La piel rojiza de su cara dejaba ver pequeñas venas que la surcaban, algo muy común entre los habitantes de las islas británicas.

      —Bueno, amigo Moreno, veo que su aspecto no lo delata como irlandés pero, por lo que supe de sus viajes, la sangre celta sigue viva en usted ya que ha demostrado ser bastante testarudo para lograr sus objetivos, ¿no es así?

      El joven sonrió interpretando que le decía un cumplido.

      —Me imagino que si usted está aquí es que estuvo reunido con el doctor Elizalde y ha aceptado su propuesta, ¿verdad?

      —Así es. Debo decir que además de sentirme halagado por la oportunidad de servir al país, haciendo algo que me fascina, también estoy sorprendido por un plan muy detallado para proteger nuestra Patagonia. El doctor Elizalde me contó sobre su relación con Darwin y que incluso ya le había escrito una carta para interesarlo en esta expedición. ¿No hubo aún ninguna respuesta a esa carta?

      —Lamentablemente sí la hubo y no fue la mejor. Ayer por la mañana entró a puerto el barco inglés Arrow y por la tarde se distribuyó la correspondencia. En su carta Darwin me dice que, debido a que pasaron más de cuarenta años, es muy poco lo que se acuerda de su viaje por el río Santa Cruz. Que estuvo releyendo sus cuadernos de apuntes y hay escasa información en ellos que nos pueda ser útil. En definitiva no parece tener mucho interés.

      De repente a Moreno le pareció que el plan se desplomaba como un castillo de naipes. Toda la idea de involucrar a una importante figura inglesa se desmoronaba en el primer paso.

      —Qué raro, pensé que usted le ofrecía mandarle fósiles que pudiera encontrar en la expedición —dijo Moreno con una voz que no podía ocultar su decepción.

      —Eso hice. Pero en su respuesta me cuenta que el suelo del valle y sus paredes están compuestos fundamentalmente de piedra basáltica y material aluvional, ninguno de los dos alberga fósiles. Y también me menciona que, a la altura que se encuentra de su trabajo, sólo le interesan esqueletos completos, no piezas aisladas, y no cree que una expedición pudiera cargar con este material.

      —¿Entonces no hay nada por hacer? ¿El plan de involucrar un inglés está perdido?

      —Bueno… no es exactamente así, —dijo Coghlan— en su carta Darwin me dice que lo que él cree que sería muy útil para la expedición argentina es la información geográfica y geodésica que levantó la expedición del Beagle. Que esa información estaba en poder de Fitz Roy pero dado que él murió hace unos años nos pondrá en contacto con su asistente cartográfico, John Lort Stokes.

      —Un contacto de tercera categoría no es lo que precisamos, señor Coghlan —dijo Moreno con el ánimo visiblemente caído.

      Coghlan se levantó, caminó hacia su biblioteca, buscó durante unos segundos y extrajo un libro que le entregó a Moreno. Este lo tomó y sin mucho interés leyó el título:

      “Discoveries in Australia; with an Account of the Coasts and Rivers Explored and Surveyed During the Voyage of H.M.S. Beagle, in the Years 1837-38-39-40-41-42-43. By Command of the Lords Commissioners of the Admiralty.”

      “Descubrimientos en Australia; con un recuento de las costas y ríos explorados y examinados durante el viaje del buque H.M.S. Beagle, en los años 1837-38-39-40-41-42-43. Por orden del Comando de los Lores Comisionados del Almirantazgo Inglés”

      Moreno lo miró a Coghlan como diciendo: “¿Qué es esto?” —Fíjese el autor —le dijo Coghlan a Moreno que volvió sus ojos al libro.

      Author: John Lort Stokes

      —Stokes, —dijo Coghlan— el vicealmirante John Lort Stokes, es una de las personas más importantes del Almirantazgo inglés. Es admirado como uno de los exploradores vivos más experimentados de Gran Bretaña. Fue capitán del Beagle en su tercer viaje exploratorio en las costas de Australia y Nueva Zelanda. Es algo así como un mito viviente. Él es nuestra persona. A él tenemos que escribirle e interesarlo en el tema.

      Lo miró a Moreno, quien tenía cara de que no sabía cómo hacer eso. Coghlan agregó orgulloso —Por suerte mi amigo Darwin ya hizo parte de ese trabajo para nosotros. Me mandó una copia de la carta que él mismo le escribió a Stokes, explicándole el objetivo científico y exploratorio

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