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del monolito. Este, como muchos otros que habían hecho antes, se construía cavando un pozo de unos cuatro pies de profundidad, allí se ponía una placa cerámica que atestiguaba que había sido construido por personal del Beagle en 1832. Por encima de esta se colocaban piedras pequeñas y luego se apilaban otras progresivamente más grandes. Cuando se llegaba al nivel del suelo se usaban las piedras planas más grandes que se encontraran, se apilaban hasta una altura mínima de seis pies.

      Una de las piedras planas que los marineros habían separado para la construcción enseguida llamó la atención de Darwin. No era exactamente una piedra sino más bien sedimentos que se habían endurecido al secarse mucho tiempo atrás. Lo llamativo era que en una de las caras de la laja se veía claramente una pisada de ñandú. Les preguntó a los marineros donde lo habían encontrado y le dijeron que en ciertos lugares de la playa debajo de la arena había como una placa muy dura que ellos habían roto con sus martillos para obtener las piedras del monolito.

      —Capitán, si no es molestia me iré caminando por la playa para examinar estas placas que parecen tener huellas de animales.

      —No hay problema, pero no vaya solo. Esta es zona de indios. ¡Sr. King! —gritó Fitz Roy— por favor acompañe al Sr. Darwin, quizás tenga suerte y presencie un gran descubrimiento. Vayan armados.

      —¿Cuánto tiempo calcula usted que les demandará el monolito, capitán?

      —Nos apuraremos al máximo porque parece avecinarse mal tiempo, pero de cualquier manera debemos esperar al mediodía para que el Sr. Stokes pueda efectuar el cálculo de la latitud, así que tienen unas cuatro horas.

      Darwin y el joven King se fueron caminando por la playa. Cada tanto se detenían y removían la arena hasta llegar al nivel de la placa. En casi todos los casos encontraban huellas de animales, generalmente guanacos, ñandúes, pumas y varios tipos distintos de pájaros.

      —Qué extraño. —dijo Darwin

      —¿Qué hay de extraño? Son todos animales muy comunes en esta zona.

      —Sí, pero no son animales que habitualmente vivan en la playa. Por otro lado, en la placa no veo restos de ningún animal de playa, como por ejemplo incrustaciones de caracoles, ostras o mejillones. Nada de esto me llamaría la atención si lo hubiéramos encontrado tierra adentro, pero aquí en la playa… esto es rarísimo.

      —¿Y cómo lo explica, Sr. Darwin?

      —Creo que cuando estas huellas se formaron este lugar no estaba al borde del mar. Quizás en esa época el mar estaba a varias millas de aquí. Eso quiere decir o bien que el mar subió o que esta tierra bajó. Hasta me arriesgaría a decir que estaba muy lejos del mar y que esta placa era el fondo de una laguna de agua dulce de muy poca profundidad. Vemos muchas huellas porque los animales venían a tomar agua y el fondo de la laguna era barroso, quedaban marcados sus pies. Algún día se secó, se endureció y se convirtió en la tosca que ahora vemos. Pero desde entonces el mar avanzó y las olas fueron erosionando la costa dejando esta placa a la vista en algunas partes.

      King estaba impresionado por la cantidad de conjeturas que Darwin podía hacer de la observación de un trozo de piedra a la que cualquier otra persona no le hubiera dedicado una segunda mirada.

      El viento comenzaba a soplar más fuerte y el cielo se estaba cubriendo de nubes. De cualquier manera todavía faltaban más de dos horas para el mediodía así que todavía había tiempo. Siguieron caminando y desenterraron otro pedazo de placa, pero este tenía algo que llamó la atención de los dos. ¡Lo que tenían frente a sus ojos era increíble! Ambos se pusieron a desenterrar un área más grande de la placa y lo que vieron les confirmó un hallazgo fenomenal.

      Se trataba de varias huellas de pies tres o cuatro veces más grandes que los de un humano. A juzgar por la impresión que había dejado en el fondo de aquella laguna, cada pie parecía tener un dedo muy grande en cuya punta debía haber una uña curva y poderosa. Por la secuencia de las huellas no cabía duda de que se trataba de un animal que caminaba sobre dos patas pero su tamaño debía ser muchísimo más grande que el de un humano. King se llevó la mano a la cintura y lo tranquilizó cerciorarse de que tenía su pistola.

      —Sr. Darwin ¿Qué es esto?

      —No lo sé. Estoy tan perdido como usted. Jamás había visto nada parecido.

      Soplaba un fuerte viento del sudeste. Darwin y King volvieron rápidamente al lugar donde había quedado el grupo principal y descubrieron que en la costa había sólo dos botes. Stokes les explicó que como habían empeorado tanto las condiciones el capitán temía que no se pudiera volver al Beagle, que había quedado sin gran parte del grupo de oficiales. Decidió retornar al barco ya que parecía que la tormenta demandaría su presencia en el mando. No volvería todo el grupo porque, como aún faltaba para el mediodía no habían podido efectuar las mediciones de coordenadas.

      Cuando partieron los dos botes apenas pudieron pasar la rompiente por lo bravo que estaba el mar. Al mediodía ya era imposible regresar al Beagle. Stokes, como oficial de mayor rango decidió que racionarían la comida puesto que no sabían cuándo podrían volver al barco. Una hora después se desencadenó una lluvia torrencial acompañada de rayos y viento en ráfagas. La temperatura bajó rápidamente.

      Lograron alejar los botes de la playa para que no se los llevaran las olas. Acostándolos y usando las velas lograron hacer un refugio que, sin embargo, no evitó que se mojaran. Llegó la noche y la lluvia no los dejó hacer fuego. Comieron lo que quedaba de comida.

      —No sé si el Beagle podrá permanecer anclado con este viento. —dijo Stokes— Quizás el capitán opte por llevarlo aguas adentro.

      —¿Y cuál sería la ventaja? —preguntó Darwin.

      —Con un viento como éste el barco le está exigiendo un gran esfuerzo al ancla. Esta puede zafarse, con lo que el barco quedaría a la deriva con peligro de encallar en la playa antes de que se lo pueda manejar; o peor aún, se podría romper la cadena con lo que además se perdería el ancla.

      —¿Cuántas anclas lleva el Beagle?

      —Llevamos tres, las precisaremos cuando lleguemos a Tierra del Fuego, allí nuestras vidas pueden depender de un buen ancla. Y en esta zona, Sr. Darwin, un buen ancla no se consigue.

      —¿Y entonces por qué se queda el Beagle anclado aquí?

      —Para protegernos a nosotros. Seguramente mañana tampoco podremos abordar el barco y podríamos estar a la merced de un ataque de indios. En ese caso el Beagle podría defendernos con sus cañones.

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