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sobre Fitz Roy y habló con mi tío, otro hombre sabio, y se convenció de que era una oportunidad única. Se imaginó que a la vuelta yo podría, como naturalista, ser profesor universitario en Cambridge y que quizás esa era mi verdadera vocación. En resumen él creyó que yo no había recibido el “llamado divino” pero sí el “llamado de la naturaleza”.

      —¡Ja, ja!, en Gales le decimos “llamado de la naturaleza” a otra cosa.

      —Me imagino, —dijo Darwin tratando de ahogar la risa— también en Shropshire le decimos así cuando alguien se ve obligado a atender de manera rápida sus necesidades.

      Los dos muchachos se estuvieron riendo un buen rato y luego otra vez quedaron en silencio. Tras unos minutos Darwin le preguntó:

      —Y tú, John, ¿cómo es que llegaste aquí?

      —Yo me uní a la Marina cuando tenía catorce años. En mi casa había leído de muy joven los relatos de los viajes de Cook por las lejanas tierras del Pacífico. Lloré cuando leí la parte en que lo matan los aborígenes de Hawai. Me costó, pero conseguí convencer a mi madre, que finalmente me dejó ir a la escuela de cadetes. Al poco tiempo ya estaba viajando a los confines del mundo. Para mí era, y sigue siendo, cumplir con el sueño de mi vida. Mi gran aspiración sería estar al mando de una expedición exploradora por Australia. No creo que nunca tenga la oportunidad.

      —¿Por qué no? Estás ganando experiencia y el capitán parece tener gran confianza en ti. De a poco irás ascendiendo peldaños; estás en el camino correcto.

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      Darwin en 1840. Acuarela de George Richmond.

      De repente notaron que el resto de la tripulación estaba tensa. “Viene el capitán” les dijeron. Y efectivamente apareció Fitz Roy luciendo su mejor uniforme.

      —¿Qué pasa que están todos sin hacer nada? ¿Son un grupo de holgazanes de vacaciones? —obviamente no estaba de muy buen humor— ¡Wickham!

      Enseguida apareció el segundo oficial de la nave.

      —Diga Señor

      —Suba inmediatamente las banderas de salutación para que las vean desde el puerto. ¡Sullivan! Prepare ahora uno de los botes, iremos a la costa para tramitar la autorización de desembarque.

      Muy cerca estaba Jemmy, uno de los fueguinos, que dijo:

      —Japitán, no hacer falta. Ya españoles poniendo ellos bote en el agua. Jemmy era el más listo de los fueguinos, en muy poco tiempo había aprendido a hablar inglés razonablemente bien pero con un cargado acento. Lo extraño es que al mismo tiempo había olvidado su idioma natal. Con los otros fueguinos, York y Fuegia, se comunicaba en inglés. —Jemmy, no veo que esté viniendo nadie.

      Fitz Roy usaba con Jemmy un tono paternal como el que no usaba con nadie más de la tripulación. Jemmy era su preferido y estaba orgulloso de él.

      —Jemmy está correcto. Japitán crea a Jemmy. Jemmy lo ve. Use su ojo de metal para ver la razón.

      —A veces Jemmy me olvido que ustedes tienen una vista muy superior a la nuestra. Seguramente estás en lo correcto. Stokes, présteme su catalejo.

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      Robert Fitz Roy, por Philip Gidley King.

      Fitz Roy miró hacia la costa con el catalejo y una sonrisa se le dibujó en los labios.

      —¡Sullivan! Cancele la preparación del bote, ellos están viniendo a nosotros.

      Le dio una palmada en la espalda a Jemmy y se fue a proa, su humor ya había mejorado. Jemmy, contento, miró a su alrededor y encontrando la mirada amistosa de Darwin le dijo: “El Japitán es hombre bueno”

      Lo que no fue bueno fue lo que los españoles del bote le dijeron al capitán. Había llegado la noticia de que en Inglaterra había una epidemia de cólera. Como prevención para evitar una epidemia antes de desembarcar deberían esperar doce días.

      El capitán reunió a Wickham, Sullivan, Stokes y Darwin en la sala de mapeo.

      —Señores, las alternativas son dos, o esperar doce días o seguir viaje hasta las islas de Cabo Verde. Debemos considerar que quizás allí también nos hagan pasar por una cuarentena aunque lo veo poco probable. En primera instancia me inclinaría por seguir viaje pero quiero tener claro los pros y contras de esta decisión desde los diversos puntos de vista que manejamos. Empecemos por usted señor Sullivan, tenemos alimento y agua para los días de navegación que nos faltan hasta Cabo Verde y una eventual cuarentena de… ¿digamos veinte días?

      —Si señor. Tenemos aprovisionamiento para un período tres veces más largo sin contar con el agua que pudiéramos juntar de lluvias.

      —Perfecto. Señor Stokes, debemos ir efectuando mediciones de coordenadas de la manera más continua posible en las diferentes latitudes y longitudes para, al final del viaje, poder detectar errores sistemáticos y corregirlos distribuyéndolos. ¿Como nos afectaría el no contar con las coordenadas de Tenerife?

      —Nos afectaría muy poco capitán. Especialmente porque las Islas de cabo Verde tienen una longitud muy similar a la de las Islas Canarias. Luego, con la parada prevista en la isla de Fernando de Noronha tendríamos bien cubierto el cruce del Atlántico.

      —Quiero recuperar la pérdida de precisión por no contar con esta medición —mirando el mapa desplegado en la mesa, señala un punto en el medio del mar— incluiremos una parada aquí, en las Rocas de San Pablo, para efectuar mediciones.

      —Disculpe capitán —interrumpió Darwin— ¿por qué no se pueden efectuar las mediciones de coordenadas de Tenerife aquí mismo desde el barco?

      —El propio movimiento del barco no le permitirá al señor Stokes alcanzar la precisión en el ángulo de culminación del sol necesario para generar un punto de primer orden como el que precisamos. Explíquelo usted señor Stokes.

      —Sí capitán. Hemos definido tres órdenes de precisión en la toma de coordenadas. Las de primer orden tienen una precisión menor a los veinte segundos de ángulo. Las mismas olas generan un movimiento en el barco que en este momento debe estar en unos cinco grados, es decir mil veces mayor a la precisión requerida. Las mediciones en altamar se dejan para trayectos en los que no hay tierra y sirven únicamente para la navegación, es decir para saber dónde se está, pero no para hacer mapas.

      —Bien dicho señor Stokes. ¿Señor Wickham cuánto nos retrasaría incluir en el plan de navegación una parada en las Rocas de San Pablo?

      —Precisaría realizar algunas mediciones pero calculo que a lo sumo dos días.

      —Perfecto, si a eso le sumamos un día para efectuar las mediciones tenemos que nos agrega tres días, mucho menos que los doce que nos retrasan aquí. Finalmente usted señor Darwin, ¿qué efecto piensa usted que puede tener en su trabajo el hecho de no detenernos aquí en Tenerife?

      Fitz Roy lo tomó a Darwin por sorpresa, el naturalista no pensó que su opinión tuviera para el capitán tanto peso y le agradó que fuera tomado en cuenta junto con los demás oficiales.

      —Es difícil decirlo, capitán. Desde el punto de vista geológico es una pena no poder examinar la naturaleza de las rocas. Estas islas, al igual que varios archipiélagos del Océano Atlántico parecen haber sido formadas por acción volcánica. Pero lo que no pueda examinar aquí lo podré examinar en Cabo Verde, que entiendo que tiene un aspecto similar, y también me atrae la idea de examinar unas rocas perdidas en el medio del océano como son las de San Pablo.

      Habiendo escuchado las opiniones de todos Fitz Roy se tomó unos segundos para pensar y siguió:

      —Muy bien señores, entonces saltearemos nuestra parada prevista en Canarias y seguiremos hacia las Islas de Cabo Verde, donde espero que no nos detengan

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